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Los mejores lugares para leer en Medellín

  • Parque Biblioteca Manuel Mejía Vallejo - Guayabal. FOTO El Colombiano
    Parque Biblioteca Manuel Mejía Vallejo - Guayabal. FOTO El Colombiano
08 de septiembre de 2016
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Quien ama leer lo hace en cualquier parte. No requiere espacios “ideales” sin ruido ni agitación.

El periodista Reinaldo Spitaletta lee acostado en su cama, tal vez por perezoso, dice. Y también sentando al escritorio de su oficina de profesor, donde puede tener varios libros abiertos al tiempo.

Hace tiempos leía en una banca del Parque de Bolívar, sentado en el espaldar y con los pies en el asiento. Y en las iglesias, cuando mantenían abiertas, se metía a leer. “La cartuja de Parma, de Stendhal, lo leí en iglesia”. Y en las filas de los bancos o de las cajas registradoras de almacenes, lee.

Así es la periodista Ana Cristina Restrepo. Lee en esas sillas que hay en las academias de música para los acompañantes de los alumnos. Ella espera a sus hijos. Las mamás, dice, mantienen esperando a sus hijos. Prefiere leer sola, en la intimidad de su casa, pero lo hace en todas partes. “En el carro mantengo un kit de emergencia de lectura, por si me queda tiempo en alguna parte”. En ese kit está siempre El elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam... Y por estos días, los acuerdos de La Habana... Por su trabajo, en este momento son su biblia.

Para muchos, los libros son lo que el historiador del pensamiento Michel Foucault quería que fueran los que él escribía: “una especie de caja de herramientas”. Por eso, como el mecánico abre su caja de herramientas en el banco del taller y saca un destornillador o un alicate, según la necesidad, así quienes trabajan con los libros necesitan el espacio de su estudio, en la casa o en la oficina, para explayarse a su antojo con sus herramientas.

El escritor Darío Ruiz Gómez es uno de ellos. Si bien no tiene líos para leer en un parque, bajo una sombra -si en la ciudad no se estuvieran acabando estos espacios amables-, prefiere hacerlo en su casa, porque debe estar consultando en libros e internet.

Celebra que en algunas librerías estén adaptando espacios para leer, a veces con café o galletas, como en Grammata o Exlibris.

Cuando era estudiante de bachillerato, recuerda, leyó toda Sur, la revista argentina de Victoria Ocampo en la que escribían Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, José Ortega y Gasset y otros, en una biblioteca de la Universidad de Antioquia que quedaba en Ayacucho con Girardot.

A propósito, advierte Ana Cristina, las bibliotecas universitarias ya no son como antes. Ahora son ruidosas, dice. Ella leyó, en la de Eafit, El zumbido y el moscardón, de Javier Darío Restrepo.

El escritor y profesor Óscar González Hernández, para quien “leer está relacionado con la voz, con la voz que escucho en mí, con la voz que soy escuchado por otro. Y que ese otro tiene su voz, que se comunica con la mía, en la preparación hermosa y exuberante de la escucha”, dice que cuando lee, donde sea, donde decida instalarse (...), “deseo que sea escuchada la voz, en todo su carácter, en toda su dimensión”.

Quien sí necesita silencio e intimidad para leer es Victoria Valencia, directora del grupo teatral La Mosca Negra, porque lee en voz alta. “Leer es estar en el alma de uno -cree ella- y no quiero tener ningún sentido atento a lo que pasa afuera”.

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