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Por estos días, en Túnez, sucede por primera vez lo que a este lado del Atlántico, o en Europa, parece habitual: los candidatos a la presidencia de las segundas elecciones democráticas en la historia del país aparecen en televisión y en radio, y discuten, tratan de convencer a los votantes de que son la mejor opción para gobernarlos.
En este país del norte de África, donde iniciaron las revueltas antidictatoriales en 2011 que derribaron el régimen de Zine El Abidine Ben Ali, y que luego se reprodujeron en otros países vecinos en las protestas conocidas como la “Primavera árabe”, aún transcurren los primeros días de la democracia.
Túnez es el único país del que puede decirse esto. En los demás, como Libia, Siria, Egipto y Yemen, los ciudadanos también salieron a las calles para poner fin a las dictaduras bajo las que habían vivido toda su vida solo para que ahora, 8 años después, se encuentren dominados por los mismos o peores regímenes e, incluso, desangrados por guerras que casi han borrado por completo la imagen de esperanza que el mundo vio a principios de década.
De acuerdo con Felipe Medina Gutiérrez, profesor de estudios del Medio Oriente de la Universidad Externado, quien vivió durante seis meses en Túnez, en 2014, las diferencias entre el proceso tunecino y el de otros países de la región comenzaron desde el primer momento.
“La transición en Túnez fue de un gobierno dictatorial a un gobierno civil, mientras que en Egipto, por ejemplo, asumió inicialmente una junta militar”, explica.
Esa diferencia se evidenciaría más adelante cuando, en 2013, solo 1 año después de iniciado el experimento democrático egipcio, el presidente Mohamed Morsi fue derrocado por un golpe militar que llevó al poder al actual mandatario, Abdelfatah Al Sisi.
Otra característica de Túnez frente a sus vecinos fue la ausencia de un actor extranjero en su transición. “En Libia, Muamar al-Gadafi no cayó enteramente por voluntad popular, sino por la intervención militar de la Otan y Estados Unidos. En Yemen, si bien hubo presión popular, enseguida Arabia Saudí y otros países del golfo intervinieron y marginaron la agenda revolucionaria”, agrega Medina.
Para el analista internacional Hasan Türk, “la tunecina era una sociedad más laica que otras de la región al momento de la revolución”, lo cual, en parte, llevó su proceso por vías menos trágicas que las de otros cercanos.
Aunque, en términos de transición política –afirma Medina– el caso de Túnez mantiene una impunidad equivalente al del resto de casos en cuanto a las represiones cometidas en 2011 y que en ese país dejaron 66 muertos en un mes, según cifras oficiales.
A diferencia de en 2014, cuando se presentaron las primeras elecciones presidenciales, la tensión entre islamismo y antiislamismo ha dejado de ser el centro de la campaña.
La carrera electoral en la naciente democracia tunecina se asemeja, en cierto sentido, a un pelotón de ciclistas: 26 candidatos fueron avalados por la autoridad electoral, con varias posturas similares y algunas líneas identificables.
Entre ellas, la opción islamista de Abdelfattah Muru, el líder del partido Ennahda, y el empresario laico Nabik Karui, quien permanece encarcelado desde el pasado 25 de agosto acusado de lavado de dinero y cuya liberación fue solicitada esta semana por la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea.
De momento, y teniendo en cuenta que la legislación electoral de ese país prohíbe las encuestas, nadie se atreve a hacer pronósticos. La incertidumbre, sobre el resultado y sobre el futuro de la transición de Túnez, van de la mano en una democracia que da sus primeros pasos
Periodista de la Universidad de Antioquia. Creo que es bello dedicarse a leer el mundo, a buscar los trazos que dan forma a esa figura punteada. Creo en los párrafos borrados, en las conversaciones obsesivas, en las palabras que buscamos y, a veces, encontramos.