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Sergio Obander Velez

  • En un juicio que deja muchos interrogantes abiertos,

    Sergio Obánder Vélez, o “Gomelo”, como lo conoce todo el mundo en el barrio El Chinguí, de Envigado, nació procesado. Su vida es la tragedia de las personas escasas de recursos o casi analfabetas, como lo son la mayoría de los reos colombianos, que no saben defenderse, que no tienen quién los defienda, que no saben hablar y tampoco quién hable por ellos. Gomelo hoy purga una condena de 17,5 años de prisión por un crimen que, asegura,
    no cometió.

    Su desgracia comenzó con otra tragedia: la muerte violenta de Álvaro de Jesús Acosta, taxista, de 52 años, ocurrida a las 10:00 de la noche del 10 de marzo de 2007 en El Chinguí. El crimen fue horrendo, atroz, de máxima gravedad para la ley colombiana y como tal falló el juez.

    fue condenado a 17 años de prisión.

    S

    Los alias

    Entre 2007, cuando ocurrió el crimen y julio de 2009 el episodio vivió en una suerte de limbo. Ese mes la investigadora judicial Ángela María Montoya Giraldo, de la fiscalía seccional de Envigado, fue alertada por una sobrina de la víctima, quien se habría entrevistado con el homicida en Puerto Berrío y este le dijo que en el hecho también habrían participado alias “Pocholo” y alias “Pichi”.

    Con ese dato la investigadora se movió por el Chinguí y dio con los dos supuestos alias: a Sergio Obánder Vélez, se le señaló de ser “Pocholo”, que no es cierto y Alejandro Castañeda, como “Pichi”.

    El Chinguí es una suerte de refugio de paz en Envigado, la única novedad es la presencia de un grupo de personas, viejos y jóvenes, que se reúnen en las noches, a la entrada del barrio, frente al monumento de la Virgen, para tertuliar y fumar. De ese grupo hace parte “Gomelo”. En ese mundo es casi imposible hallar a una persona que conozca el nombre de pila de “Gomelo” o que le tenga otro alias.

    Él es un espíritu libre, dejó la escuela en segundo de primaria, medio sabe leer y escribir y se dedicó a “trabajar” haciendo mandados y lavando carros, por lo que es ampliamente conocido y goza de la confianza de numerosos vecinos. A sus hogares entra como “Pedro por su casa”.

    Capturas

    Con los dos alias en poder de la investigadora judicial, aparecieron los testigos, ninguno del crimen, entre ellos Arboleda Correa y familiares del muerto, entre primos y hermanos.

    En la madrugada del 31 de julio de 2009 una patrulla militar, apoyando a la Fiscalía, rodeó el tugurio que habita Sergio, con sus abuelos octogenarios: Isidro Vélez y Abigael de Jesús Pérez; Gloria Vélez, su madre, dos hermanos más,  primos y otras personas.

    Un fiscal que irrumpió en el rancho preguntó por Sergio, él se levantó y pidió que lo dejaran bañar y ponerse un trapo limpio. “Todo lo revolcaron buscando pruebas”, comenta su abuelo.

    “Mijo, no se preocupe que usted nada debe, le dije. Mi muchacho me miró y me dijo tranquilo apito y salió fresco porque se trataba de un error”, recuerda el viejo. Así comenzó Sergio su primera temporada en la cárcel.

    Reconocimiento

    Prueba de oro

    Para dar consistencia a la captura, la investigadora judicial pidió a los familiares del muerto que identificaran a los supuestos asesinos en fila. Los implicados se negaron porque a ellos todo el mundo los conocía en el barrio. Entonces, la Fiscalía logró que los identificaran en fotografías, ejercicio que se hizo el seis de agosto de 2009.

    En las fotos los reconocieron como a “Pocholo” y “Pichi”, quizás inducidos por el yerro de la investigadora judicial, quien se basó en las declaraciones que el homicida le habría entregado a la prima del occiso.

    No obstante, la ley ordena que el reconocimiento fotográfico se confirme con el reconocimiento en fila de personas y si este no se dio, como denunció la defensa, en la audiencia de alegatos finales, esta prueba también resulta insuficiente y no puede fundamentar el juicio porque la fotografía y el individuo o la figura humana guardan muchas diferencias.

