Con el balance desalentador de la pasada jornada electoral, fácilmente podríamos caer en una sensación de incapacidad y derrota por nuestra evidente inmadurez política: compra de votos, presión para elegir, éxito de grupos de oscura procedencia, fallas graves en el proceso de escrutinio, violación de topes de publicidad, movimiento agresivo de maquinarias, y la definición de un Congreso con el 25% de los elegidos procesados o con investigaciones previas.
Indudable que la oportunidad de configurar nuevos modos de entender la gestión pública está en la escena educativa. Justo en estos días ha culminado en las instituciones educativas del país el proceso de conformación del Gobierno Escolar, señalado por la Ley General de Educación. Hay en los estamentos que lo conforman los consejos -Directivo, de Estudiantes, de Acudientes- y el personero de los estudiantes, una oportunidad para explorar caminos que conduzcan a la adquisición de competencias para el ejercicio genuino de la política.
En los años anteriores a aquella normativa, eran los rectores los que, de forma autoritaria, marcaban las directrices del proyecto educativo y de cada proceso escolar. Es posible que, aún hoy, persistan esas viejas prácticas en las que a los otros integrantes de la comunidad educativa sólo les correspondía acatar lo prescrito, sin cuestionamiento alguno.
Los pasos que hemos dado desde la creación de esta figura son todavía de corto alcance. Tenemos que admitir que la institución escolar, pública y privada, sigue viciada de deplorables prácticas de exclusión, selección y estigmatización de los sujetos que a ella acuden para su formación, prácticas que muchas veces consideramos de "sentido común", toleradas y aun demandadas por las mismas comunidades.
La verdad es que las expectativas con la nueva normativa se minimizan con evidencias todavía tímidas sobre el avance de la democracia en la escuela. Nos da miedo que la función del Gobierno Escolar sea efectiva. Somos rigurosos en el proceso de su conformación, llevamos registro detallado de la agenda adelantada durante el curso escolar, pero resulta un proceso paquidérmico, soso e infructuoso, porque, finalmente, regresamos a las viejas prácticas, los tradicionales temores y el celo por la autoridad vertical.
La democracia, como en años pasados, sigue siendo esquiva para los colombianos. No obstante, muchos seguimos vigentes en la utopía de que es posible arañar su realización.
Con terquedad y optimismo, como la gota consigue labrar la piedra, nos toca tomar las banderas de quienes, con modos austeros, respetuosos y patrióticos, aún sin curules, dieron lecciones contundentes de democracia y gestión limpia de la política. Con ellos creemos que, si la educación tiende hacia el crecimiento de los individuos, es la democracia, como forma de vida, la que pone las condiciones para que dicho crecimiento sea posible.
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