Siempre le atrae al cine la historia de un hombre común al que la mala fortuna encuentra en el lugar equivocado, que puede ser, como le pasó a José Crisanto, en medio de la selva colombiana.
En este caso la mala fortuna es la guerrilla de las Farc (a la que presentan al comienzo de Operación E con un par de párrafos inevitablemente inexactos) que amenaza a Crisanto para que reciba, bajo amenaza de ver morir a su familia si se niega, a un niño recién nacido del que nadie le dice nada: ni quién es su mamá ni por qué es tan importante para los subversivos.
Este campesino se ve de repente convertido en el cuidandero de un bebé picado por zancudos y con el brazo partido, que debe hacer todo lo que esté a su alcance (que es muy poco) para que el niño no sea una víctima más, como él mismo lo es, de nuestro conflicto interno.
Miguel Courtois, director de esta película, ha hecho carrera filmando "lo que no sabemos" de la "historia real". En Lobo, por ejemplo, relataba la historia del infiltrado en Eta más importante que tuvo el estado español. Quien haya visto sus otros trabajos, descubrirá en Operación E errores repetidos: esa tendencia al didactismo innecesario (sobre todo con los televisores que muestran lo que uno necesita saber en el instante justo), el uso reiterativo de las armas narrativas del cine de género (la música manipuladora, la cámara que se mueve para crear emoción donde no la hay), ese afán por hacer que su personaje tenga que correr aunque no venga al caso.
Si el espectador es colombiano se decepcionará muy rápidamente de lo pobre que resulta "el lado oscuro" de un episodio tan machacado por los medios de comunicación.
No hay una "gran historia" desconocida, ni algo que no nos hubiéramos imaginado. Hay burocracia infinita, desamparo (como el de tanta población rural colombiana) y la monotonía terrible de las huidas eternas.
La demanda de Clara Rojas, injustificada al ver Operación E, funcionó como campaña publicitaria para difundir una cinta que hubiera estado más cómoda en el formato de "película para televisión", con tandas comerciales incluidas.
La salva por momentos del marasmo, el retrato que logra Luis Tosar, que compone desde la expresión física y los movimientos de su cuerpo, a un protagonista noble, que quiere siempre hacer lo correcto. Puede que al final se le note más el dejo español que es muy distinto del acento colombiano, pero es él quien lleva el peso de la película en su espalda y lo consigue con gallardía. Martina García hubiera podido ayudar si no hubiera asumido su papel desde el minimalismo gestual y la simpleza de voz que se le han ido volviendo costumbre. Y el resto del reparto hace lo que puede con un guión al que le faltó una revisión local para que los diálogos sean más "nuestros" (¿o será cierto que los colombianos gritamos "tenemos que huir de aquí" cuando corremos peligro?).
Que esta era una historia que había que contar, quién sabe. Que sea una historia que "tengamos" que ver, probablemente no.
Twitter: @samuelescritor
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