    Si no es así no queda absolutamente claro a quién identificaron en fotos y a quién señalaron en fila.

    ¿Por qué se le dio tanto valor a esa prueba?, y lo paradójico es que reconocen a Sergio Obánder como alias “Pocholo” y así lo condenó el juez, quien una y otra vez se refirió a Sergio para condenar a alias “Pocholo”, cambiándole su sobrenombre de “Gomelo”.

    En sus declaraciones, los familiares del muerto además dijeron que reconocían a Willinton Restrepo, porque andaba mucho con su hermano. Además, como a Álvaro le gustaba andar con muchachos, ellos frecuentaban su casa, sostuvo la Fiscalía basada en las indagatorias a los familiares, que ya para ese momento eran testigos.

    Para ratificar el poder de la prueba, la Fiscalía logró el traslado de Willinton Restrepo Bedoya, desde la cárcel de Puerto Berrío hasta la cárcel de Envigado, para que reconociera a sus cómplices.

    A Sergio y Alejandro se les puso en fila con otros presos.  Willinton, el homicida, pudo observar detenidamente el grupo, pero no identificó en él ni a alias “Pocholo” ni a alias “Pichi”, quienes lo habrían acompañado en la empresa criminal, que denunció la Fiscalía para dar fuerza a su hipótesis de que Álvaro fue asesinado para robarle.

    El no reconocimiento de “Pocholo” y “Gomelo” en la fila dejó a la Fiscalía con las manos vacías y el juez, de ese momento, revocó la medida de aseguramiento que pesaba contra ellos, el 13 de agosto de 2009. Fueron puestos en libertad.

    Si Sergio Obánder y Alejandro Castañeda no eran los alias mencionados, era tarea de la propia Fiscalía determinar quiénes eran los verdaderos alias “Pocholo” y “Pichi”.

    Gomelo pasa sus días en la cárcel de Envigado

    Willinton desaparece

    Conducen a testigo

    La Fiscalía no se dio por vencida y aunque no hubo reconocimiento en fila, su delegada invirtió la carga de la prueba: lo que era presunción de inocencia lo convirtió en presunción de responsabilidad, y lo que se ve como prueba liberatoria se convierte en prueba de cargo.

    El proceso, que estaba archivado, no murió con la libertad de los detenidos. El homicida o único testigo del hecho desapareció de la escena judicial y era mencionado por la Fiscalía para señalarlo como el ocupante del taxi que se vio una hora antes del crimen subiendo y al mismo tiempo bajando por los lados del parque de Envigado. Incluso, en la audiencia hay un momento en que se dijo que el taxi bajaba en contravía, hecho imposible, si de verdad se trataba de la vía principal del parque en mención, por la alta afluencia de carros día y noche.

    Aquí salta el interrogante: ¿cuál es la pieza clave del juicio, con la que puede condenarse? el testimonio de Willinton Restrepo, el confeso homicida, o la versión de Óscar Mauricio Correa, quien supuestamente fue el que vio subir el carro y casi a la misma hora lo volvió a ver bajando, hecho que contó en el velorio a los familiares, quienes lo señalaron y repitieron en la audiencia, citados por la Fiscalía.

    En este punto, el fiscal renunció a identificar, individualizar y probar con Willinton Restrepo quiénes realmente eran sus cómplices y prefirió apostarle a la vía del señalamiento y la acusación de los procesados que no gozaban con una defensa técnica real.

    Gloria Vélez, la madre de Sergio Obánder, en este sentido, afirma que una de las defensoras, porque hubo varias, le pidió a “Gomelo” que se declarara culpable para que la pena no fuera muy alta. Petición que rechazó el procesado porque creía en la justicia.

    Si el juez hubiera sido suficientemente garantista hubiese observado que las pruebas estaban haciendo agua con la estrategia de sacar del proceso al confeso homicida. Pero, al parecer, no lo observó y simplemente atendió el pedimento de la familia de que hubiera justicia y condenó.

    A las audiencias Óscar Mauricio asistió porque lo condujo la policía, ya que se negó a participar en las mismas.

