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UN GRITO DE DOLOR

  • UN GRITO DE DOLOR
02 de agosto de 2014
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Estas últimas semanas nos han llegado, en la sección de información internacional de los distintos medios, desgarradoras fotos de mujeres y niños en cuyos rostros se refleja el pánico de la guerra entre palestinos e israelíes. Es un odio desmesurado, que pasa frente a la mirada ominosa de líderes mundiales como el presidente Obama. Obama se ha gastado dos billones de pesos colombianos en materiales de guerra enviados a Israel para apoyar este abominable y desproporcionado conflicto. Él, nosotros, ellos, guardamos un silencio cómplice, mientras cada día mueren cientos de niños ante los ojos de sus madres y padres.

La guerra la emprenden los hombres, a los que parece gustarles ese poder sangriento y sin control. "A los hombres (a la mayoría) les gusta la guerra, pues para ellos hay en la lucha alguna gloria, una necesidad, una satisfacción que las mujeres (la mayoría) no siente ni disfruta", señaló la fotógrafa Susan Sontag. Sí, es una complacencia que las mujeres no provocan, la padecen.

¿Qué tanto nos duele este cruel espectáculo de sufrimiento ajeno? ¿Por qué cerramos bruscamente las páginas de la prensa y seguimos con nuestras vidas? Las imágenes de la guerra —esas tantas fotografías a color que en primera página publican los diarios del mundo—, producen horror. Nos dejan al descubierto una abominable guerra que nadie parece interesado en evitar. Ningún gobierno lo hace, pese a la desigualdad tan abismal entre el sofisticado armamento que poseen los israelitas y la pobre defensa palestina.

La población civil cae, mientras que las minorías que provoca este conflicto no son tocadas por las balas opuestas. Los miembros del grupo palestino Hamás y sus enemigos israelíes, se resguardan tras sus trincheras.

Hace apenas unos días, después de tantos siglos de guerras, los diarios nos recordaron el centenario de la Primera Guerra Mundial. Hay imágenes memorables de aquel cruel periodo, como la que retrata esa fila de soldados, cegados por gas tóxico, cada uno apoyando su mano en el hombro de su compañero. Todos, en su marcha de incertidumbre, arrastran los pies hacia el puesto de socorro.

Cien años y parece como si nada hubiese cambiado. Seguimos enfrascados en la destrucción, pese a que las dos guerras mundiales nos hayan enseñado que solo dejan ruina. Por ejemplo, Europa se arruinó a sí misma. Queda claro: la guerra ha sido la norma; la paz, la excepción.

La guerra, dijo Susan Sontag, "se ve como algo que entablan los hombres, sin inmutarse ante la acumulación del sufrimiento infligido; y la representación de la guerra, con palabras o imágenes, precisa de un agudo y resuelto desapego".

Lo más repugnante es que al mirar esas fotografías de mujeres y niños, nadie se conduele activamente. Ningún judío tendrá el valor de pararse y protestar, ninguno condenará lo que está haciendo esta guerra tan desigual, porque lo que produce este ataque en el pueblo israelí, es que impulsa más el activismo en pro de la defensa de su país.

Cuando tuve la oportunidad de visitar esa región, percibí que cada ciudadano era un soldado preparado para la guerra, no para la paz. Es más, puedo asegurar que muy pocos ciudadanos israelíes, consideran que esta guerra es injusta. En las fotos vemos a las mujeres y niños tomarse el rostro con las manos. Imaginamos un grito ensordecedor. Solo lo imaginamos, porque esas imágenes son silenciosas, tanto como nosotros ante semejante desastre humano.

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