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RECUPERANDO EL HONOR

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06 de noviembre de 2013
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Algo menos de la mitad de los robos realizados a almacenes de grandes superficies en el año 2012 están vinculados a sus propios empleados, según Fenalco. Así, ni crimen organizado, ni esfuerzo sistemático, las grandes pérdidas de los comerciantes se encuentran en las pequeñas deshonestidades de sus mismos trabajadores.

Esa es la corrupción más invisible, pero más grave.

He sostenido anteriormente que los valores determinan el comportamiento de las personas dentro de una sociedad. Los aumentos en la penas, incluso en la posibilidad de captura de los infractores de las normas, solo llevan a que los desviados se vuelvan más hábiles, pues solo la terrible carga de la propia conciencia es lo suficientemente efectiva para reducir en el largo plazo nuestras deshonestidades. La culpa es el sentimiento más determinante a la hora de tomar la decisión de hacer trampa, defraudar o mentir.

Ante este escenario cobra importancia el rescate de algunos valores que ayuden a incentivar los comportamientos socialmente benéficos. En nuestro contexto, rescatar el honor como valor cardinal es apenas lógico.

Pero este no es solo un discurso sustentado en la nostalgia. En realidad, el honor crea excelentes incentivos para comportamientos socialmente benéficos. El economista y sicólogo Dan Ariely ha realizado experimentos que sugieren que las personas hacen sustancialmente menos trampa en un examen cuando, justo antes de empezar, juran sobre un código de conducta honorable.

En efecto, las personas se preocupan por la manera como se comportan cuando se les recuerda que tienen deberes y que violarlos los deshonraría. Y como se preocupan por la buena imagen que tienen de sí mismas, harán todo lo posible -¡incluso ser honestos…- para mantenerla.

Sin principios firmes, el comportamiento humano se encuentra a merced del vaivén de las circunstancias, de las conveniencias pasajeras del contexto o el egoísmo.

Así, recuperar el honor sería un esfuerzo social, una dirección clara y necesaria para el país, en donde todos los ciudadanos participen. Porque igual daño hace el político y el empresario corrupto que el transeúnte tramposo; violar las normas no es un asunto de posición, sus efectos son perjudiciales para todo el cuerpo social, desde todas las esquinas sociales.

Puede sonar inocente, pero las sociedades se construyen a partir de proyectos imposibles y en ocasiones el exceso de practicidad nos lleva a casarnos con objetivos sencillos pero poco importantes. Es hora de retomar valores importantes, de reconstruir el honor olvidado.

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