No hay nada más vigente que un muerto siempre y cuando, además de flores y de pasos hacia una tumba casi cubierta por el césped, se recuerde porque sus palabras siguen retumbando en los rincones del alma, en una biblioteca o en una conversación que de repente hace que todo pasado se vuelva de nuevo un largo presente.
El lunes recibí un poema de Heinrich von Kleist, el gran poeta trágico de Alemania que justo ese día, 200 años atrás, había decidido quitarse la vida en Wannsee porque el mundo le dio la espalda, su familia lo considera indigno y él también, cansado de buscar una razón más para la vida, escribió: "Mi alma está tan lacerada que diría que hasta la luz del sol me hace daño cuando me atrevo a asomarme a la ventana".
El poema que recibí aquel 21 de noviembre estaba dedicado a Henriette Vogel, la jovencita que sin preguntar por qué, lo acompañó como si sólo hubiera nacido para eso, para dar por cumplida la "muerte magnífica" del poeta; el eterno inquieto, el eterno solitario, el músico oculto. Lo leí varias veces y me detuve en la "Rosa en cuya textura te adormeces", en "el tranquilo camposanto que nos preservó la nostalgia" en "la flor de incurable savia". Luego abrí las páginas de ese libro que Stefan Zweig escribió sobre Hölderlin, Nietzsche y Kleist, " La lucha contra el demonio ", y leí de nuevo su vida para darle vigencia a uno de mis muertos en ese día cuando, al menos en Alemania, se leyeron en voz alta sus obras.
Kleist fue un eterno viajero perseguido, sus documentos de identidad eran apenas unas poesías patrióticas, unas cuantas obras que fue trazando con angustia mientras escarbaba en su alma. Viajó por viajar, sin dar razones, llegaba porque sí a los destinos que se fueron atravesando. ¿Qué hay de malo en querer llegar a un sitio sin razón alguna? En ocasiones, el mismo lugar justifica los viajes, enseña las razones por las cuales se termina en ese sitio como un peregrino.
Kleist fue un anónimo, un ser invisible. Stefan Zweig dice que ningún pintor podía sentirse inclinado a pintarle; ningún poeta, a describirle. "Centenares de personas hablaron con él sin adivinar que era un poeta. El que logró verle, es porque miró su interior". El mismo poeta dijo en una carta: "No sé lo que te he de decir acerca de mí, pues soy una persona inexplicable".
Alguna vez alguien me dijo que no leía cosas tristes, oscuras, esos escritores raros "pesimistas" porque se deprimía. Me conmovió, hubiera querido pintarle un rayito de luz siempre en sus ojos para que supiera que semejante vida tan plana no era posible. Es necesario sentirse aburrido, caerse, creerse perdido para encontrarse de verdad.
De resto, la vida así, es una flor en medio de la mierda ¿quién la coge?, ¿cuánto dura? La vida es fango, la vida es vida y por eso es necesario cruzar los túneles oscuros y sentir miedo para luego controlarlo. Kleist lo hizo. Tenemos para recordarlo cuando queramos: " La marquesa de O ", " La mendiga de Locarno ", " El príncipe de Homburg ", " Pentesilea ", " El cántaro roto ". Qué bueno es eso de que alguien nos recuerde los muertos.
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