Querido Gabriel,
En Los Tres Mosqueteros los protagonistas salen de París a Londres con una misión. A pocas horas de camino se detienen a desayunar en un lugar en el que el gran Porthos es provocado por otro comensal, enviado por el malvado Cardenal Richelieu. Se desata un duelo de espadas. Los demás, para que la misión no se afecte, parten de inmediato, esperando que su amigo salga triunfante y los alcance más tarde.
“Pero ¿por qué ese hombre ha atacado a Porthos y no a cualquier otro? -preguntó Aramis. -Porque por hablar Porthos más alto que todos nosotros, le ha tomado por el jefe -dijo D’Artagnan”.
Por milenios, los humanos hemos pensado que la fuerza es la marca de la importancia, no hemos sido entrenados para ver lo esencial. Hemos creído, engañados, que la relevancia de un ser humano consiste en su riqueza, su poder o su belleza. D’Artagnan, el flacuchento gascón, no tenía nada de eso. Pero su noble corazón, su inteligencia y su determinación, lo hacen uno de los personajes más seductores de la literatura occidental.
Claudia Restrepo preguntaba recientemente ¿qué es lo importante ahora? Precisamente esa noche me adentraba en la lectura del libro Esencialismo, de Greg McKeown, muy oportuno para estos tiempos. Hoy, más que nunca, es crucial volver a lo esencial. ¿Hacemos una tertulia para conversar sobre lo realmente importante en medio del miedo, la peste y el aislamiento?
No puede haber cien cosas esenciales, deben ser pocas, poquísimas. El autor cuenta que la palabra prioridad, de origen latino, llegó al inglés hacia el año 1400 y durante más de cinco siglos solo existió su versión en singular. Apenas entrado el siglo XX apareció prioridades, en plural. Hace relativamente poco decidimos vivir la paradoja de que puede haber muchas “primeras cosas”. Aunque nos duela a ti y a mí, diletantes de tantas artes y oficios, emprendedores seriales, una persona u organización con muchas prioridades, no tiene básicamente ninguna.
Por otro lado, una prioridad sin conexión profunda con lo humano, algo banal y temporal, como lanzar un producto, obtener un puesto o ganar dinero, no deja de ser un pobre objetivo, mientras las personas necesitamos un propósito trascendente. Si hemos de caminar la empinada cuesta de la vida, que sea por algo superior a nosotros, que implique servicio, esperanza y compasión, que justifique el viaje.
¿Pero cómo encontramos esas pocas cosas esenciales (vital few)? Mensajes confusos de la publicidad, de los líderes y de la cultura que heredamos, no nos dejan ver, no nos dejan vernos. Caminamos como la gallina ciega de los juegos de infancia, persiguiendo un futuro desconocido, algo que quizá no necesitemos, mientras a nuestro alcance está el presente, con toda su belleza, la posibilidad del trabajo con sentido, la familia, los amigos y la siempre bienamada naturaleza.
Para encontrar lo esencial, McKeown propone que hagamos un diario y lo releamos de vez en cuando, así nos conoceremos mejor. “El lápiz más débil es más fuerte que la mejor memoria”. Insiste, además, en que aprendamos a renunciar a lo no esencial. Aún con dolor o vergüenza, debemos saber decir que no, firme, resueltamente y ojalá con algo de gracia, para no desviarnos de nuestro propósito. “Para conocer más, añadamos algo cada día; para ser sabios, sustraigamos algo cada día”, escribió Lao Tze.
¿Será que, como los esbirros de Richelieu, nos perdemos persiguiendo la fuerza, el poder y el ruido, mientras lo esencial tal vez sea la tierna bondad de cada día, el idealismo que anida en nuestra mente y el amor que cultivamos en nuestro corazón?.
* Director de Comfama