Copiapó ya no vive el frenesí y la incertidumbre que presenció hace 5 años, cuando se conoció la noticia del derrumbe de la mina San José, a solo 30 kilómetros de la ciudad y en medio de una imponente mezcla de desierto, valles y montañas.
Pero por la relevancia que tomó dicha proeza social y de ingeniería, y los hechos posteriores, algunos ecos se escuchan en las solitarias calles y en las noches se sienten las horas angustiosas que vivieron en agosto, septiembre y octubre del año 2010 decenas de familiares de los 33 mineros, miles de periodistas de todo el mundo congregados junto a ellos, y millones de chilenos con sus ojos y oídos puestos sobre la urbe de 200.000 habitantes y la cercana mina.
¿Qué ha pasado con los protagonistas de esta historia de entereza, coraje, solidaridad, carácter y patriotismo?, ¿y cómo se ve este rescate tras el paso de media década?
Un filme revive el recuerdo
Cinco años se sienten y han hecho olvidar, en cierta forma, esos momentos. Pero una película ronda por las carteleras del país y ha sacado de la memoria de los chilenos lo que ocurrió desde el 5 de agosto de 2010, cuando los 33 mineros quedaban atrapados.
“La experiencia del rescate ha sido recientemente refrescada en Chile por el estreno de un largometraje —que aún no se ha lanzado en otros países—, titulado “Los 33”. Es una coproducción colombo-chilena-estadounidense y está dirigida por Patricia Riggen. Quienes participan en ella están asociados a éxitos de Hollywood y el filme tiene por tanto calibre internacional”, resaltó Héctor Soto, columnista político y editor asociado de Cultura del diario La Tercera.
“Hace poco se estrenó esta película, que intenta reflejar la experiencia de estos mineros. Ellos se juntaron para la premiere acá en Chile, y se supo que están en situaciones completamente distintas tras cinco años de los sucesos”, aseguró Christian Palma, director del semanario 7días y corresponsal en Atacama de los diarios Página/12 y La Tercera.
La crítica en el país que ha inaugurado la cinta, desde agosto, ha sido muy positiva. Fue la más vista durante varias semanas, incluso hasta septiembre. Según informó la distribuidora Fox Warner, a diez días de lanzada en Chile, sumó 539.303 espectadores.
Una realidad distinta
Pero mientras la representación de las proezas del rescate se lleva los aplausos, ambos expertos lamentan que la situación actual de los mineros sea muy distinta a la que previeron en esos soleados días de octubre.
“Hay unos pocos mineros que están muy bien. Mario Sepúlveda, uno de los más reconocibles, el calvo que narró el video en el que ellos enviaron sus saludos a la superficie, está dando charlas motivacionales en empresas y otros lugares. Asimismo, el capataz, Florencio Ávalos, está trabajando para el gobierno, en el Servicio Nacional de Geología y Minería, haciendo campañas de prevención de riesgos”, aseguró Palma.
“Otro de los que está en buena situación es Omar Reygadas, que ahora es guía turístico en la mina, ya cerrada y en donde se creó un museo sobre lo ocurrido”, añadió.
“Pero en general la situación es distinta, no es la ideal. El boliviano, Carlos Mamani, no está muy bien y se ha quejado en reiteradas ocasiones de la falta de trabajo y oportunidades. Así está un grupo casi mayoritario de los mineros, de hasta 15, al que le cuesta conseguir empleo porque los patrones los ven como una fuente de problemas”, explicó.
De hecho, el mundo entero pensó que ser uno de los 33 representaría, desde el 12 de octubre de 2010, día en que empezaron a ser rescatados, un honor y un hecho que generaría reconocimiento social, admiración y, por qué no, algo de estabilidad económica.
“No los contratan porque consideran que tienen secuelas de esos hechos, y por todo lo que significa ser uno de los 33. De hecho hay muchos que comentan tener pesadillas y problemas psicológicos. En resumen, no ha sido fácil para ninguno de ellos y se puede decir que no están bien ni en lo anímico, ni en lo económico”, advirtió.
Oportunismo y rechazos
Para el mundo, la unión de un país acostumbrado a las catástrofes, para rescatar a 33 humildes trabajadores de una empresa minera, fue un ejemplo digno de admirar, y en esto, sin duda, fue clave el liderazgo del gobierno del entonces presidente Sebastián Piñera. El mandatario fue elogiado por medios globales, líderes y organizaciones multilaterales.
No obstante, a cinco años, la lectura de los chilenos se ha distanciado mucho de esa visión optimista de las cosas, ante una proeza que se llegó a considerar perfecta.
“El rescate de los mineros fue una inyección a la vena de los chilenos, cargada de energía y orgullo nacional. Una empresa que se veía casi imposible se pudo llevar adelante por iniciativa de todos. El episodio coincidió con el mejor momento del gobierno Piñera, que estaba por entonces comenzando”, recalcó, por su parte, Soto.
