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Canonización de la Madre Laura

Hoy es el Día de la Ascensión del Señor y el inicio de una nueva historia para la Iglesia colombiana: la canonización de la Madre Laura Montoya Upegui. Una nueva estrella en el firmamento de los santos.

11 de mayo de 2013
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La canonización, hoy, de la Madre Laura Montoya, no es un asunto estrictamente religioso sino, además de eso, un momento que debe marcar un antes y un después en la historia del país.

Que coincida esta fecha con la fiesta de la Ascensión, prueba irrefutable de nuestra verdadera condición divina como hijos de Dios, hace más trascendental el papel que jugó en vida la Madre Laura Montoya como una verdadera revolucionaria y pionera de la evangelización.

"La fuerza de una vocación", como lo escribiera Fernando Gómez Martínez con alentadora visión futurista en 1972, al hablar de la Madre Laura, fue la que hizo posible, no el milagro, sino realidad la canonización de la religiosa de Jericó, Antioquia.

Canonizar viene del griego canon, regla, lo que debería ser patrón de comportamiento. Y la Madre Laura sí que lo fue. Y lo sigue siendo.

En la semblanza sobre la Madre Laura, entre muchas otras cosas, se decía que ella no era una mujer beligerante liberada en el sentido en el que el vocablo se predica hoy, sino femenina, suave y delicada, pero con la fuerza y la temeridad que dan las bienaventuranzas.

Y así como no resulta una casualidad que esta canonización coincida con la Fiesta de la Ascensión, menos es producto del azar que sea el Papa Francisco el que la lleve a cabo hoy en Roma. Sobre todo, después de conocer algunos de sus primeros mensajes como el más alto jerarca de la Iglesia Católica. Este 2013, además, es el Año de la Fe, de la Nueva Evangelización.

Es como si los astros se hubieran alineado en torno a la premonitoria sentencia del exdirector de este diario, cuando finalizó su texto sobre la Madre Laura con la siguiente frase: "Es que en el firmamento de los santos ha nacido una nueva estrella y esa estrella es nuestra".

Con la Madre Laura, la primera y única santa colombiana, se hacen visibles y palpables los mensajes del Papa Francisco, cuando dijo el día de su entronización, que el papel de la Iglesia es ir en busca de los más necesitados y humillados, desplazarse hacia la periferia en busca de los que menos tienen.

La Madre Laura siempre estuvo en la periferia. Y con los más necesitados y humillados: los indígenas embera y los campesinos de Antioquia.

Fue madre y no solterona, como lo invocaba esta semana el Sumo Pontífice. Esa búsqueda del otro, donde quiera que estuviese, es parte del "milagro" visible y constatable de la Madre Laura.

La evangelización que ella llevó a los sitios más remotos del Departamento, aún bajo las presiones de la propia Iglesia y las persecuciones de muchos hombres que la vieron como una amenaza, es la que hoy quisiéramos recuperar para Colombia.

Una tarea al servicio de la educación, la defensa de los derechos humanos, la protección de la vida y, en especial, de los valores católicos y de la reivindicación del ser humano como máxima expresión de la existencia de Dios.

La mística de la Madre Laura está en sus textos, que son sus obras. Una literatura de movimientos del alma, a veces cálidos, a veces tensos, para comprobar que es cierto que la perfección de la religiosa era como "un soroche del alma que la priva por algunos momentos para que sienta después la frescura del éxtasis".

Y frescura y éxtasis es lo que, hoy más que nunca, sentimos los católicos colombianos con la canonización de nuestra Santa Madre Laura de Jericó.

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