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Las autoridades confundidas piden, en este fetichismo muy colombiano de creer que con más leyes se alivian los males, nuevas disposiciones para atacar el delito.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Parafraseando al poeta César Vallejo, pareciera que el Chocó hubiera nacido “un día en que Dios estuvo enfermo”. 100.000 damnificados por el invierno. 45.000 chocoanos confinados por el paro armado del ELN. Doble crisis humanitaria en ese sufrido pueblo. Al mismo tiempo, en el sur de Colombia estallan bombas contra la población civil y las fuerzas del orden. Las disidencias de las Farc activan dinamita en El Plateado, Cauca, y en Jamundí, goteras de Cali. Los gobernadores del Vichada, Vaupés y Guainía denuncian que están ahogados por la violencia de los grupos subversivos y que nadie en el poder central los escucha. La Paz Total, una propuesta que se vuelve utopía ante las crueles realidades nacionales.
Ya no solo son las negras premoniciones salidas del caletre del inquilino de la Casa de Nariño, según las cuales en marzo del 2025 los habitantes de Bogotá no tendrán agua para tomar y menos para ducharse. Sigue delirando cuando propone una vía elevada en el norte de Bogotá con doce carriles para escurrirles el bulto a los humedales. Le sigue rondando por su cabeza el sueño del tren aéreo entre Buenaventura y Barranquilla.
Un magistrado de la Corte Suprema de Justicia se abstiene de que lo posesione el presidente Petro. Más generales del Ejército son tirados al asfalto. La estadística del crimen arroja la cifra de 375 niños asesinados entre enero y agosto de este año por el poder de los criminales, muchos de ellos reincidentes cobijados por el largo manto de la impunidad. Las autoridades confundidas piden, en este fetichismo muy colombiano de creer que con más leyes se alivian los males, nuevas disposiciones para atacar el delito. La actual ministra de Justicia y el presidente de la Corte Suprema proponen, como medida salomónica, la rebaja de penas para los violadores de niños. Correr los linderos de la ley, era su irracional propuesta, que por fortuna hundió el Congreso.
Reciben los colombianos, y todo en una semana, el campanazo que da para el país el Índice de Chapultepec, que mide el grado de libertad de prensa y de opinión, al revelar que cae al puesto 14 en el escalafón de respeto por las libertades. Lo sitúa muy por debajo de República Dominicana, Panamá, Paraguay, Ecuador. Muy lejos de Chile, Canadá, Estados Unidos, Brasil, Uruguay, Argentina. A duras penas logra superar a Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, sindicato de autócratas que acompaña al gobierno colombiano en muchos de sus saltos al vacío.
El presidente declarara “desastre nacional invernal”. Desastre Nacional es lo que debería declarar por la situación de orden público y su mala gestión de gobierno. La historia colombiana se sigue escribiendo con sangre. Se repite, no tanto como comedia sino como tragedia. Las bodegas y redes sociales de Palacio amenizan el espectáculo vomitando fuego como parte del aparato de propaganda que envidiaría Joseph Goebbels. En la lejanía suena la canción de Fausto: “Aquí ya no existe paz, aquí ya no hay libertad, aquí ya no pasa un día sin algo que lamentar...”.