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Petro había recibido una economía con 7,3% de crecimiento y en un año la redujo al 0,6%. En solo doce meses la desbarató. Cifra tan cicatera como ridícula.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
No podían ser más desalentadoras las cifras económicas con que se enfrenta el país este año. El andamio se vino abajo con todo lo que había como producto de un trabajo armónico entre las fuerzas del sector público con el privado. Petro había recibido una economía con 7,3% de crecimiento y en un año la redujo al 0,6%. En solo doce meses la desbarató. Cifra tan cicatera como ridícula. El peor crecimiento –si excluimos el año pandémico– desde 1999.
El país atraviesa el llamado fenómeno de la estanflación. Una inflación de más del 9% anual, con un crecimiento del 0,6%. Una economía estancada que pide a gritos, como lo han planteado algunos economistas, la adopción de una política de choque para recuperar el tiempo perdido. Que impulse aquellos frentes del desarrollo y la inversión que crean bienestar, riqueza y trabajo.
Los principales indicadores y productos de la economía se vinieron al suelo con todo el andamio encima del tendero. Frentes como la construcción, la industria manufacturera, el comercio, muestran cifras negativas. Todas ellas grandes generadoras de empleo. Se desplomó la inversión. Sin inversión no hay empresa. Sin empresa no hay trabajo ni bienestar. En cerca de un 25 % cayó la formación bruta de capital. Como proporción del PIB llegó al mínimo en los últimos 18 años.
El ministro de Hacienda le adjudica toda esta descomposición económica a las altas tasas de interés fijadas por el Banco de la República. Puede tener algo de cierto. Pero la razón esencial es la incertidumbre, la falta de confianza que despiertan las políticas erráticas del Gobierno Nacional. Sus constantes amenazas con proyectos de leyes insensatos, las agresiones a los empresarios —que para el petrismo siguen siendo unos esclavistas— su imprudencia fiscal en el desbordamiento del gasto para llenar de subsidios a todo los sectores que se le antojan en su ideologización de la función pública. El cambio permanente de las reglas de juego, la lucha de clases, los balconazos energúmenos, los trinos incendiarios, sus improvisados manejos del presupuesto nacional dibujan, en suma, el panorama de confusión, de caos, de incertidumbres que agravan la gestión de gobierno. Sin seguridad jurídica, sin confianza en las reglas de juego económicas, la certeza seguirá perdida en el ambiente hostil con que se mueve la relación Gobierno-Empresa.
Mientras todo esto ocurre, Petro sigue delirando. No quiere bajarse de las estrellas, por donde riega, más que “el virus de la vida”, el de la inquina. Se resiste a poner los pies sobre la tierra. Poco le importa que la economía se le desbarate. Sigue divagando como cualquier maníaco, convencido de que Colombia es solo tierra de ficción. Aprisionado en sus delirios y fantasías, se las da de filósofo para entrar en visiones febriles de Mesías. Quiere escribir una obra, a la manera de Juan Montalvo, sobre los capítulos que se le olvidaron a Cervantes, sobre el olvido de José de Vasconcelos cuando topó La raza cósmica, en la fusión del indio con el europeo y el africano. Petro la encontró en sus viajes lunáticos, en la amalgama del populista, el revanchista y el izquierdista de extrema.