    Cuando declaró dijo que no tenía certeza de que esos muchachos hubiesen matado a Álvaro de Jesús. Advirtió que él tampoco tenía buena memoria. De hecho no logró precisar si iban tres o cuatro pasajeros en ese taxi y menos la hora exacta en que vio subir y bajar el carro.

    En el juicio dijo que eran entre las nueve y pasadas las nueve, pero a un familiar de la víctima le dijo que eran las ocho cuando vio subir el taxi.

    Sin embargo, frente a una defensa técnica precaria y una Fiscalía que nunca pareció interesada en esclarecer el hecho sino en hallar a un culpable, si el organismo acusador reconocía el fracaso de la prueba de la identificación con el homicida, o lo citaba a las audiencias, a todas luces perdía el caso.

    A lo anterior hay que agregarle la trashumancia de un proceso que pasó de juez en juez, de fiscal en fiscal y de defensor en defensor y de año en año dentro del nuevo Sistema Penal Acusatorio.

    Sergio, dice su familia y él lo ratificó en la cárcel, en diálogo con EL COLOMBIANO, esa noche estaba en su casa comiendo con sus abuelos, su mamá y dos vecinos porque cumplía años. Él nació el 10 de marzo de 1980. Según la esposa de Alejandro, él esa noche estaba en el trabajo y tiene constancia de ello, pero de nada sirvió.

    Sin los procesados

    A la audiencia de alegatos finales el juez citó a los acusados vía telegrama, un sistema de comunicación en extinción, tanto, que según la familia de Sergio, el mensaje llegó a su rancho, que no tiene nomenclatura en la puerta de lata, cuatro días después del juicio.

    Cuando Sergio bajó al juzgado a preguntar sobre su caso, la respuesta fue que ya no había nada qué hacer y que esperara la condena con los años de cárcel que debía pagar.

    En las audiencias, la Fiscalía construye una hipótesis que convenció al juez:

    Se trató de un homicidio agravado, un concierto para delinquir, una traición de varios amigos de Álvaro, que se unieron para matarlo y despojarlo de los seis millones de pesos del chance, colilla que tampoco se mostró. Y el día de su muerte, alegó la Fiscalía basada en lo que le dijo una familiar de Álvaro, tenía rollos de billetes en su poder.

    La última fiscal afirma que fue herido una y otra vez a puñal, “recibiendo lesiones necesariamente mortales”.

    Apreciaciones personales que, de todas formas, riñen con la necropsia, documento puesto en escena, que dice que ninguna de las heridas con arma blanca fueron mortales, pues eran cortadas en la piel, tres de ellas en sus manos.

    La necropsia concluye que Álvaro de Jesús murió de un golpe en la cabeza.

    Al final de su sentencia, el juez se apartó de la hipótesis del hurto, toda vez que Álvaro, dijo, era una persona muy bondadosa y amplia, que gastaba plata a manos llenas con los muchachos por lo que el juez concluyó que a la hora de su muerte no sabía cuánta plata tenía, si era que aún le quedaba algo de lo que le había dado la suerte.

    La última defensora, especialista en Sistema Penal Acusatorio y quien advirtió los yerros del juicio, agregó que tampoco fue despojado de sus objetos de valor, como una cadena de plata que lucía y otras prendas, lo que dejaba sin piso el argumento del robo.

     

    La Fiscalía argumentó que tras cometer el crimen, los homicidas huyeron en el taxi para que creyeran que se lo habían robado y que por hurtarle el carro habían matado a Álvaro. Todo elemento nuevo crea nuevas hipótesis.

    El testigo comentó que el carro parecía como malo, cómo que no lo sabían manejar. Prueba contundente para el juez, que basó parte de su sentencia, en la declaración de la propietaria del vehículo, placas TMH 628, Ángela María Henao, quien dijo que le habían devuelto el carro esa misma noche con el cloche malo y muy ensangrentado, en la parte del volante y el radiotelefóno.

    ¿Cómo actuó la Fiscalía esa noche? Otro interrogante que queda en el aire. ¿Cómo es posible que hayan devuelto un carro ensangrentado en el que acababan de matar a una persona?, ¿en que quedó la cadena de custodia?

    En esa sangre pudo identificarse al asesino o los asesinos porque si bien la Fiscalía habla de un sometimiento a la víctima para darle muerte, la necropsia también permite construir otras hipótesis de lo que pasó aquella noche y que, de acuerdo con el juicio sobre la misma, jamás se sabrá.

