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Doblemente fracasado

hace 11 horas
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  • Doblemente fracasado

Por Alejandro De Bedout Arango - opinion@elcolombiano.com.co

En política, no hay fracaso más estrepitoso que el de quien se cree un mesías. Durante las últimas semanas, Gustavo Petro ha intentado, sin disimulo, proyectarse como el profeta de la paz mundial mientras su propio país se desangra en silencio. Desde el atril de Naciones Unidas hasta sus arengas callejeras, el mandatario colombiano ha querido convencer al planeta de que merece un lugar en el Olimpo de los pacifistas, junto a Mandela o la Madre Teresa.

Pero su cruzada, que pretendía ser épica, acabó siendo patética, una puesta en escena desesperada por construir prestigio internacional con palabras vacías mientras la realidad lo contradecía a diario.

En su discurso ante la ONU, Petro se vistió de apóstol global de la paz. Denunció la guerra en Gaza, condenó a Estados Unidos y trató de erigirse en la conciencia moral del sur global. No fue casualidad. Sabía que entre los oyentes estaban los jurados del Nobel, y cada frase parecía diseñada para seducirlos. Pero su teatralidad lo traicionó. A ojos del mundo, no apareció un estadista sereno, sino un político ansioso de reflectores.

No contento con su performance, buscó prolongar la escena. Convocó marchas “en defensa de Palestina”, alentó la protesta callejera y se enfrentó verbalmente a Donald Trump en Nueva York, con la esperanza de que la confrontación lo catapultara a los titulares internacionales. Quiso ser el enemigo de Trump, el héroe de la resistencia, el mártir latinoamericano. Mientras Petro agitaba pancartas, Trump —el villano de su relato— lograba mediar una tregua real en Medio Oriente. La historia, con ironía, le dio una lección: la paz no se declama, se logra.

Desde su posesión, Petro ha repetido la palabra “paz” con una devoción casi mística. En sus discursos ante la ONU de 2022, 2024 y 2025, en el Plan Nacional de Desarrollo y en cada tuit, el término aparece decenas, quizá centenares de veces. Pero la paz no es retórica, es una obra de gobierno. Y en eso, su fracaso es absoluto.

Durante su mandato, la violencia se ha recrudecido. Los grupos armados expanden sus dominios, el secuestro volvió a las carreteras y los líderes sociales siguen cayendo en regiones que el Estado ya ni siquiera alcanza. Su “paz total” no pacificó, sino que atomizó los conflictos, desdibujó la autoridad y empoderó a los violentos. En lugar de desmontar la guerra, la descentralizó. Petro se propuso pacificar el país a punta de indulgencias y terminó legitimando la barbarie.

Por eso, su aspiración al Nobel resulta grotesca. Si algún día lo ganara, no sería por la paz lograda, sino por la paz narrada; sería el premio al discurso, no al resultado.

El mundo, sin embargo, habló con claridad. El Premio Nobel de Paz a María Corina Machado es un golpe simbólico a los caudillos de la región que creen que hablar en nombre del pueblo los absuelve de violar la democracia. Machado representa lo que Petro desprecia y teme: la firmeza civil frente al autoritarismo, la resistencia sin odio y la defensa de la libertad por encima de la ideología.

Su premio honra la valentía de una mujer que desafió al régimen de Maduro —el aliado y espejo de Petro— y reivindica la causa de un pueblo que, durante décadas, ha sobrevivido a la opresión. Mientras el Petro predica desde la soberbia, Machado lucha desde la dignidad. Mientras él polariza, ella unifica. Por eso, su Nobel trasciende a Venezuela y se convierte en un mensaje contra los falsos redentores, contra quienes predican justicia social con la chequera del Estado y paz con el puño cerrado.

Petro puede lamentar su derrota diplomática, pero en el fondo su fracaso es doble. Fracasó como presidente que prometió reconciliación y dejó al país más dividido que nunca. Y fracasó como aspirante global, incapaz de entender que la paz verdadera no se fabrica en discursos, sino en la conciencia de un pueblo que no necesita salvadores, sino gobernantes con sentido de realidad.

Petro fracasó en todo lo que quiso simbolizar. No logró la paz afuera, no la construyó adentro y perdió el Nobel tan anhelado que creyó merecer. Le queda el consuelo de su discurso, pero ya ni las palabras le alcanzan para ocultar el vacío de su gestión.

La historia será implacable: su “paz total” fue su derrota total.

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