Un nuevo capítulo en la historia de Estados Unidos comienza este miércoles. A sus 78 años, Joe Biden tomará posesión como presidente, junto a su fórmula Kamala Harris, quien se convertirá en la primera vicepresidenta de la historia del país.
Cuando Biden y Harris caminen juntos por el frente oeste del Capitolio para jurar proteger la Constitución culminará, al menos en el papel, la era de Donald Trump. Este 20 de enero se efectúa la transición más álgida de la historia del país, antecedida por un asalto al Capitolio y un mandatario que se negó a aceptar su derrota hasta el último momento.
“Nosotros avanzaremos y reconstruiremos juntos”, fue la promesa que hizo Biden esta semana. Él no recibirá el cargo de las manos de su antecesor. Donald Trump se negó a asistir a la ceremonia de investidura y será Mike Pence, el vicepresidente saliente, quien le entregue las riendas de Estados Unidos al líder demócrata.
Ese es uno de los tantos motivos por los que este cambio de gobierno es un momento histórico. Desde hace más de un siglo todos los mandatarios han asistido a las investiduras. Incluso hace cuatro años Hillary Clinton estuvo en el público junto a su esposo, el expresidente Bill Clinton, para ver la juramentación de Trump después del escándalo de Cambridge Analytica y una convulsa campaña.
Pero Trump, un magnate con una fortuna evaluada en 2.500 millones de dólares, según Forbes, y que ocupa el puesto 339 en la lista de los más ricos, es un hombre de posar en sus triunfos, no en sus derrotas.
Por eso, se une a la pequeñísima lista de los otros tres exmandatarios que tampoco entregaron el poder a su sucesor: John Adams, John Quincy Adams y Andrew Johnson. Siempre, desde 1877, sin importar las guerras y las divisiones partidarias, las transiciones se dieron con un apretón de manos entre mandatarios y una multitud enfrente del Capitolio como símbolo de unión.
Este miércoles, Biden vuelve a pararse en ese mismo lugar en el que acompañó a Barack Obama en 2008 y 2012 a tomar su cargo como el primer mandatario afroamericano de la historia. El demócrata conoce bien el significado de sentarse en el Despacho Oval por los ocho años que se desempeñó como vicepresidente y, dice Obama, como su amigo personal.
Juramento por un cambio
“Juro solemnemente que apoyaré y defenderé la Constitución de los Estados Unidos contra todos los enemigos, extranjeros y domésticos; que mantendré verdadera fe y lealtad a la misma; que asumo esta obligación libremente, sin ningún tipo de reserva mental o propósito de evasión, y que cumpliré bien y fielmente con los deberes del oficio en el que estoy a punto de entrar: Ayúdame Dios”. Cuando Biden pronuncie esas palabras con la mano derecha en alto será, oficialmente, el presidente de los Estados Unidos de América.
La promesa la toma ante un juez de la Corte Suprema y es transmitida por señal internacional. Harris también dirá esas palabras, como es tradición en las investiduras, pero la de este año tiene una característica que la convierte en un momento insignia para la posteridad: ella será la primera mujer, además de ascendencia afro y migrante, que estará en la silla vicepresidencial.
Tras los protocolos Biden se dirigirá escoltado por la guardia presidencial hacia a la Casa Blanca: su hogar para los próximos cuatro años. A lo que sucederá este miércoles 20 de enero en Estados Unidos se le dice Inauguration Day. Esto traduce Día de Inauguración y hace de la investidura del nuevo Ejecutivo una fiesta nacional. En esta ocasión, por la pandemia, la celebración será virtual en un concierto nocturno transmitido por televisión y redes sociales.
Después del evento, llega la realidad: cuatro años de presidencia para levantar a Estados Unidos de la pandemia, la crisis económica derivada de esta, la fractura social tras una administración que hizo de la polarización su estrategia; la crisis institucional por la toma al Capitolio, el llamado que hizo la Cámara de Representantes a las Fuerzas Armadas de intervenir y un sistema descompuesto por las divisiones que están en el pueblo norteamericano.
Para las primeras semanas de Gobierno se vaticina un plan de recuperación económica con 1,9 billones de dólares en ayudas, la regularización de 11 millones de migrantes indocumentados, el regreso al Acuerdo de París –del que Trump retiró a EE.UU. por su escepticismo ambiental– y una nueva estrategia para combatir el coronavirus.
