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¡Dale, Medellín!

Entendí que esa pasión no era simplemente deportiva, que un partido es sólo una excusa, que el DIM es mucho más que un equipo de fútbol. Es una identidad.

12 de diciembre de 2023
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  • ¡Dale, Medellín!

Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho

En realidad, no tuve elección: cuando adquirí uso de razón ya tenía en mi cuarto una bandera rojiazul y un escudo con dos estrellas que me miraban en las noches y alimentaban mis fantasías deportivas. Mi padre me llevaba religiosamente al estadio cada semana y sus amigos narraban las gestas de aquellos jugadores que nunca vi pero que siempre admiré. Los domingos, mi abuelo escuchaba en su viejo radio las transmisiones de fútbol y me advertía con una sonrisa cuando el rojo hacía gol.

Nunca ganamos nada, pero cuánto disfrutamos. En el colegio hacía parte de esa pequeña minoría orgullosa que resistía las burlas mientras el otro equipo celebraba con frecuencia. No me importó; aprendí a querer sin triunfar, a amar sin poseer. No se trataba de ganar, se trataba de soñar. En la adolescencia ese amor platónico me llevó por varias tribunas y algunos estadios; las frustraciones continuaron, la pasión creció. No necesitaba ser campeón, sólo quería hacer parte de ese sentimiento colectivo y popular que arrastraba gente sin compasión.

Cuando llegaron los títulos la sensación fue extraña. El escudo se veía raro con más estrellas. Algunos decían que se había perdido la magia, otros decían que ya podían morir tranquilos. La miel de la victoria embriagó a unos y empalagó a otros. Yo lo sentí como mi entrada a la adultez. Cambió el discurso, los pechos se inflaron, surgieron más barras y encadenamos más títulos. “Este año sí” pasó de ser un poema a una reflexión argumentada.

Mientras viví fuera del país, el DIM fue mi conexión con Medellín. Claro, es el equipo que lleva el nombre de mi ciudad, el que compila sus contrastes, sus luchas, sus resistencias y su estoicismo. Al regresar, conocí de cerca el mundo del barrismo y comprendí su potencia social. Entendí que esa pasión no era simplemente deportiva, que un partido es sólo una excusa, que el DIM es mucho más que un equipo de fútbol. Es una identidad.

Ciento diez años jugando en este valle de truenos le han dado al Poderoso una mística local; ver al Medallo es sentir las lomas y los ladrillos, las alegrías y las tragedias. Ser hincha del rojo es una postura frente a la vida, una declaración política, una afirmación filosófica. Es decirle al mundo que los sentimientos priman sobre el dinero, que son más importantes los corazones que las copas.

Hoy el Deportivo Independiente Medellín es un club de prestigio, con una administración estable, unos propietarios transparentes y un proyecto deportivo ambicioso. Hoy los sueños son mayores, pero la identidad es la misma. Todavía se siente el pueblo tras el equipo, aún se celebra una tradición, seguimos amando el sólo hecho de estar ahí, rodeados de amigos, vestidos de rojo, sea cual sea el resultado. Hoy tenemos otra vez la posibilidad de ser campeones. Ver nuevamente al DIM en la final nos llena de júbilo, nos pone a soñar y nos recuerda por qué estamos aquí, por qué vibramos así. Merecemos ganar, este año sí.

No necesitamos que estés arriba para quererte, glorioso DIM... ¡pero como es de lindo cuando ganás!

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