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El nombramiento de Laura Sarabia como cancillera de Colombia y el acercarse rápido de una nueva campaña presidencial, nos invitan a reflexionar sobre cuál debería ser la política exterior del país. Lo sabemos: Colombia es un país que, por su ubicación geográfica y su riqueza natural, tiene un potencial enorme para destacarse en el escenario internacional. Sin embargo, también enfrenta retos complejos que requieren una diplomacia inteligente y estrategias pragmáticas. En un mundo marcado por tensiones geopolíticas, crisis climáticas y migraciones masivas, Colombia debe redefinir su posición global con claridad y propósito.
Uno de los mayores desafíos es la crisis migratoria venezolana. Más de 2,5 millones de venezolanos han buscado refugio en Colombia, ejerciendo una presión considerable sobre la infraestructura y la economía del país. Si bien la respuesta inicial fue humanitaria, falta una estrategia a largo plazo que convierta esta crisis en una oportunidad para integrar a los migrantes y fortalecer el desarrollo nacional. Además, Colombia, como una de las naciones más biodiversas del planeta, enfrenta una amenaza constante por el cambio climático. La deforestación, las inundaciones y las sequías no solo afectan su medioambiente, sino también su capacidad económica y social. Este es un ámbito donde Colombia podría liderar con iniciativas basadas en asociaciones público-privadas y el uso de incentivos de mercado para promover la sostenibilidad.
El narcotráfico sigue siendo otro tema crucial. Colombia continúa siendo el mayor exportador de cocaína en el mundo, lo que impacta sus relaciones internacionales y perpetúa la violencia interna. Lo estamos viviendo dramáticamente en estas horas en el Catatumbo. Una política exterior necesita restablecer alianzas en seguridad con actores claves como Estados Unidos e Israel, al mismo tiempo que promover un enfoque para debilitar los mercados negros y reducir los conflictos asociados.
El gobierno de Gustavo Petro ha adoptado un discurso ideológico que ha complicado las relaciones con socios históricos como Estados Unidos, mientras busca acercamientos cuestionables con regímenes autoritarios como el de Venezuela. Esto ha generado incertidumbre sobre la dirección de la política exterior colombiana. Para evitar que estas tendencias socaven su credibilidad internacional, Colombia debe priorizar alianzas basadas en el comercio libre y los principios democráticos. En el frente económico, Colombia necesita diversificar sus relaciones comerciales. Mientras Estados Unidos y China compiten por influencia en la región, el país debería buscar oportunidades en otros mercados emergentes y consolidar alianzas que le permitan desarrollar su infraestructura y aumentar su competitividad.
El futuro de Colombia también depende de una reforma profunda en su aparato diplomático. Una cancillería profesionalizada y apartada de intereses partidistas es fundamental para representar eficazmente los intereses nacionales. La diplomacia debe ser una herramienta de desarrollo, no un espacio para el clientelismo. Colombia tiene el potencial de convertirse en un líder regional y un actor clave en el escenario global. Para lograrlo, necesita una visión basada en la libertad individual, la soberanía económica y la cooperación internacional. Este enfoque puede ofrecer soluciones innovadoras y sostenibles que transformen sus desafíos en oportunidades. La pregunta no es si Colombia puede liderar, sino si está lista para asumir ese papel con ambición y responsabilidad.
