Fue en la recta final del tumultuoso proceso de Paz entre el Gobierno y las Farc, cuando el maestro José Augusto Rivera Castro —al intuir que todo tenía vocación de realidad— se preguntó: ¿cómo representar que 13.000 guerrilleros dejarán sus armas? ¿Cómo representar a un país que ahora debía mirarse a la cara, decirse verdades, perdonarse?
La respuesta la halló en lo simple: un recuerdo de su niñez. El maestro recordó la forma en la que sus padres, en la casa de su natal Herveo, Tolima, ponían fin a los los agarrones entre hermanos.
–Nos decían: “listo, se acabó la pelea. Ahora nos vamos a abrazar todos”. Y nos juntábamos y quedábamos un rato así, y ahí acababan las rabias.
Entonces formaban una cadena de manos entrelazadas con las cabezas unidas. Un solo cuerpo formando un círculo como si fuesen un escudo de bronce. Un ritual. Esa fue su respuesta.
El artista tolimense adoptado por Antioquia empezó a darle forma al “Ritual de la Reconciliación”, una pequeña escultura de 17 centímetros que estuvo lista para el 30 de septiembre de 2016, día en el que las Farc pidió perdón al pueblo de Apartadó por la masacre del barrio La Chinita en 1994, una matanza de 35 personas por la que 22 años después sus autores tuvieron que mirar al rostro a miles de personas que recorrieron las calles como un río blanco y colmaron el coliseo para escuchar esa petición de perdón.
Necesarios como son los símbolos para asirse de ellos y no desfallecer cuando víctimas y victimarios se encuentran, la presencia del pequeño abrazo de bronce, o mejor, su significado, confortó a muchos de los presentes.
–Es la reunión de unos seres humanos que se sostienen unos a otros después del agotamiento que deja una tragedia. Abrazados, vuelven a proyectar sus vidas y encuentran lo esencial de ella para continuar —declara.
Fue Sergio Jaramillo, el Alto Comisionado para la Paz en ese entonces, quien le pidió al maestro Rivera que le permitiera llevar el “Ritual de la Reconciliación” a recorrer el país, y así empezó una especie de peregrinación de la obra hasta que terminó en septiembre de 2017 en la Nunciatura Apostólica, en una extensa mesa colmada de presentes para el Papa Francisco que acababa de llegar para recorrer cuatro ciudades de Colombia durante cinco días frenéticos.
Semanas atrás el Senado había aprobado entregar la escultura al Papa a nombre de la Nación por su compromiso con la paz.
La reacción de Francisco, genuina y desenfada, fiel a su estilo, fue pedir que “la empacaran” inmediatamente. La quería en su despacho.
Entonces el artista se la jugó. Supo que el “Ritual de la Reconciliación” debía ser monumental y debía estar en el Vaticano. Y así se lo propuso al Papa.
****
El maestro Rivera viajó en 2018 a Roma para empezar las gestiones de llevar su obra a los dominios del papa Francisco como donación del pueblo colombiano.
El canciller Carlos Holmes Trujillo y el embajador Aníbal Riaño se sumaron para entregarle oficialmente la propuesta al gobernador del Vaticano, Giuseppe Bertello, y a Barbara Jatta, la primera mujer en la historia en dirigir los Museos Vaticanos.
Encaminada la gestión formal —y con los tiempos normales propios de la burocracia y la agenda vaticana— era el momento de sacar a relucir sus dotes de rebuscador. Una noche en un bar romano repleto de latinos y al son de unas cervezas, preguntó a sus amigos y a los presentes si conocían a alguien que le hablara al Papa. Quería llegar a Francisco por diferentes caminos.
Al día siguiente apareció una mujer colombiana. Resultó que tenía la forma de presentar al maestro con Fabio Baggio, el ministro de migraciones del Vaticano, encargado de entregarle cada mes, directamente al Papa, el informe de la situación de los migrantes en el planeta.
A Baggio lo sedujo el proyecto y apostó a que Francisco al verlo se enamoraría de él. Al momento de entregarle el informe, Baggio puso encima del escritorio la carpeta que detallaba el proyecto para la donación del “Ritual de la Reconciliación”. La idea era que Francisco sintiera curiosidad y pidiera detalles de la obra. Pero no fue necesario. El Papa supo de qué se trataba y pidió que iniciaran las gestiones para tener la obra en los Jardines Vaticanos.
Con la bendición papal, las autoridades vaticanas, en cabeza del gobernador Bertello, le ampliaron al maestro detalles de los deseos del pontífice. La escultura tendría que ser ubicada en el Patio de la Piña, uno de los principales corredores y por el que transitan 10 millones de personas al año.
El subdirector de Cultura del Vaticano, monseñor Melchor Sánchez, dijo en ese momento que existían obras que tenían la fortuna de representar toda una época de la humanidad y, para él, esta escultura podría “llegar a representar los anhelos de la humanidad en esta época”.
La aceptación llegó oficialmente en junio de 2019. El maestro Rivera volvió a Colombia a trabajar en varios frentes. Tenía una escultura monumental por hacer, miles de millones por recaudar y cientos de gestiones por adelantar. Pero llegó la pandemia.
****
Cuando tenía 10 años, Rivera era responsable de uno de los oficios más importantes en su pueblo, era el encargado de recoger la prensa en la Estación de El Cable El Herveo para ayudar a su padre a distribuirla. Los leía completos mientras regresaba cargado de periódicos. Eran épocas oscuras (aunque qué época no lo ha sido). En su propio pueblo le tocó presenciar el horror de una guerra que apenas nacía. Y por la prense se enteraba de que en otras partes del país la cosa no iba mejor.
