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Es una equivocación fatal creer que la democracia está en la movilización agresiva y gritona de la muchedumbre, grande, mediana o pequeña. Incluso si fuera pacífica y silenciosa, tampoco sería una genuina expresión democrática. La diferencia es muy sencilla. Mientras la democracia es el gobierno del pueblo, la oclocracia lo es como tiranía del gentío, de la turba, del “populacho enardecido”. La primera es legitimadora de la voluntad general. La oclocracia es una degeneración de la democracia, porque está viciada de irracionalidad, de insensatez, de confusión y carece de autocontrol razonable.
El concepto de oclocracia está funcionando para la reflexión filosófica y la politología desde tiempos casi inmemoriales. Todos los autores que piensan en este asunto nuclear remiten al historiador Polibio, de 200 años antes de Cristo. Para él, la oclocracia es el peor de todos los sistemas políticos. Así como la monarquía cae en la tiranía y la aristocracia en la oligarquía, también la democracia se degrada a la oclocracia. Por eso ha sido preferible siempre, si se quiere hasta como el mal menor, “el menos imperfecto de todos los sistemas de gobierno”, como se le oía decir a Churchill.
Hoy en día parece que en definitiva muchísimos ciudadanos están hartos con la democracia. Unos le declaran el fin. Otros quieren mandarla a vacaciones o presumen que se sostiene por ley de inercia. Los de más allá se lucran de sus garantías y ventajas, pero se inventan cuantos recursos les alcancen para destrozarla. Destruyen sus elementos, valores y normas esenciales: Niegan los límites y alcances reguladores del Derecho, la constitución y las leyes. Se brincan el principio de autoridad. Proclaman que las ideas de libertad y orden caducaron y gozan viendo cómo se extienden la acracia y la anarquia. Desacreditan las instituciones y promueven su demolición. Dicen, y hasta cierto será, que el mundo actual y este país están repletos de oclócratas.
Al pensador escocés James Mackintosh, verdadero polímata (médico, abogado, periodista, profesor y político) se le atribuye esta definición en su obra titulada Vindiciae Gallicae, Defensa de Francia: “La oclocracia es la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”. Ahí tienen, pues, una clave para comprender el tema y establecerle conexiones, analogías y similitudes que ayuden a encontrar el sentido de lo que pasa y nos pasa aquí y ahora.
La oclocracia es prima de la kakistocracia, el gobierno de los peores, los más ineptos y cínicos. Kakistos, peor en griego. Es una palabra apropiadísima, por su sonoridad. Pregunto, para concluir: ¿Y los que lleguen a ser los nuevos dueños del poder oclocrático, han pensado incorporar a sus planes algún método con el que puedan gobernar sus muchedumbres?