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Esta reflexión surge después de la muerte de Julián Andrés Orrego Álvarez, el estudiante que perdió la vida en las afueras de la Universidad de Antioquia durante la jornada de protestas del lunes pasado.
Como madre de dos hijos en edades similares, que desde su quehacer han conocido de cerca las injusticias sociales, la muerte de Julián no me es indiferente. Y por ello me otorgo el derecho a escribirles, desde mi corazón, una cantaleta amorosa de mamá.
Sé que tenemos un país descuadernado, con muchos asuntos sin resolver, que hay desajustes de calidad y cobertura en salud y en educación; que nuestras condiciones laborales no son las mejores; que la distribución de la riqueza es inequitativa; que la corrupción y la impunidad han causado estragos y que la inconformidad ha llegado al límite para muchos. Pero ustedes, que todo parecen saberlo, saben también que no todas las formas de protestar son válidas y que no todos los que protestan lo hacen a conciencia ni por convicción.
Me alegra que la generación que nació sin miedo, como ustedes se autoproclaman, no sea insensible frente a los problemas y las soluciones del país, pero no pierdan los límites. ¿Saben que era un Kamikaze? Un avión del ejército japonés con tripulación suicida que en la Segunda Guerra Mundial se estrellaba voluntariamente cargado de explosivos contra el objetivo enemigo. Que un muchacho de apenas 22 años pierda su vida explotado por su propio morral, enardecido por la paranoia, no resiste ningún análisis. ¿Acaso no hemos aprendido nada de No nacimos pa semilla, Rodrigo D, no futuro, y El pelaíto que no duró nada? ¡Por favor!
Si están tan seguros de que son capaces de cambiar el país y ajustarlo a mejores condiciones para todos, empiecen por cambiar sus formas de “lucha”. Si es verdad que quieren la paz, llenen sus morrales de argumentos, no de artefactos de ataque como si fueran para la guerra.
Nadie, por más referente que sea de una multitud frenética, merece ofrendas de vida, ni ninguna causa merece la muerte. No, muchachos, los necesitamos vivos, reivindicando sus derechos y cumpliendo con sus deberes, con respeto por las instituciones y por los bienes públicos y privados; apoyados en consignas alegres, luchando por sus ideales hasta que el cansancio los venza y puedan volver a casa sanos y salvos, permitiendo que quienes no marchan también puedan hacerlo. Luchar por el pueblo atacando al pueblo no tiene sentido.
Queremos verlos desempeñándose en cargos desde donde podrán coser las hojas despegadas de este cuaderno llamado Colombia, sin olvidar que el cuaderno es de todos, que no todo se logra de la noche a la mañana y que nadie tiene derecho a acabar con lo mucho o poco que tenemos.
Me despido con una recomendación maternal: Que el privilegio de haber nacido sin miedo no les nuble el sentido común, que alcancen los sueños y que mueran de viejitos. “La vida es sagrada” tiene que ser mucho más que una arenga de manifestación pública o una etiqueta de redes sociales.