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Nueva cédula

07 de diciembre de 2009
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En 2006, la Registraduría Nacional inició el proceso de renovación de cédulas de ciudadanía. De acuerdo con las leyes 757 de 2002 y 999 de 2005, todos los colombianos, antes del primero de enero de 2010, tendríamos que tener un nuevo documento de identidad a color, con hologramas y mucho más seguro para evitar falsificaciones. Y se inició el cambio de cédulas con la promesa de que iba a ser fácil, porque consiguieron máquinas para agilizar la entrega de las cédulas en un tiempo no superior a seis meses, incluyendo, además, la posibilidad de entrega del documento a domicilio, información en internet, líneas telefónicas de atención y todo lo que fuera necesario para que al recibir la nueva cédula, el ciudadano del común terminara con una sonrisa de oreja a oreja porque tiene cédula nueva.

Pero en el país del Sagrado Corazón pasa de todo y este asunto no resultó ser tan divertido. Basta con ir a reclamar la cédula: cierre los ojos, respire profundo y haga "ommm". Autocontrol extremo. La cosa es que por esta tramitología, hacer ejercicios de meditación tibetanos, no está en el adn criollo, especialmente cuando se trata de personas de la tercera edad y madres con niños, gente humilde cumpliendo con una obligación, sometida -literalmente- a hacer filas interminables, sentadas en el piso, soportando todos los impasses habidos y por haber: funcionarios displicentes, letreros que desinforman y una caterva de tramitadores que como gallinazos, los rondan a la espera de clavarles el pico.

Siendo así, la cosa se vuelve denigrante. Y yo lo viví: después de tres años de haber tramitado mi cédula, me sometí a tres horas en un salón soporífero, que parecía una lata de salchichas, a la espera de que un empleado de la Registraduría me llamara, mientras cruzaba dedos para que el documento estuviera bien hecho. Hasta la paciencia del santo Job se va al traste, y como la Ley de Murphy es impredecible y hasta los astros confabulan, algo adicional tenía que pasar: fui testigo de la descomunal caída de una anciana por culpa de una valla inoficiosa, perfecta para un tropezón, atravesada en la mitad de este salón. Caída seguida de la indiferencia y poca solidaridad de los funcionarios, quienes no ayudaron a la impávida mujer, que con la ayuda de unos pocos conscientes, se levantó del piso sin aliento, con su cara golpeada y un dedo de la mano quebrado por el golpe. Cuadro patético, que borra cualquier amago de buen servicio que se pueda prestar. Entonces me pregunto, ¿será que uno que otro caso de gente que le fue bien sacando la cédula es lo novedoso o estará pasando lo mismo en todo el territorio nacional?

La Registraduría dice que el proceso va bien, que van cerca de 30 millones de cédulas producidas, que falta un poco más de tres millones por reclamar y 750.000 colombianos por hacer el trámite. El registrador, Carlos Ariel Sánchez, está haciendo ingentes esfuerzos para que la meta se cumpla.

¡Aplausos si lo logra!, pero con seguridad, la que no los va a aplaudir es la señora de la caída, porque a su edad y con el dedo quebrado, no podrá hacerlo y que cada vez que vaya a reclamar su pensión o hacer cualquier vuelta en la que tenga que usar la cédula, lo recordará quizá como uno de los peores días de su vida. Algo que no debería haber sucedido si se piensa primero en la persona que en el afán de terminar un proceso al que le faltó mucha más planeación.

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