Lucinda Guerra contó esta historia acompañando cada palabra con la dosis de llanto suficiente para contagiarse de tristeza. Cada frase le dolía, al punto que debía guardar silencio y apartarse del teléfono, llorar y a los segundos volver a retomar la conversación. Estaba inconsolable.
Lucinda es antioqueña, le gusta que le digan "Lucy" y lleva 20 años viviendo en la isla de Santa Catalina. Su esposo es pescador, como todos los hombres de la isla.
Pero, entonces, ¿qué pasó el 19 de noviembre tras el fallo de la Corte Internacional de Justicia, CIJ?, ¿por qué lloras, Lucy?, ¿Cómo está tu familia?
Esas fueron las preguntas disparadoras de dolor: "Ese día pasamos de la alegría plena, a la tristeza completa. Después, el ambiente ha estado muy tenso y todos muy tristes. Nuestra preocupación más urgente es pescar antes de que empiece la explotación petrolera". Guardó silencio.
En San Andrés, Augusto Gallón, habitante de la isla, dijo lo mismo, sin llorar, pero con rabia. "Lo que pasó ese día fue simple. La Corte comenzó suave. Estábamos felices con la reivindicación de los cayos, ese fue el plato de entrada, nos llenamos de jubilo, pero resulta que el plato fuerte nos lo dieron al final y le echaron demasiado picante".
Gallón describió que mientras ellos pasaron la peor semana en su historia, el pueblo colombiano todavía no entiende la "magnitud de lo que significa esta situación, la gravedad, el dolor ha sido solo nuestro".
Patuco, como lo conocen en San Andrés, no es optimista con el futuro de su familia ni de su pueblo. "La fe la tenemos puesta en que el Gobierno medite antes de tomar cualquier decisión. Sería importante que nos escuche".
Sandra, hija de Augusto, es igual de pesimista a su padre, pero en ella además de rabia, hay más dolor. "Desde pequeña he entendido que San Andrés ha estado aparte de las decisiones de Colombia, es una risa total la presencia del gobierno colombiano en nuestra isla".
Lucy recuperó el aliento. "Lloro porque ahora ¿con qué dinero voy a mandar a estudiar a mi hijo al Continente? Los cayos eran nuestro sustento. Mi esposo hacía faenas de 10 o 15 días en los cayos que quedaron enclavados en Nicaragua y con eso vivíamos. Por eso es que las familias están afectadas porque allá es donde están los bancos más grandes de peces".
Esta semana, contó Lucy, pasó lo inevitable. Un barco de "los de nosotros" trató de ir hasta los cayos en una jornada de pesca, pero la guardia costera nicaragüense lo devolvió. Ya todos los pescadores, "tienen miedo".
En San Andrés, el pastor Raymond Howard, calificó de duelo estos días. "En el ambiente se respira frustración. Perdimos más de la mitad de nuestro territorio que tiene un significado no solamente económico sino espiritual", dijo el líder.
El pueblo raizal, que suman cerca de 30.000 personas alzaron su voz esta semana, porque aunque el fallo no los sorprende, ya que "sabíamos que íbamos a perder nuestro territorio", si esperan que tras esta tristeza el Gobierno Nacional los tome en cuenta.
"El fallo desató un patriotismo sorprendente, pero normalmente sucede. La otra semana, sale una nota más trascendental y otra vez, desaparecemos", declaró el Pastor.
Entretanto, Lucy, se despidió contando que su esposo "está muy bravo, triste. Anoche cuando vio el informe en el noticiero se puso a llorar. Él lo único que sabe hacer es ser pescador, ¿ya me entiende?".
Y entonces, Lucy, en un acto de buena fe, como para no perder la esperanza, hizo una petición: "Quiero le diga a los señores de La Haya que si ellos creen que los peces están en un pedazo de tierra".
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