Byron no habla. O mejor lo hace poco. Solo pronuncia palabras cuando atina a decir que “quiere regalarle una nevera a su cucha con la plata que recibiré de una vuelta”.
Lo llamaremos “Tillo”. Así le dicen y así le gusta que lo llamen, porque es como decir “gatillo” pero chiquito, en diminutivo. Tan solo tiene 14 años y se ha convertido, poco a poco, en el terror de su barrio de casas de madera y latón, de una de las comunas de Medellín. También en el “ejemplo” a seguir para los otros miembros del combo al que pertenece por la destreza con la que maneja las armas.
“Tillo” hace parte de los cerca de 18 mil menores de edad que en los últimos 4 años han engrosado las filas de los grupos armados ilegales en el país, según la investigación “Como Corderos entre lobos”, realizada por la politóloga Natalia Springer y un grupo de 80 investigadores.
Su expectativa de vida se la plantea en periodos de cinco años porque como él afirma y sabe, es una carrera vertiginosa “y muy corta”.
“Hermano yo pienso que puedo vivir hasta los 15 años. Si paso de ahí es un logro. Luego espero vivir hasta los 20 y así hasta los 25 años. Yo no sé cuando me puedan matar pero sí quiero dejar bien a mi cuchita”, relata “Tillo”, escondido en su búnker, un muro de adobe reforzado con sacos de arena ubicado estratégicamente en una terraza, allá arriba en las callejones estrechos de su comuna.
El día que llegó a la guerra
El 22 de octubre de 2008, una ráfaga de cuatro tiros dejó en la acera de una calle cualquiera, la vida de Edinson. Tenía 20 años y un lazo que iba más allá de la sangre con “Tillo”. Era el hermano mayor de quien hasta ese entonces solo era un chiquillo que andaba con un balón de calle en calle “pidiendo desafíos”.
Edinson se había convertido en el padre del pequeño de 10 años, “porque el papá, que no sirvió para nada, nos dejó por otra vieja”, relata Rosa, la madre de “Tillo”. Y sigue la mujer: “me tocó irme a planchar y lavar ropa en casa ajena, hasta que mi muchacho consiguió algo mejor. Cuando lo mataron nos quedamos sin nada y sí que pasamos penurias”.
Dos años después, un día que regresaba de la escuela, el niño fue abordado por uno de los sujetos del combo al que pertenecía su hermano. “Oiga pelao, usted va a dejar que la muerte de su hermano se quede así. Usted tiene que vengar eso”. “Tillo” no supo qué responder, pero dos meses después y en contra de su madre, terminó haciendo los “mandados” a esta banda delincuencial.
El reclutamiento forzado en las ciudades es uno de los índices más preocupantes señalados en el estudio “Como corderos entre ovejas”.
Según este informe, entre 2008 y 2012 esta práctica ha aumentado en un 17 por ciento en las zonas urbanas donde los menores de edad son reclutados por lo general a la edad de 12 años. La mayoría son varones, pero se ha visto el aumento de niñas que dejan sus muñecas por las armas.
Springer señala que entre las ciudades capitales más afectadas que se encuentran en alto riesgo de reclutamiento están “Medellín que aumentó en 229 por ciento; Bogotá con un 304 por ciento, Valledupar con 141 por ciento, y otras ciudades como Florencia, Montería, San José del Guaviare, Riohacha, Santa Marta, Cúcuta, entre otras”.
El expersonero de Medellín, Jairo Herrán Vargas, expresa que la acción de llevarse niños para los combos y bandas delincuenciales, se ha presentado en la ciudad incluso desde la llegada de los bloques paramilitares Metro y Cacique Nutibara.
Herrán sostiene que “hubo una primera etapa muy fuerte de reclutamiento de menores por la necesidad de estos grupos de tener apoyos que les permitieran detectar presencia de autoridades, enviar mensajes, transportar elementos, cobrar las extorsiones. En la ciudad se dio muy fuerte en la medida en la que los grupos se fortalecieron”.
Pero el expersonero asevera que también se dieron fenómenos como la seducción de los menores a quienes les brindaban dádivas a cambio de ciertos trabajos en los grupos armados ilegales. “Hubo una especie de cooptación, casi que obligada, pero también algunos de ellos pidieron pista para entrar”.