    Por ejemplo, según la defensa, Álvaro de Jesús se defendió y habría muerto al caer a tierra en el forcejeo y darse contra una piedra u otra superficie dura. Incluso de un cachazo porque en el lugar hallaron una cacha de cuchillo.

    También se puede argumentar que el supuesto problema del cloche no era tal, sino que quien iba manejando estaba herido, desangrándose y huyendo...

    Según la necropsia y esto lo argumentó la defensora pública final, Álvaro de Jesús no fue muerto ni a las ocho de la noche ni a las nueve ni pasadas las nueve, el episodio ocurrió a las diez de la noche. Esa fue la hora final de Álvaro de Jesús, a quien los científicos forenses le proyectaron 22 años más de vida.

    El Tribunal Superior tiene la palabra como lo espera la última defensora al sustentar su recurso de apelación.

    Al testigo clave no lo llevan al juicio

    Elizabeth sampedro longas

    Defensora Pública

    Aquí hay que hablar de dos circunstancias. O se es o no se es. Y mientras no se sea señor juez no se es.

    Entonces, ese señor Willinton, dizque copartícipe no fue traído por la Fiscalía aquí como testigo. Este señor no señaló a nadie en este juicio, solo hay un reconocimiento en fila de personas en el que ni siquiera reconoce a los procesados. Supongo que esto es una estrategia de la Fiscalía o un acto desleal para no traerlo a este juicio, porque sabía que no los iba a señalar como autores del ilícito (...)

    Voy a hablar del testigo Óscar Mauricio Correa Arboleda, quien ha justificado la señora fiscal que aquí no reconoció a Alejandro Castañeda, dice ella que por el paso del tiempo, pero tampoco lo señaló transitando en el vehículo”.

    En juicio solo hablaron
    los familiares de la víctima Álvaro de jesus Acosta.

    No hubo testigos del ASESINATO. La fiscalía recreó lo que consideró que ocurrió.

    La noche del 10 de marzo de 2010 cuando fue asesinado el taxista Álvaro de Jesús Acosta, el condenado Sergio Obánder Vélez, dice que estaba en su casa celebrando su cumpleaños.

    Alejandro Castañeda (también condenado) afirma que estaba trabajando.

    Willinton Restrepo Bedoya, quien se declaró culpable del crimen, no reconoció en fila a Obánder ni a Alejandro como sus cómplices en el crimen.

    Óscar Mauricio Correa, testigo clave de la Fiscalía, afirmó que vio al taxista y tres o cuatro personas más en el taxi esa noche a las nueve. A otra persona que a las ocho. El crimen fue a las 10:00 p.m.

    * Condenados no tuvieron una defensa técnica adecuada.

    * La citación a la audiencia de alegatos finales, hecha por telegrama, les llegó a los     procesados cuatro días después de la misma.

    * La identificación de Obánder Vélez no corresponde a él.

    * La condena fue apelada por la última defensora que tuvieron y ahora esperan que sea fallado en segunda instancia.

     A la audiencia en la que nos condenaron nos citaron por un telegrama, este llegó cuatro días después de que pasó. Cuando bajé a averiguar me dijeron que no había nada qué hacer”, Sergio Obander Vélez, condenado

    Créditos

    Directora: Martha Ortiz. Investigadores y reporteros: Santiago Cárdenas, José Guillermo Palacios y Javier Alexander Macías. Fotografías : Henry Agudelo, 
    Julio César Herrera, Juan Sebastian Carvajal  y Manuel Saldarriaga. Video y edición: Juan Sebastian Carvajal  y Alex Andrés Hereira. Diseño web: Jorge Mario Ochoa. Animación: Darwin Alejandro Bermúdez. Redes Sociales: Melissa Gutiérrez. Editores temáticos: Isolda María Vélez y Juan Esteban Vásquez.  Editora del especial: Margarita Barrero F.

02 de octubre de 2015
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Sergio Obander Velez

EN UN JUICIO QUE DEJA MUCHOS INTERROGANTES ABIERTOS,FUE CONDENADO A 17 AÑOS DE PRISIÓN.

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