La apuesta principal del gobierno de Gustavo Petro ha mutado con los meses, primero se llamó “perdón social” y terminó denominada como la “paz total”. Se trata de un nombre ambicioso, señala que después de estos posibles diálogos las guerras desaparecerán del país, pero la historia reciente ha mostrado cómo otras negociaciones —EPL, Farc y paramilitares—, derivaron en otras espirales de violencia y en el nacimiento de nuevas bandas criminales.
La multiplicad de frentes de negociación –hay con el ELN, con bandas urbanas, con disidencias de las Farc– tiene el riesgo de convertirse en un desgaste para quien lidera el proceso, el comisionado de Paz, Danilo Rueda. El don de la oblicuidad no existe y el círculo de confianza de Petro es muy reducido para darles semejante responsabilidad a otras personas. Hasta ahora, reconocen en la Casa de Nariño, no las hay.
Pero lo avanzado hasta ahora va más en lo discursivo que en lo material. Por un lado, con el ELN se cerró este 2022 un primer ciclo de diálogo y el resultado más tangible fue una reducción de hostilidades en dos zonas de Cauca y Valle. No se habló de cómo quitarles las armas a los más de 1.700 hombres que tiene en armas (sus milicias urbanas suman cerca de 2.000 más) y menos de si van a entregar las rutas del narcotráfico que controlan en la frontera con Venezuela, aunque se debe aclarar que es un proceso que apenas reinicia tras cuatro años de cese de negociaciones.