Son las 3:00 de la tarde y voy corriendo para mi gran cita, en medio de pitos, bocinas, tambores sigo mi paso raudo hacia la puerta de ingreso para el mejor espectáculo del mundo. Antes de ingresar al estadio Atanasio Girardot, qué rico un mango, parada obligada a unos 300 metros de la puerta.
Desde afuera alcanzo a escuchar los cantos y el bullicio de los hinchas eufóricos que esperan la salida de su equipo. Es emocionante cruzar la barrera y subir en busca de la gradería, unas cuantas escalas para llegar al lugar de honor, la banca 307 de la zona baja de occidental.
Aún con la bolsa en mano y con muy pocos mangos decido dejarla a un lado de la silla -a la salida la llevaré a un bote de basura- poco a poco el lugar se va colmando, algunos pasan el tiempo compartiendo con amigos, departen sobre el juego, comen, toman alguna bebida y alistan los papelillos para la salida de los once guerreros.
A mi derecha está la gigante barra popular que siempre acompaña a mi equipo, ellos viven su propia fiesta y desde muy temprano llegaron cargados con morrales donde llevan las banderas, trapos, papel picado y una que otra bengala para animar a sus ídolos.
Otros además cargan tambores, trompetas, platillos y vuvuzelas para animar la fiesta. Sale el equipo y las bengalas se disparan hacia el cielo, mientras que una lluvia de cintas de papel cae sobre la pista atlética.
En medio del ruido, la pasión y la alegría avanzan los 90 minutos más largos y emocionantes. Los primeros 45 ya son historia y un leve dolor de cabeza empieza a molestarme, pero todo queda en el olvido con el arranque de los últimos 45 minutos de alegrías, angustias y emociones de todo tipo. Al final, un empate 1-1 entre el Medellín y el Santa Fe.
Tomo la bolsa del mango, empiezo a descender y la dejo en la basura, en mi recorrido ya me topo con algunos elementos olvidados por hinchas emocionados que quieren salir pronto para continuar con la caravana de celebración.
La capital antioqueña no luce igual, se nota el paso de los más de 35 mil espectadores que acaban de estar por más de dos horas en su principal recinto deportivo.
Papel picado, botellas, bolsas, vasos, pilas, un radio que ya no sirve y algunos residuos de comida quedan en el lugar, como muestra de la fiesta que se acaba de vivir.