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Se extiende el tiempo en casa, para algunos un escenario cómodo con alimento y trabajo; para otros un escenario adverso con hambre y necesidad de trabajo. En ambos casos gobierna la incertidumbre por saber cómo se desenvolverá el escenario.
El dilema, vivir en la pandemia, o más conveniente que eso, vivir con la pandemia. Aprender a convivir con el virus. Como en los años 80 con el VIH, un virus calificado entonces como vergonzante. Después de entenderlo, fue suficiente con aprender la forma de convivir con él. Eso no eliminó la transmisión, pero sí redujo su diseminación y las muertes asociadas manteniendo vidas y economías funcionales. Hoy se convive con el VIH mientras se encuentra solución definitiva. ¿Se admitiría el mismo escenario hoy? Que respondan los expertos.
En momentos de crisis emocional y estrés humano, es mejor asir la filosofía por el mango, hincarla en la adversidad y elevarse por encima de ella. Llenarse de valor para darle uso a ese recuerdo difuso de la palabra filosofía en el colegio. Pasar de la teoría a la práctica. Suena raro, pero la solución a la angustia del deterioro en la salud, el hambre, la necesidad de trabajo, puede estar en una lectura que induzca el silencio individual y un pensamiento filosófico. Una forma de ver y asumir la vida diferente.
Esta columna propone considerar, explorar, y si convence, practicar una filosofía: el Estoicismo.
Tan antigua como el Cristianismo (2020 años) o el Budismo (2500 años). Nació en el 301 a. C. con Zenon de Citio quien, a juicio de Massimo Pigliucci, enfrentaba los mismos dilemas humanos de hoy, en contextos culturales y sociales diferentes. De ahí que la filosofía no pierde vigencia. Si dispone de tiempo, en internet está el video de la entrevista que le hacen y que se titula, “Estoicismo: una filosofía de vida”.
Historia larga hecha corta, un estoico divide el espectro de las emociones en aquellas negativas (rabia, miedo, odio...), y distinguirlas de aquellas positivas (alegría, amor, sentido de la justicia...) Sin actos de iniciación simbólicos, el estoico de forma deliberada aleja emociones negativas y abre paso a positivas. Como cualquier otro músculo, requiere práctica diaria. Así, al menor aviso de llegada de emociones negativas, se detona una reacción para alejarlas y por el contrario, encontrar lo positivo que puede rescatarse.
Un estoico no es un héroe ni mucho menos, tampoco aspira a serlo. Por el contrario, es discreto y brilla por su austeridad. Encuentra placer en lo justo. Persigue virtudes y no logros materiales. No necesita tanto para vivir bien y sabe hacer más con menos.
Un estoico acepta vivir como lo que es: un humano. Si fuese planta, buscaría sol y agradecería la lluvia. Toleraría tormentas, pero con el tiempo se repondría.
Encarnando el estoicismo en un ser humano, se busca dos cosas (El Mono desnudo, libro de Desmond Morris lo describe muy bien):
Primera, practicar la razón, el racionamiento del que como especie se dispone para desarrollar sus virtudes. Esto es, pensar, y pensar bien de forma que se derive un beneficio. Esto requiere especial atención porque se puede pasar por la vida simulando pensar.
Segunda, socializar. Por naturaleza, el ser humano es sociable. Sin embargo, debe aprender a vivir en sociedad. Esto hace que un estoico no busque saltar a la vista por encima de los demás, sino vivir con ellos armónicamente.
Un estoico es quien es capaz de razonar bien para mejorar la sociedad. Simple. Esta filosofía aleja el individualismo. Mejor aún, desarrolla las virtudes individuales, las capacidades que distinguen a cada quien según facultades y gustos, para aportarlas donde corresponde y vivir mejor en sociedad.