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Columnistas | PUBLICADO EL 18 mayo 2015

Cárcel de mujeres

Pormichael reed hurtado@mreedhurtado

Las cárceles arden y (casi) todos piensan en los (hombres) presos. Las mujeres (presas) son olvidadas, no consideradas o subsumidas como otros presos más -diferentes, menores y sin reconocimiento particular-.

Las mujeres experimentan el encierro institucional de manera muy distinta a los hombres. La discriminación en contra de ellas durante y después de la privación de la libertad es aguda; y su sufrimiento, tras las rejas, merece consideración especial.

La mujer presa suele ser aislada y olvidada por el mundo exterior. En un conmovedor artículo, “Desde el silencio, historias de mujeres en la prisión”, Sara Makowski Muchnik (1999) capta ese abandono. “El olvido desempeña un doble juego: por un lado, las mujeres presas se convierten en ausencias al ser olvidadas por la familia y por las personas cercanas; por otro lado, aprenden ellas mismas a olvidar a los otros y al mundo exterior para poder reconstruir algo diferente”. La cárcel tiene un efecto devastador sobre la relación de las mujeres con su núcleo familiar. Además, la prisión las marca con un estigma que tiene repercusiones mucho después de su liberación.

Como en la mayoría de los países, en Colombia, las mujeres son una proporción reducida del total de personas privadas de la libertad. El INPEC reportó (en marzo de 2015) 8,299 mujeres presas en cárceles nacionales; son el siete por ciento del total de la población carcelaria. Fácilmente, podrían las autoridades planificar el encierro institucional de las mujeres, atendiendo situaciones y circunstancias especiales que se derivan de su condición como mujeres, además, aplicando un enfoque de género. Sin embargo, en la práctica, este grupo poblacional es seriamente discriminado.

Las mujeres están presas en 45 cárceles del país, recluidas comúnmente en instalaciones improvisadas dentro de penales para hombres. Solo seis establecimientos están diseñados para recluir exclusivamente a mujeres; estos se encuentran en Bogotá, Bucaramanga, Pereira, Armenia, Popayán y Manizales. Algunos de estos experimentan situaciones de hacinamiento inhumano: por ejemplo, las prisiones de mujeres de Bucaramanga y Popayán doblan su capacidad, en donde debería haber 100 mujeres hay 200. Además, las mujeres están concentradas en pocos penales, a menudo lejos de sus familias. Tres cuartos del total de mujeres presas están recluidas en solo diez penales. De hecho, la mitad de ellas están detenidas en solo tres penales: Bogotá, Jamundí (cerca de Cali) y Pedregal (Medellín). Esta concentración refleja deficiencias notables en el parque penitenciario en relación con la población femenina. La región más crítica es la Costa Atlántica; pero igualmente, debe destacarse el déficit de prisiones para mujeres en el sur del país y en los Llanos Orientales.

Una de las razones por las cuales las autoridades atienden menos las necesidades de las mujeres tiene profundas raíces en el sistema de discriminación y prejuicios que les da una posición secundaria en la sociedad.

Otra razón es la dinámica de cuidado y solidaridad que se genera entre mujeres. (No ignoro la violencia y el despliegue de poder que existe en las cárceles de mujeres, pero no tiene las manifestaciones burdas que se evidencian en los penales masculinos). En vez de utilizar la dinámica de cuidado como parte de la solución; las autoridades abusan de ella y la asimilan a la pasividad y la docilidad de las encerradas. Las mujeres terminan perjudicadas por su capacidad de gestión y organización. ¡Este es el mundo al revés! .

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