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La mirada severa de Alberto Sierra

La galería de este curador, La Oficina, cumple 40 años. Él se ha dedicado a mirar y a pensar el arte.

  • La mirada severa de Alberto Sierra | El Mamm le rindió homenaje recientemente. FOTO DONALDO ZULUAGA
    La mirada severa de Alberto Sierra | El Mamm le rindió homenaje recientemente. FOTO DONALDO ZULUAGA
09 de octubre de 2012
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Al final de La Oficina hay un árbol de guayabas. Si Alberto Sierra quisiera podría recogerlas, abrir las dos puertas de la casa y venderlas. También podría hacer jugo para los amigos. Podría improvisar, de todas maneras.

Porque si él, que ya tiene el pelo entre el blanco y el negro, se reconoce una característica, es la improvisación. “Me tocaba estar en una galería, seleccionar lo que iba a exhibir y pensar sin haber estudiado curaduría, porque no existía como una profesión. Me tocó ensayar”.

En su casa había personas que pintaban, como un oficio, y cuando estaba en primaria estuvo un año en la Escuela de Artes, pero no más. Fue natural. “Nadie puede negar que desde pequeño hay cosas que interesan más. A mí, todo lo que tiene que ver con arte, ritos, iglesias”.

Estudió Arquitectura, porque en ese entonces no se usaba artes, en parte porque las carreras no eran buenas. De todas maneras la Arquitectura, dice él, está orientada al arte y en ella “hay que estar mucho más en la vida. Uno es el que está estableciendo los espacios de los otros. Obviamente la estética y el conocimiento de la sociedad permite hacerlo mejor”.

Solo que él, que parece no reírse mucho, saca de entre el bigote, una sonrisa. “¡Horribles! Nunca fui muy bueno para eso. He hecho fábricas, unas casas, pero mejor ni te las muestro. Yo tenía una oficina con Santiago Caicedo y Jorge Mario Gómez y ahí pusimos la galería de La Oficina, en el edificio Camacol”.

De eso han pasado 40 años y fue pura improvisación. No había trabajo y era la época de las bienales de arte. Andaban pensando en espacios para gente joven. “Se fueron formando necesidades que obviamente no se satisfarían por una oficinita ahí, pero esas cosas van creciendo y teniendo otros intereses. Por eso es que uno dice, el ojo de qué, de mirar”.

Ese mirar, por supuesto, se acompañó de otros verbos. Estudiar, viajar, leer. “Es un ser muy culto. El más informado, no solo de arte, sino de una basta cultura literaria. En su cerebro tiene ese ojo para mirar cualquier objeto y verle las cualidades para decir es o no arte”, expresa el artista Álvaro Marín .

Hay dos hechos más: creer en los jóvenes y no quedarse quieto. Es cuando la experiencia suma: Sierra fue curador del Museo de Antioquia, fundador del Museo de Arte Moderno, es curador de Suramericana, galerista, diseñador gráfico y así sucesivamente, hasta llegar a lo que la maestra Beatriz González escribió para el homenaje que le ofrecieron en el Mamm: “Ante todo uno descubre su lado flaco, que es ser discretamente, un buen amigo”.

Y los amigos se despachan en adjetivos. Carlos Tobón , el fotógrafo, dice amoroso y generoso. María del Rosario Escobar , secretaria de cultura, “inteligentísimo”, intuitivo, solidario. Marín lo repite: agudo en la mirada, descubridor de talentos.

Luego viene esa mirada fría. Esa que nadie niega y que ellos han aprendido a conocer. “Yo no he sido de buen carácter, no”. Los amigos lo saben, hasta con cariño, como expresa Tobón. “Es cascarrabias, pero es parte de su personalidad”. Simplemente no lo llaman tan temprano por la mañana.

-¿Cómo amaneciste hoy Alberto Sierra ?

-Casi de buen genio, Álvaro Marín .

Tiene que ver, sobre todo, con el carácter. “Yo como que voy dando conceptos, puede que a veces muy rápido, pero trato de ser muy severo y ese tratar, a veces no gusta y a veces encanta. Creo que es pasar de un estatus de relaciones públicas, a un estado de verdad. Cuando dices que un artista es bueno, estás comprometido con una idea de él”.

Alberto conversa. Camina despacio, casi arrastrando los pies. Se queda en silencio. Las obras en el piso. Mueve allí y mueve acá. Antes fumaba. Ya no. “Está haciendo un cálculo íntimo -dice María del Rosario-. Está resolviendo crucigramas o jugando ajedrez con el arte”.

Luego queda todo listo. La obra puesta ahí, como las guayabas, que están donde deberían: puestas al final de la galería, en el suelo, encima de las piedras. Alberto las mira.

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