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MENOS GASOLINA PARA LA GUERRA

  • MENOS GASOLINA PARA LA GUERRA
17 de mayo de 2014
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Escribir sobre la negociación de paz en La Habana desata, siempre, una lluvia de rayos y centellas. Polariza. Divide. Enerva. Pero la firma del acuerdo sobre el cuarto punto de la agenda (el tercero en discusión), entre el Gobierno y las Farc, no puede pasar inadvertida. Más para bien que para mal. El narcotráfico ha puesto la plata que le sobra durante los últimos 30 años para llenar de gasolina el tanque de la maquinaria de guerra de nuestro conflicto y nuestra violencia.

En los barrios de Medellín, Cali, Bogotá, Barranquilla, el narcotráfico es el que fleta las bandas criminales para que vendan droga en las calles, para que ajusten cuentas de cobro de la mafia, para que sirvan de “pie de fuerza” a las campañas y políticos sucios y extremistas.

En esa anarquía urbana las guerrillas han usado a los muchachos para iniciar secuestros, para mover armas y explosivos. Los paramilitares los convirtieron en instrumento de contención insurgente, por ejemplo en la Comuna 13. Y en ese contexto siempre está presente el narcotráfico. Sus excedentes le sirven para garantizarse permanencia y poder. Jugosas ganancias. Las migajas de esas utilidades ilegales alimentan a los roedores.

En el campo, su inserción en la vida campesina produjo un desastre igual o peor al de las barriadas de las grandes ciudades: la decidida incorporación de las guerrillas y los paramilitares al circuito económico de los “dones, de los barones de la droga”, en especial en la siembra, producción, tráfico local y seguridad militar territorial de los entables de la droga, acabó por desnaturalizar a los labriegos, sus comunidades y sus faenas y sus empresas y medios productivos.

En Guaviare, Meta, Caquetá, Putumayo, Antioquia, Córdoba, Guajira, Norte de Santander e incluso Chocó, los narcos, asociados con bandas criminales y guerrillas, lograron “decorar el traqueteo” con un discurso seudocial. Muchos campesinos se creen el cuento de que sembrar coca y narcotraficar alimenta la rebeldía o la retardación y el statu quo, según la orilla en la que vivan.

Además, ver incorporados al paisaje mafioso, su corrupción y su extravagancia, a políticos, terratenientes, funcionarios y miembros de la fuerza pública menguó en los de abajo (en barrios y parcelas) el espíritu paciente de superación mediante la vida obrera y la siembra y cosecha de cultivos legales. Y desprestigió el estilo modesto, austero, de las barriadas y de la vida rural y campesina.

Tal vez sea ese daño a las modalidades básicas de sustento y producción económica y esa atrofia a la mentalidad y cultura para buscar el éxito económico lícitamente lo que nos agregó más muertos y odios, presentes desde hace más de medio siglo en nuestro recorrido histórico. Por eso, si las Farc anuncian que dejarán el narcotráfico si se logra negociar el fin del conflicto, nos debería parecer bien, muy bien, porque ellas también están muy untadas de ese polvo, sus balas, su sangre y sus muertos.

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