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Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co
Por lo que suele llamarse cultura general, por satisfacer una curiosidad, por la alegría de saber algo más, sean bienvenidos el suajili, el euskera, el punyabí o el rotokas. Pero no para instituír alguno de ellos en el pensum colombiano. La idea controvertida de la señora vicepresidente de enseñar el suajili, o kiswahili, es atractiva, simpática, pero carece de la pertinencia indispensable en todas las decisiones oficiales. Es un idioma que hablan 150 millones de habitantes de Kenya, Tanzania, Uganda y otros ocho países africanos. Uno de los placeres que proporciona la internet es la lectura políglota, que nos hace sentir ciudadanos del mundo ancho y ajeno. Periódicos e innumerables publicaciones van brotando en la red y muchas veces uno exclama ¡eureka! ante algún hallazgo asombroso. ¿Y para qué más nos sirve, a menos que tengamos algún interlocutor o debamos familiarizarnos con la cultura respectiva? Para nada.
Una respuesta parecida la dieron varios tertulianos del Coloquio de los Libros al solicitarles sus conceptos. Todos tienen una mentalidad y una actitud abiertas al conocimiento de lenguas diversas. Ninguno sesgó su apreciación con matices raciales o políticos. Un recordado amigo y profesor decía cuál es la lengua universal: El inglés mal hablado. Es urgente aprender el inglés, no sólo para que nos defendamos, como se dice en las hojas de vida, sino para no quedar marginados del planeta lingüístico. ¿Y cuál es la lengua nacional? El español peor hablado. No descuidemos la causa común de mejorar nuestro propio idioma, que a veces sólo sirve para hacer de este país una Torre de Babel y un motor de conflictos.
Además, conozcamos primero las lenguas llamadas ancestrales, que no son, como suele creerse, simples dialectos, pues están dotadas de estructura gramatical propia. Un ejemplo excelente es el de la Bolivariana, con sus programas de etnoeducación con medio centenar de comunidades aborígenes y los numerosos cursos del Centro de Lenguas y la Facultad de Educación, donde se dicta hasta chino mandarín. Esto debería fomentarse en todas las universidades privadas y públicas. Sería una afirmación de la identidad nacional pluriétnica prescrita en la Constitución.
Hay muchos argumentos para impugnar la pertinencia de la adopción del suajili en los programas educativos colombianos, además de los expuestos. Por ejemplo, y lo ha dicho uno de los profesores consultados, “¿Qué aportes a la investigación en medicina, informática, negocios, a la ciencia en general, ofrecería esa lengua? ¿En qué se beneficiarían los estudiantes, si se impone en los colegios?” No menos relevante es preguntar cuántos turistas que hablan suajili vienen a nuestro país, para poder atenderlos bien. Tales preguntas serían válidas si nos refiriéramos también a la generalización de la enseñanza del euskera, el punyabí o el rotokas. Por mi parte, creo que el kiswahili, o suajili, debe ser bienvenido. Pero quiero insistir en que primero debería estar el conocimiento de las lenguas nativas, digamos que ancestrales. Dicho en suajili: Kiswahili kinakaribishwa, lakini kukianzisha Colombia sio muhimu. Bora tujifunze lugha za kienyeji.