Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Quince años después, de nuevo, Medellín no es la misma. Hoy la ciudad es más diversa e internacional, la creatividad se ha profesionalizado, los activismos han cambiado de formas y causas.
Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
Hace quince años regresé a Medellín. Me fui de Colombia al principio del milenio buscando un camino y una esperanza en un tiempo en que millones de colombianos emigraban por miedo o por obligación. Dejaba un país confundido y asustado y una ciudad donde aún reinaban la desconfianza y el temor.
Hace quince años regresé porque sentí la urgencia de hacer parte del cambio que estaba viviendo Medellín. Durante mis años en el exterior había encontrado mi vocación de urbanista y era curioso escuchar que mi ciudad se había convertido en un referente de transformación urbana en el mundo; por eso quise regresar. Quería sentir y vivir esos avances en infraestructura, movilidad y espacio público que estaban cambiando la piel de mi ciudad; quería conocer, aprender y encontrar un espacio entre tantas personas que estaban siendo artífices de este célebre cambio.
Hace quince años encontré una Medellín muy diferente a la que había dejado. Los cambios físicos eran evidentes y de ellos se hablaba bastante en las revistas de arquitectura; de lo que no se hablaba tanto —y en realidad era lo más fascinante— era de los cambios sociales, de la actitud renovada de sus habitantes, del tejido social reforzado, del activismo urbano y el estallido cultural y creativo que se había detonado gracias a una drástica reducción de la violencia y a la construcción de un relato de ciudad que invitaba a soñar y a creer. Era un relato de trabajo conjunto, con confianza en los demás y fe en las instituciones locales; se instaló la esperanza de que el cambio era posible y el futuro, sin duda alguna, sería mejor.
Quince años después, de nuevo, Medellín no es la misma. Hoy la ciudad es más diversa e internacional, la creatividad se ha profesionalizado, los activismos han cambiado de formas y causas, la construcción de infraestructura pública ha decaído, el turismo ha cambiado el espíritu de algunos barrios y de muchas personas, la imagen ya no es la de una ciudad en transformación sino la de un producto de moda. También han regresado cierto temor al futuro y cierta desconfianza. Se siente un poco de desarraigo, de pérdida de cultura ciudadana y de credibilidad en nuestra capacidad de mejorar.
Quizás al ánimo de la ciudad lo ha afectado el vértigo de esta época, con sus afanes y su exceso de información; quizás padecemos de una ansiedad colectiva provocada por la incertidumbre a nivel nacional e internacional que nos empuja al egoísmo y la desesperanza; probablemente seguimos padeciendo los efectos de la pandemia y de una pésima administración municipal que le robó a Medellín la idea y el sentido de futuro; tal vez no hemos sabido actualizar o renovar el relato de ciudad que tanto orgullo nos daba hace apenas quince años.
Necesitamos construir un nuevo relato; uno de ilusión e inclusión, de confianza en los demás y en el futuro. Una historia que recuerde de dónde venimos y que ilumine con esperanza el adónde vamos; un relato de trabajo conjunto que invite a tender puentes y a tejer voluntades; que nos recuerde que Medellín es capaz de hacer sus sueños realidad.