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RÉQUIEM POR UNA VENDEDORA DE BOLIS

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19 de mayo de 2012
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Si Ludis Mercado Daza estuviera viva habría aprovechado esta visita de la Ministra de Educación a María La Baja, y seguro ahora andaría por aquí vendiendo sus bolis de Frutiño. Pero murió hace dos años, una tarde en que, precisamente, se encontraba en este mismo colegio vendiendo sus helados.

De repente, sin que estuviera brisando, el viejo árbol de laurel se desprendió del suelo y le cayó encima. Se necesitaron casi cincuenta hombres para remover la pesada fronda y rescatar el cadáver.

Quien la menciona esta mañana de viernes es Giomar Gracia , rectora de la Institución Técnica Agrícola San Francisco de Asís, donde se lleva a cabo la reunión protocolaria con la ministra de educación, María Fernanda Campo.

No es común que los altos mandos del Gobierno nacional se arrimen a este pueblo caluroso ubicado a setenta y tres kilómetros de Cartagena. Por eso los habitantes están de fiesta.

Alfonso Cantillo , el pescador más viejo, se ha calado su mejor sombrero. Águeda Márquez , la fritanguera más veterana, ha desempolvado su falda de cumbiambera. Hay grupos de tamboras, y las mejores cocineras de María La Baja han venido a adobar las mojarras que se servirán en el almuerzo.

- Si Ludis estuviera viva -repite Giomar Gracia - estaría aquí vendiendo sus bolis.

Diagonal adonde Giomar se encuentra sentada estaba el árbol gigante que se desplomó sobre Ludis, la tarde del 28 de abril de 2010. En el único pedazo del tronco que quedó allí han vuelto a brotar las hojas verdes.

Los padres de Ludis siguen vivos. Pertenecen a esa legión de pobres colombianos que no tienen recursos para educar a sus hijos. Para ellos, además, el estudio es una inversión de tiempo demasiado incierta. Mandar un hijo a la escuela es quitarle a la casa una fuerza de trabajo importante, unas manos que pueden bañar a la hermanita menor o vigilar en el fogón la olla de la sopa. Y nadie les garantiza que el muchacho será capaz de defenderse después con lo que aprenda en el colegio.

De modo que Ludis, quien solo cursó un par de años en la primaria, empezó a partirse el lomo desde chiquita. Recorría a pie las calles del pueblo para vender sus bolis. Su estación favorita era el colegio, adonde iba todas las tardes en el recreo.

Qué ironías las de este país injusto: ella no entró allí a estudiar sino a morir. Lo repite ahora su marido, Rósemberg Cueto, mientras se enjuga con el índice derecho una lágrima que se le resbala por la mejilla.

La única hija de ambos, Joandri, es una de las estudiantes vestidas de fiesta que han venido a recibir a la ministra. Es una morenita preciosa que tiene unas trenzas en el largo pelo crespo. A sus trece años ya decidió que será administradora de empresas.

Ella tiene claro que, aunque suene duro, la mejor manera de honrar la memoria de su madre es entrar en la universidad a convertirse en profesional, para no tener que vender bolis.

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