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HORIZONTES

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23 de marzo de 2013
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Hace cien años, al coincidir con la conmemoración del primer centenario de la independencia de Antioquia, Francisco Antonio Cano pintó la que sería su obra emblemática: Horizontes.

Dice la tradición oral que el cuadro fue rifado en Bogotá y la fortuna señaló al entonces presidente de la República Carlos E. Restrepo.

Haciendo gala de su pulcritud republicana, el primer mandatario rehusó recibir la obra que fue rifada por segunda vez. La suerte estaba ensañada con Carlos E., quien de nuevo resultó ganador.

Durante toda la vida, el cuadro acompañó al expresidente y luego a sus herederas. Hoy, gracias a la generosidad de sus descendientes, se exhibe de manera preferencial en el Museo de Antioquia.

En los años en que fue pintado Horizontes ya la euforia migratoria antioqueña hacia las tierras del sur había cesado y, por el contrario, Medellín empezaba a atraer a las familias campesinas que veían en la industrialización creciente la posibilidad de un trabajo. Sin embargo, en Horizontes, Cano pretendía dejar testimonio de ese fenómeno colectivo sin antecedentes en la historia nacional.

La obra representa una pareja con un niño de brazos que hace un alto en el camino para contemplar las tierras en las que habrá de asentarse, el futuro que le espera.

El hombre, de sombrero de caña, señala con su mano izquierda el horizonte –algunos investigadores han querido ver en aquel gesto, un homenaje que el artista de Yarumal hace a la mano creadora de Dios, pintada por Miguel Ángel en la capilla Sixtina–.

En la mano derecha porta "el hacha que mis mayores me dejaron por herencia". La mujer contempla el amplio paisaje que le señala su pareja y hasta el pequeño niño desde el regazo intenta mirar las tierras donde la familia encontrará su futuro.

En vísperas de la conmemoración del segundo centenario de nuestra independencia surge una pregunta: si hoy se fuera a pintar Horizontes, ¿qué se representaría?

Hace unos años, el artista Carlos Uribe realizó una relectura de la obra de Cano en la que el colono ya no señala la tierra prometida, sino una avioneta que descarga glifosato sobre un cultivo ilícito.

Otra de las imágenes del nuevo Horizonte podría ser una foto en Polaroid, tomada por un fotógrafo de ocasión, en algún aeropuerto.

En la desteñida y borrosa fotografía, aparece una multitudinaria familia que, con llanto, acude a despedir a uno de sus integrantes que parte en busca del sueño americano o de la ahora frustrada ilusión española.

Más dramático puede ser el negro horizonte que durante los últimos años ha captado la lente de Jesús Abad Colorado.

La imagen la puede resumir la foto de una mujer negra, calzada de botas pantaneras, montada en una escuálida yegua blanca, en la cual acomoda un inverosímil racimo de niños.

En medio del fangoso camino, el fotógrafo se topa con esa familia que huye, ya sin marido ni padre, y en cuyos ojos lleva grabado el terror que acaban de vivir en el suelo nativo.

Podría también servir como testimonio de los nuevos horizontes, un certificado de la Personería de Medellín en el que consta que quien porta el documento es una de las 9.941 personas que en el último año sufrió desplazamiento intraurbano, debido a la violencia que, de nuevo, se ensaña con aquellos que parece no gozarán jamás de la paz sobre la tierra.

Algo ha cambiado del centenario al bicentenario: de la exaltación del colono pasamos a la indiferencia ante el desplazado.

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