Todos estos puntos son, precisamente, los aspectos más álgidos de la agenda del republicano que el demócrata criticó en campaña. “Biden tomará posesión en un momento en el que el país enfrentará muchos problemas domésticos”, asegura Sandra Botero, politóloga y profesora de la Universidad del Rosario.
La covid-19 muestra las vicisitudes que enfrentará: esta semana los Centros de Control de Enfermedades pronosticaron que para la primera semana de febrero el país reportará entre 1,3 millones y 2,4 millones de nuevos casos del virus, además de 92 mil muertes, por lo que Biden asumirá para enfrentar tiempos difíciles.
Nueva política exterior
La ecuación de lo que suceda en Washington puede afectar al mundo entero. Potencia, líder de los países del hemisferio occidental, con su silla en el G7 y en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tiene la capacidad de direccionar la política internacional. La cuestión es, ¿en la agenda habrá espacio para esta cuando los problemas internos apremian?
Al menos respecto a Suramérica, dice Botero, “si nosotros normalmente no somos una prioridad, menos lo seremos en los meses que vienen porque Biden va a estar lidiando con problemas internos y de gobernabilidad graves. Estados Unidos pasa por un momento delicado de su democracia”.
Cuando Biden estuvo en el Senado integró el Comité de Relaciones Exteriores desde el que respaldó las incursiones militares del gobierno de George W. Bush. En el mandato de Obama la dupla no pasó un solo día de su administración sin estar en una guerra internacional.
Mientras ellos pusieron tropas en Medio Oriente, Trump ordenó retirarlas. Y, sobre Latinoamérica, en campaña Biden dijo que la estrategia hacia Venezuela fue “fallida”. Por eso, estamos ad portas de un periodo de reajuste en la retórica norteamericana hacia la región.
Fabio Sánchez, profesor de la Escuela de Política, Universidad Sergio Arboleda, asegura que “en esta ocasión el cambio será notorio y profundo porque la agenda Trump contrasta con las visiones de Biden”.
“La región no será vital para Washington en los próximos años, más allá de la crisis en Venezuela, los temas centrales serán: Irán, China, Rusia, el cambio climático, la emergencia del covid y el terrorismo en Oriente Medio”, agrega.
Sobre Colombia hay asuntos cruciales para el Gobierno Nacional como la lucha contra el narcotráfico, el futuro de los proyectos de paz, el apoyo económico para atender la migración proveniente de Venezuela y, sin duda, la posición política respecto al régimen de Nicolás Maduro.
Fue Obama, cuando Biden era su vicepresidente, quien respaldó la iniciativa del exmandatario Juan Manuel Santos de cesar la persecución contra los campesinos y abrir paso a los desarrollos alternativos. En campaña Biden también aseguró que era momento de poner fin a la guerra contra las drogas y enfocarse en la prevención.
Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, afirma que “en la relación de Maduro y el chavismo con Estados Unidos no se esperan grandes cambios en los próximos meses. Después se esperará una reconfiguración de la política exterior norteamericana hacia Latinoamérica en la que se pondrán algunas prioridades que pueden afectar, incluso, a Colombia”.
Y es que en 2020 algunos políticos latinoamericanos jugaron sus cartas públicamente a favor de Trump. El representante a la Cámara del Centro Democrático Juan David Vélez, la senadora Maria Fernanda Cabal y el exsecretario de la Asamblea Nacional venezolana Roberto Marrero apoyaron su reelección, creando el fantasma de Biden representaba el “castrochavismo”. Hasta el presidente de Brasil Jair Bolsonaro sigue insistiendo que Trump ganó las elecciones.
Sectores de centro y de derecha apostaron por un presidente que sale del poder con un segundo juicio político a cuestas, carentes apariciones públicas, con renuncias en su gabinete y tensiones con su vicepresidente Mike Pence.
Desde el viernes en Washington se desplegó un operativo militar sin precedentes para blindar la ciudad de la violencia que pronosticó el FBI de cara la investidura de Biden. Los 50 estados del país también entraron en vigilancia continua por el temor a las manifestaciones.
Con los militares en el Capitolio, la capital aislada y el augurio de un mandato de un solo periodo, el demócrata tomará posesión para llevar las riendas de una democracia en crisis
4
años durará la administración de
Joe Biden en la Casa Blanca.