Hernán Bedoya Arenas compone tobillos y canciones... Pero como de estas actividades no vive, camina por las calles vendiendo una menta aquí, un cigarrillo allá, una goma de mascar más adelante.
Lleva golosinas en un cajón de madera colgado sobre su pecho, que lo hace andar como mamá canguro con su cría en la bolsa. Del cajón pende un letrero de tela, el cual empuja con las piernas a cada paso: "Arreglo descomposturas de dedos, codos, rodillas, tobillos".
De componer tobillos no puede vivir porque es un don de Dios y, dice, no debe cobrar porque lo perdería; recibe lo que quieran darle. De componer canciones, tampoco, porque todavía no ha pegado una en el gusto de la gente, aunque tiene unas 20 melodías "en movimiento": algunas en la voz de La Esmeraldita de Antioquia, menos conocida como Miriam Gutiérrez, que, uno no sabe, tal vez un día lo pongan a recibir regalías. Otras hacen parte de repertorios de artistas callejeros.
Su estampa singular -sombrero de fieltro, gafas y barba espesa- da vueltas por calles céntricas desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Tiene aspecto triste. En una de esas irrumpe en el Parque de Berrío, donde se encuentra con amigos. Se sienta en una jardinera, dándole la espalda a la estatua de Pedro Justo Berrío. Bromea con ellos -vendedores, músicos, lustrabotas, desempleados, jubilados- o, mejor, deja que le gasten bromas. Le dicen que no le está componiendo el tobillo a Natalia, la rubia hija de una de las mujeres que está allí, a pesar de que lo ven untándole una pomada oscura con movimientos circulares, sino que todo aquello "lo hace el muy bribón por tocarle el pie a la muchacha".
Él sonríe, nada dice. Descansa de cargar el cajón de golosinas, cuya cargadera se hunde en sus hombros, así como la mochila de fique con los colores de la bandera colombiana, que cuelga de su hombro izquierdo y en la que lleva su vida: fotografías de sus cuatro hijos residentes en Quibdó y Manizales, en cuyos respaldos le dicen que lo recuerdan; papeles doblados con letras de canciones; algún surtido; ungüento, vendas... y el máster en que van grabadas cinco de 12 canciones de un proyecto titulado La Reina de la Canción Carrilera de Antioquia con Los Sureñitos, del cual él paga los gastos de producción. En Disco Pueblo le cobran 70.000 pesos por cada sesión de cuatro horas de grabación: voz líder, coros, acordeón, requinto y bajo.
Primeros pinitos
Yo voy sin rumbo muy pobre en esta vida,/ la fe perdida hoy la tengo yo./ Sólo me acompañan los recuerdos/ de aquel amor que un día se me fue. Con esta canción, Viejita santa, en honor a su madre muerta, se dedicó a la composición musical. Era 1998. Estaba en Manizales. Creía que se le había cerrado el mundo: hoy me acuerdo de mi viejita santa./ Esa que un día a mí me dio este ser...
Después vendría Tu amor ya no me importa, un tema de despecho. Las demás, unas 400, las compuso en Quibdó y Medellín.
Este hombre nacido en Santa Rosa de Cabal el 22 de octubre de 1950, comenzó a componer tobillos hace tiempos. Era 1975. Estaba en Marsella, población del centro de Risaralda. Recién casado, trabajaba en el campo con su suegro. Café, ganado, sus especialidades. Vieron cómo un novillo empujó un ternero por una barranca y éste fue a dar a una laguna. Los dos hombres corrieron a ayudar al ejemplar de raza criolla, de manchas blancas y negras. Lo hallaron desesperado, retorciéndose de dolor, con la rodilla derecha volteada hacia delante. Para colmo, entre el agua y acosado por una plaga de mosquitos. La situación no podía ser peor para el pobre ternero.
"¡A la mano de Dios!" Le dijo al suegro, quien daba por perdido el animal. Al tiempo, mentalmente, aplicaba el sentido común: "si volteo la rodilla hacia atrás, ella enchazará en su sitio". No sabía si el ternero batía su cola en círculos por el dolor o para espantar los condenados moscos, o por ambas cosas. Esa pierna parecía un resorte: Hernán empujaba con fuerza, con toda su fuerza, pero, ¡maldita sea!, la rodilla volvía a situarse donde no debía. Hasta que, ¡por fin!, la pieza entró en su sitio produciendo un crujido de huesos. El animal se paró, se apoyó tranquilo y salió caminando del abismo, apenas ayudado por ellos.
No sería el último animal que compusiera; vacas, caballos, perros dejarían de renguear gracias al risaraldense.
En cualquier parte
A componer articulaciones de humanos se atrevió en Manizales. Trabajaba de bulteador en la Plaza de Mercado y, en algún momento, le dijeron que fuera a casa, pues su mujer, María Cenelly, se había torcido un tobillo. No podía andar.
Él no corrió a su lado. Dejó pasar la jornada y, en la noche, al regresar, después de comer, le dijo: "Tranquila". Y comenzó a sobarla con el ungüento que usaba para el ganado. Tras oír y sentir bajo sus yemas el consabido crujido de huesos y tendones, le indicó confiado: "siga durmiendo; mañana amanecerá como nueva". Y así fue.
Incomprensión. Eso fue lo que hubo entre él y su esposa. Ya lo dijo en sus canciones. Por eso se separaron hace 10 años. Después de eso postergó mucho tiempo su llegada a Medellín. Su meta: para la actividad musical, aquí hay más oportunidades.
A su arribo, hace cinco años, se situó en el Parque de Berrío y desde el primer día se dio a la tarea de encontrar la mejor voz para sus canciones. Fue entonces cuando conoció a la Esmeraldita de Antioquia. Con ella, Los Sureñitos grabaron una canción suya, Gracias a mi padre, para un compilado de temas de artistas callejeros, auspiciado por la Asociación de Entidades Culturales.
Hernán compone dondequiera que esté. Donde lo encuentre una idea, se sienta y la apunta; donde lo halle un enfermo, allí lo compone. Con sus canciones recorre la ciudad; con su don de sobandero, también. "Me han llevado a distintos barrios", comenta orgulloso. Algunos le dan más de lo que él se hubiera imaginado; otros, apenas sí imaginan que deben darle una moneda. Pero él sigue su camino, sin desesperarse por recoger los cinco mil pesos, el costo diario de su pieza de hotel.
Pico y Placa Medellín
viernes
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