Entre las cosas interesantes que pueden verse en televisión la más hipnotizante, sin duda alguna, es el fútbol. Y eso no tiene que ver nada con la televisión sino con el poder de fascinación que ha alcanzado el fútbol. Es tanta la seducción de este deporte que uno puede ver completo un partido del menos que mediocre fútbol colombiano y, por patriotismo, de la mediocre selección de Pinto. Esa lentitud desesperante, ese jugar sin ir a los arcos, esa incapacidad de hacer tres buenos pases seguidos. Y encima árbitros alérgicos al contacto físico que interrumpen los partidos cada diez segundos, perjudicados por jueces de línea que no les gusta la cal, ni las jugadas de peligro en los arcos porque inmediatamente detienen las jugadas.
Bueno, eso es lo que tenemos. Puedo ver la liga inglesa o la argentina para ver jugar fútbol pero allá no juega mi equipo, entonces hay que ver fútbol colombiano. Luego, vienen los locutores y comentaristas de televisión. Bauticémoslos Fernández y Hernández, como los personajes divertidos e incompetentes de "Las aventuras de Tin Tin". Fernández cree que el asunto es hablar muy rápido y gritar mucho, lo que produce muchísimos errores: les cambia el nombre a los jugadores (hace poco puso a jugar a Leonel Álvarez en la selección Argentina) y a los equipos, vuelve a narrar las repeticiones creyendo que son jugadas nuevas. Hernández habla como si el fútbol fuera más complejo que la física cuántica, propone teoremas, inventa palabras nuevas y horribles como "recepcionar" y actúa frecuentemente como promotor de algunos jugadores.
La sabiduría popular suele resolver este problema poniendo el aparato en silencio o remplazando el sonido por las trasmisiones radiales. Pero falta el productor. El señor que mientras hay un ataque pone la imagen de las porristas, el que saca toda la publicidad durante el juego y deja la pantalla limpia cada que entra la camilla al gramado (este es el país del mundo donde más entra la camilla a la cancha). El mismo señor que llena la pantalla de recuadros de publicidad y los coloca justo tapando el balón o al jugador mejor ubicado y vuelve a colocarlos en las repeticiones de las jugadas. Ahí no hay nada que hacer, sólo empezar a sulfurarse.
Pero falta lo peor. Caracol Televisión compra los derechos exclusivos de ciertos torneos. Bien, se dirá, pues hay que proteger el negocio. Pero compra esos derechos, impide que otros canales hagan sus trasmisiones y después nos esconde los partidos a los televidentes. No pudimos ver Paraguay-Venezuela, ni Brasil-Bolivia, porque el canal quiere imponer su programación.
Presentaron el primer tiempo de Uruguay-Ecuador para luego interrumpirlo para mostrar cómo se llenaba el Estadio Nacional de Santiago y para que Hernández y Fernández especularan con el clima, las alienaciones y las estrategias. Y esto es peor porque es una vulneración de los derechos del consumidor. A ver quién se avispa a ponerle el cascabel al gato.
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