Al respecto, Springer asegura que en el país se reclutan menores de edad en 22 de los 32 departamentos y “hay que comenzar a borrar de la mente la imagen de que algunos niños se van porque quieren o les gustan las armas. Es un crimen colectivo y la responsabilidad es de los reclutadores. Recae sobre la justicia en llevar a juicio a los responsables”.
Las zonas más afectadas
Entre las regiones donde los niños son más vulnerables al reclutamiento forzado están el golfo de Urabá, el Magdalena Medio, la montaña de antioqueña, el pie de monte amazónico, el Catatumbo, el Macizo colombiano y el Litoral Pacífico.
En esta última se ha detectado que los jóvenes de las comunidades indígenas son 674 veces más vulnerables a ser reclutados por las guerrillas que operan en estos territorios, y en algunos casos, las bandas criminales. “
Los indígenas son más vulnerables en Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó”, argumenta Springer, quien añade que “es muy preocupante la situación en Antioquia y en 18 de las 54 subregiones naturales del país”.
Hay que contrastar las cifras
“Tillo” empezó haciendo mandados en el combo. Primero compraba los cigarrillos, después terminó cargando las armas, luego cobró las extorsiones y por último, terminó vinculándose de lleno al combo como un patrullero que “en caso de que tuviera que matar lo haría”.
En el país hay 100 mil niños como “Tillo” que trabajan en las rentas ilícitas de los grupos armados ilegales, la mayoría en los cultivos ilícitos. Así lo aseguran fuentes de Inteligencia Militar que ven cómo muchos menores sirven a “los Urabeños” en el Bajo Cauca antioqueño como “campaneros”.
“Ellos se paran en la vía. Con un celular informan a sus jefes sobre quiénes entran y salen y si son o no conocidos. En la guerrilla siembran minas antipersonal o cargan los víveres para los campamentos”, afirma el investigador.
Pese a que la investigación liderada por Springer utilizó una metodología que tiene como base de seguridad la matemática, para el director del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Diego Molano Aponte, estos números hay que contrastarlos “y podemos llegar a disentir un poco de ellos. Tenemos que cruzar la información que tenemos porque no pueden ser tantos. No tenemos la certeza de cuántos hay en el conflicto porque no hay un método que permita saberlo”.
Molano señala que desde 1999, cuando se creó el programa para atender a los menores desvinculados del conflicto, 4 mil 955 niños han recibido atención. “Este año se han atendido 435 niños desvinculados o rescatados por las Fuerzas Militares de los grupos armados ilegales, en promedio, 21 se han desvinculado por mes en este 2012, sumado a los subregistros de los niños que salen y regresan a sus casas directamente y se desconocen estos datos”.
Según Aponte, el Gobierno ha redoblado esfuerzos para evitar este tipo de prácticas que son una infracción al Derecho Internacional Humanitario, con “un programa llamado Generaciones con Bienestar en el que 204 mil adolescentes, ubicados en sitios de riesgo de reclutamiento, podrán fortalecer su proyecto de vida”.
No obstante, a muy pocos de los responsables del reclutamiento forzado se les ha enjuiciado. Solo son visibles dos condenas en firme que se han dictado contra los perpetradores de esta práctica: los exjefes paramilitares Jhon Fredy Rendón Herrera, alias “El alemán”, y Ramón Isaza, alias “el Viejo”.
Por esta razón, Alma Viviana Pérez, directora del programa presidencial de los Derechos Humanos y DIH, explica que para frenar esta práctica, en el país se debe avanzar en dos factores: “uno es la denuncia y el otro la capacidad del Estado de judicializar. Hay una debilidad en el aparato judicial que tiene fallas por la falta de información y capacitación”.
Pero a “Tillo” poco o nada le importarán las cifras. Por ahora solo piensa en pasar de los 15 años “y regalarle a mi cucha una lavadora para que deje de lavar ropa ajena”. Al decir esto sonríe y se esconde en su búnker pensando en que un día no muy lejano su vida terminará en la calle, junto al poste en el que hace cuatro años vio morir a su hermano.
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