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Columnistas | PUBLICADO EL 04 marzo 2022

Ante la guerra, un libro

Decido salir a caminar, hay que aprovechar ese verbo mientras se pueda en este mundo incierto que, de la noche a la mañana, te encierra y luego te puede destruir.

Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

El mundo está en guerra, no es que haya empezado, es que la codicia de los hombres no se ha detenido, no hemos pasado un solo día sin muertes que duelan, solo que a veces, como son menudeadas, en otras partes del mundo, donde la economía no tambalea, no hacen parte de la primera página de un diario, no hay seguimiento, apenas una breve que se pasa mientras se mastica la arepa.

Los ataques de Rusia contra Ucrania, al 2 de marzo, casi ocho días después de empezar el asalto, sobrepasan los dos mil ucranianos muertos y más de quinientos militares rusos. La guerra, siempre cruel y dura, absurda, por supuesto, nos recuerda que nada hemos aprendido como humanidad, que siempre unos cuantos jugarán con el mundo, lo pondrán a rebotar para ver qué tan grande es su poderío, y ya, así de simple.

Aún no entiendo cómo después de enfrentar una pandemia también se tema otra guerra mundial, como dicen algunos expertos. Una nueva guerra que nos tocará a todos (nos toca), así, por ahora, no caigan misiles en nuestros techos.

Leo un último titular antes de cerrar los medios de comunicación que reviso a diario para saber cómo destruimos el mundo. Es de El País de España: “¿Está dispuesto Putin a usar el arma atómica? Claves de la lógica nuclear del Kremlin”. Ni siquiera me animo a leer el artículo. Me alejo de este asunto, por ahora, mientras sigo pensando en refugiados, en quienes siguen muriendo en otras partes del mundo por causas violentas como si nunca pudiéramos entender qué es la vida, qué es respetarnos, sentir el valor del otro, para mí, para el mundo, a pesar de haber nacido en la miseria de cualquier lugar. Colombia, que no ha parado de ser violenta desde sus orígenes, puede dar fe de las víctimas al menudeo por un larguísimo tiempo, de lo que esto implica, de las heridas abiertas que por más intentos de cerrarlas cuestan, siguen sangrando, manchan, duelen, no se ve cerca el fin.

Decido salir a caminar, hay que aprovechar ese verbo mientras se pueda en este mundo incierto que, de la noche a la mañana, te encierra y luego te puede destruir. En la entrada el portero me entrega un paquete, es de una lectora que a raíz de mi columna de la semana pasada me escribió: “Estoy ligera de equipaje y tengo un libro de poemas de Mario Benedetti. Está arrugado, pero no huele a caca. Se lo quiero regalar.” Sonrío, al fin llegó. Lo abro en cualquier parte, como me gusta hacerlo, y empiezo a leer “Poema frustrado”: “Mi amigo / que es un poeta / convocó a los poetas. / Hay que escribir un poema / sobre la bomba atómica / es un horror / nos dijo/ un horror horroroso...”. También lo cierro, pero camino con él. Tener un libro en las manos siempre me da calma 

Diego Aristizábal

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