Fernando Botero espera los diez segundos que se demora la foto. Luego, con el dedo, empieza a darle volumen, como lo haría pintando. Sophia Vari mira. El maestro, entonces, no tiene 81 años. Es otro niño, de pelo blanco, que juega en la sala Pedrito Botero.
Antes habían sonreído. En el tercer piso del Museo de Antioquia se encontró que en ese nuevo espacio, inaugurado en noviembre del año pasado, hay un Botero que saluda, de primero. Tiene su tamaño. Tiene su estatura. Tiene sus gafas. Lo mira. Son igualitos. Solo que uno es de cartón y otro es el de verdad.
"Yo estoy emocionadísimo con esta sala para los niños. Es un gesto del Museo que agradezco profundamente. Es el máximo homenaje que le pueden hacer al niño. A través de esta sala y del amor que tienen los niños por la imagen de Pedrito, yo lo siento vivo ahí en la sala. Es extraordinaria la emoción que me produjo".
Pedrito, el hijo del maestro, murió en un accidente, cuando estaba pequeño. El artista también iba en el carro. Luego, lo pintó, y es la obra que más quiere.
"El cuadro de Pedrito sigue siendo mi favorito. Tiene una luminosidad especial. El accidente sucedió en España y posteriormente viajé a París. A mí me operaron las manos, nada del otro mundo comprado con lo que pasó. No pude pintar por dos meses y cuando comencé, lo primero que pinté fue ese cuadro. Increíble que haya salido con tan buena técnica y sobre todo tan luminoso. Se ve que le puse todo el corazón".
La sala es un homenaje a ese pequeño, en el que los niños pueden aprender sobre la obra de Botero, a través de aplicaciones interactivas y divertidas.
"Es una emoción —cuenta Sophia—, porque está hecha con tanto gusto. Se ve la obra del maestro muy bien. Es bueno para los niños, pero también para los grandes, que quizá la disfrutan mucho. Yo lo hice".
Muchos sentimientos para el maestro, que la recorrió despacio, que se dejó sorprender. ¡Mira la mano, Fernando, mira…, le señala su esposa. Están frente a las pantallas en las que se va armando la obra del artista. Se ríen. Luego se quedan mirando, anonadados.
Mientras hacen el recorrido, los niños que están en la sala observan, extrañados a veces, a ese señor de gafas redondas. Es el mismo que está en los cuadros de la sala. Es el mismo del que hablan en el video animado. Botero sonríe. Los niños le preguntan, ¿eso sí es verdad?
Santiago Bravo tiene 10 años. Lo dibujó en la hoja de papel, a lápiz. Se lo muestra al artista. Le pide que lo firme. "Es que yo soy como muy fanático. El próximo año le voy a mostrar otros dibujos".
Un recorrido de emociones. De encontrarse, de nuevo, con su Pedrito. "Pedrito no está, pero va a vivir en la mente de los niños". Luego se va. Una vista más a su museo.
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