Pero el hogar del maestro era uno amoroso. Intentaba blindarse de lo que pasaba afuera. De su mamá heredó la sensibilidad por el arte. Por eso dejó de lado su carrera de Química en la Universidad Industrial de Bucaramanga e ingresó a estudiar su verdadera pasión en la Universidad Nacional en Bogotá y en la Escuela de Artes en Medellín. En la capital antioqueña conoció al maestro Rodrigo Arenas Betancur, se afianzó como artista y encontró en una de sus montañas la mejor trinchera para atravesar la pandemia mientras su monumental abrazo tomaba forma.
En una finca-taller en Belén Aguas Frías, y con el apoyo que logró sumar de aliados y amigos, se metió de cabezas junto con ayudantes y aprendices. El proceso comenzó en el primer semestre de 2020. El primer paso fue modelar la familia: hombres, mujeres, niños, adolescentes, bebés y un perrito greñudo.
Terminado el modelado, la escultura pasó a los procesos de fundición. Primero segmentaron la escultura para recubrir las figuras con silicona y revestirlas con fibra de vidrio. Luego vino el vaciado en cera previo a la quema del molde cerámico. Una vez que se solidificó el material cerámico, la cera se derritió y salió por los respiradores dejando los espacios que posteriormente serían ocupados por el bronce fundido, el cual al enfriarse asume todas las formas y ocupa todo el espacio de los moldes. La etapa de fundición es una de las más hermosas.
Luego llegaron las piezas de bronce, limpiadas meticulosamente con cincel y martillo para que desprendieran la pequeña capa de material refractario que las recubría y así poder pulirlas, soldarlas y darles su acabado final.
En medio de todo el proceso, cuenta el maestro Rivera, surgió la posibilidad de que la obra fuera fundida en Italia. Pero eso le habría restado poder, asegura, al hecho de que sea un regalo de Colombia para el mundo. No había otro camino al de fundirla aquí, en la tierra de Arenas Betancur. Así que actualmente la fundición de la escultura se acerca al 50 % en el taller de Armando Cano, con quien ha trabajado en llave durante toda su carrera.
El “Ritual de la Reconciliación” mide 2,5 metros de largo, 3,50 metros de diámetro y casi tres toneladas. Cientos de personas se sumaron a la búsqueda del cobre y el bronce, donaron recursos y financiaron el monumento adquiriendo pequeñas piezas de colección de la obra. Hacer posible la escultura requirió más de $1.500 millones.
****
En una de las salas del primer piso del Palacio de Cultura Rafael Uribe Uribe hay un exposición con cinco televisores barrigones sobre pedestales blancos. Las imágenes que proyectan, una y otra vez, son discursos de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Sus voces se turnan unas veces y se superponen otras. Uribe pregona, ordena, y se ufana de la ofensiva militar; Santos hace promesas, pronostica el triunfo de la paz.
A unos pasos está el modelado original del “Ritual de la Reconciliación”. Es lo primero que ven los turistas y visitantes que ingresan al Palacio. Su presencia allí es la cumbre de un largo recorrido que ha hecho el maestro Rivera para llevar su obra a la gente, para que su significado cale hasta en los huesos.
Diferentes versiones con distintos tamaños han hecho parte de exposiciones itinerantes, de encuentros en lugares solemnes como salas de museo y auditorios académicos hasta pasillos de centros comerciales.
Desde niños indígenas del altivo pueblo Misak hasta estudiantes de colegios públicos de Medellín; desde obreros y turistas; estudiantes y dignatarios, todos ellos han podido tocarla y se han retratado con ella.
Juan Correa Mejía, director del Instituto de Patrimonio y Cultura de Antioquia, dice que quisieron acoger el modelado de la obra porque están convencidos del poder de su mensaje para movilizar en los visitantes el respeto por la vida y la reflexión sobre la necesidad de un cambio cultural.
El maestro Rivera dice que el “Ritual de la Reconciliación” es ajena a la política. Pero luego recula. Su obra, por supuesto, es una manifestación política e incluso se estudia como tal en un doctorado en la Universidad de México.
Quiere decir, más bien, que es ajena a las minucias y pequeñeces del panorama político del país. Las gestiones para que su obra halle un lugar en los Jardines del Vaticano las comenzó el gobierno Duque y las finalizará el gobierno de Gustavo Petro con un último empujón de recursos por parte del Ministerio de Cultura para trasladar la escultura.
Tampoco hay duda de que la decisión es una declaración de principios del papa Francisco. En las 23 hectáreas que conforman los Jardines del Vaticano, cuyo origen se remonta al medievo, jamás ha ingresado una obra que no perteneciera a un artista europeo.
Por primera vez una obra latinoamericana, del tercer mundo, engalanará los Jardines Vaticanos, lo que para el maestro Rivera es una muestra de coherencia de un Papa cuyo legado, en buena medida, ha sido la reivindicación de los subyugados.
Pero es, sobre todo, una invitación a millones de personas a abrazarse. En aproximadamente ocho meses, cuando la escultura repose finalmente en su destino, cada visitante que camine por el Patio de la Piña recibirá de los guías la historia que precede la obra. La historia del Acuerdo de Paz, de la masacre de la Chinita, la historia de un país cuyos habitantes todavía intentan reunirse después de la tragedia, verse a la cara, tocarse, rodearse con los brazos y proyectar la vida en paz que no han podido vivir hasta ahora.