“Pero ese legado y ese activo que Piñera ganó con el rescate se disipó con distintos hechos y en muy pocos meses. Asuntos tan anecdóticos como la destitución de Marcelo Bielsa como entrenador de la selección nacional de fútbol, incidieron. La opinión pública sospechó que, detrás de esos hechos poco esclarecidos, estaba la mano del Ejecutivo porque no se llevaban bien. Las ideas de izquierda de Bielsa eran contrarias al presidente, y eso alimentó la especulación y el repudio”, afirmó.
Además de estos hechos macondianos, el mandatario hizo una gira internacional después del rescate, y con ella una parte considerable de los chilenos sintió que lo que ocurría alrededor de los mineros era puro oportunismo.
“En todas partes del mundo le tendían la alfombra roja a Piñera, y a donde quiera que iba, en medio de aplausos, mostraba el papel que los 33 habían enviado desde el fondo de la mina —diciendo que estaban bien—, como un recuerdo de esos acontecimientos. Ese papel, en realidad, lo mostró demasiado. El país advirtió que le estaba sacando más jugo al episodio del que podía de verdad dar. El desenlace de estos hechos para Chile no fue, por tanto, bueno”, agregó.
“Se había celebrado mucho porque todos pensábamos que la vida de estos mineros estaba asegurada. Piñera ofreció y prometió mucho, le sacó mucho provecho a estos hechos, pero en realidad nada resultó como se pensaba”, manifestó, por su parte, Palma.
El rescate humano, común
Lejos de los flashes, de los aplausos, de los discursos, de la parafernalia política, en las semanas posteriores al rescate, los mineros volvieron a unas casas más cálidas que nunca, donde la fiesta, la guitarra, el vino y las sonrisas iluminaban espacios en los que había algunos periodistas que ya eran parte de las familias.
Se trataba de personas como Christian Palma, que acudió a la entrada de la mina a pocas horas de conocido el hecho: “El 5 de agosto tuve mucha suerte, iba preciso de Santiago a Copiapó, a visitar a unos familiares. Cuando me fui al aeropuerto, escuché en la radio que 34 mineros —porque se pensaba que eran más—, estaban atrapados o probablemente muertos”.
“Me subí al avión con esa información. Estaba trabajando para el diario La Nación, y cuando aterricé, llame a la redacción para ver si debía o no ir. Me dijeron que no me preocupara, que no tenía tanta importancia. Yo, con cierto olfato periodístico, fui no más. Alquilé un carro y partí a la mina a ver lo que estaba pasando”, relató.
Al ser uno de los primeros periodistas en llegar al lugar, Palma fue de los pocos que pudo entrar al socavón —que después fue cerrado—, que alertó de la magnitud del hecho al mundo, y que formó una perdurable amistad con los familiares de los mineros.
“Nos quedamos en una carpa y desde ahí comenzamos a reportar. No había nada en un principio pero a los días empezó a llegar la prensa mundial y los rescatistas. Se formó toda una aldea, de más de 2.000 personas. Fue una experiencia increíble en lo personal y en lo profesional”, recordó.
“Fue una energía impresionante cuando se supo que estaban vivos. Todo el mundo lloraba. En vez del trabajo periodístico, todos los que estuvimos allí nos volvimos parte de la familia”, aseveró.
Palma tenía el dinero justo, y no contaba con los mismos medios que los colegas de CNN, o los de BBC, que habían llevado casas rodantes con comodidades. Hizo reportajes a pulso, pero sostiene hoy que de esa forma, en medio del frío y sin facilidades, tuvo una sensibilidad mayor y salía mejor su relato en las ediciones del diario santiaguino.
“Me acerqué tanto a las familias que estuve en las fiestas de 11 mineros con sus amigos y cercanos, algo que otros reporteros no lograron. Era como si Chile hubiera ganado la Copa del Mundo, en barrios populares, muy pobres, donde se cerraban las cuadras. La alegría era indescriptible”.
Sentido
Desde esa perspectiva, más humana y cercana a los chilenos del común, se puede interpretar la grandeza de lo que ocurrió del 5 de agosto al 13 de octubre, cuando Luis Urzúa Iribarren era el último minero en salir a la superficie: un episodio que sacó a flote los mejores valores del pueblo chileno.
Asimismo, lo de Copiapó demostró la necesidad de la unidad en una nación con heridas de décadas. “Nadie puede decir que no lloró. Por lo menos en Chile, donde un país históricamente dividido entre la derecha que se identifica con Pinochet y la izquierda con Allende, se unió en torno al rescate de 33 mineros. Eso incluso no lo hace la selección de fútbol”, acotó Palma.
Para Soto, “es un pasaje estimulante en nuestra historia, emotivo. Había caído un poco en el olvido, pero tras cinco años es muy estimulante para los habitantes de este país”.
“Por otra parte, es una muestra de nuestro carácter como nación, acostumbrada a las catástrofes. Ese hecho nos reafirmó el empuje que tiene el chileno para ayudar a los demás. Tal vez se nos considera fríos y opacos, pero esos acontecimientos demostraron nuestra solidaridad y capacidad para soportar situaciones difíciles”, concluyóPalma.
70
días fue el tiempo que transcurrió desde el derrumbe hasta el rescate del último minero.
720
metros era la profundidad del lugar donde quedaron atrapados los 33 de la mina San José de Copiapó.