El espíritu aventurero de tres jóvenes paisas los llevó hace tres años a empacar maletas y viajar a Asia. En su mente estaba pasear, conocer, probar, disfrutar, aprender y cuantos sinónimos más se puedan asociar al plan de descubrir el mundo. Sin embargo, nunca se imaginaron que ayudar también haría parte de esa lista de cosas por hacer en su travesía, entre otras razones porque en su ruta de viaje las consideraciones de que una tragedia ocurriera eran remotas, mínimas.
Pero, como el destino nada se guarda, el jueves 7 de noviembre los designios de la vida aparecieron para recordarles a los jóvenes que nada está escrito. Ese día tocó tierras filipinas el tifón Haiyan, considerado hasta ahora una de las tormentas más poderosas en la historia, emergencia que produjo un colapso en las zonas costeras del país.
La situación movilizó a todo el pueblo filipino a ayudar a los más de 10 millones de damnificados de la tragedia y, conmovidos por la solidaridad de los nacionales, este trío de viajeros paisas se dio manos a la obra también.
Cuenta Alfredo Jiménez, ingeniero químico de la Universidad de Antioquia de 26 años, que a ninguno de los tres jóvenes les ocurrió nada durante la tormenta, porque en Manila -la capital de Filipinas- las lluvias fueron muy leves, de ahí que ninguno hubiera resultado herido. Una vez sanos y salvos, el poderoso sentido solidario de los filipinos los llevó a entender que ellos también debían hacer parte de la solución.
"Este pueblo es increíblemente solidario y el entusiasmo de ayudar se contagia. Por la tragedia, acá todo el mundo se movió a ayudar con lo que puede y, en nuestro caso, la empresa para la que trabajamos hizo una donación en dinero y también nos dio la posibilidad de tomar días libres para ayudar en los centros de acopio", explica Alfredo.
Sin pensarlo dos veces, los muchachos decidieron ponerse a la orden y su labor consiste en armar bultos de mercados, compuestos por víveres, ropa y artículos de aseo, cada paquete pensado para una familia. Además, colaboran cargando los camiones que deben llevar las ayudas humanitarias al aeropuerto y que, posteriormente, son trasladadas a las zonas devastadas.
En palabras de Daniel Upegui, ingeniero electricista de la U. de A, también de 26 años, "en los sitios destinados para el apoyo de los voluntarios hay gente de muchos lados, estudiantes de universidades, particulares y extranjeros de varios países. Todo ha sido muy chévere, pero con tanta gente y tan pocos líderes las jornadas se vuelven un poco caóticas", asegura.
Lo más duro de la situación que viven estos tres jóvenes es que muchos de sus compañeros de trabajo tienen familiares desaparecidos por cuenta del tifón. "Uno no sabe ni qué decirles, pero tampoco hay mucho que se pueda hacer, más que esperar", reflexiona Jiménez.
Durante los primeros días del evento, el país estaba en shock, pero cuentan los jóvenes que la situación se ha ido normalizando de a poco. Y, pese a que todavía se mueven las ayudas, ya ha pasado el estado de urgencia extrema en el que vivían hace once días.
El sentimiento de satisfacción llena los corazones de los tres chicos. Sin embargo, estar de cara a la tragedia les ha generado profundas reflexiones. "Este hecho es impactante, aun cuando no me afectó a mí directamente. Aquí hay tifones todos años, siempre hay muertos, y uno se pregunta por qué el Gobierno nunca hace lo suficiente para evitar una tragedia que está más que cantada", dice Upegui.
El panorama de las calles en las zonas afectadas por el tifón Haiyan es desolado. Incluso, en algunos sitios los muertos -que ya ascienden a 3.976- yacen en las vías, en medio de la destrucción. Los más de 1800 heridos son atendidos en los centros hospitalarios y hay familias enteras que deambulan en busca de manos amigas como las de Alfredo, Daniel e Iván, que les devuelvan la esperanza de vivir.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6