Ana Camila Sánchez Fernández emprende, de mañana a noche, una tarea que comenzó hace más de 70 años y que a cada hora la retoca, observa y perfecciona. Su vida ha transcurrido en un acogedor jardín de árboles bonsái, que se extiende por los corredores, patios y solar de su casa en Robledo, como un bosque en miniatura, visitado por mariposas, colibríes y torcazas, una de las cuales hoy se siente huésped de honor del jardín y no permite que ninguna otra de su especie se acerque a Anita, como le dice la familia y quienes la conocen.
Cada arbolito, la mayoría con más de 35 años, tiene su historia. “Este lo trajo mi hija María Lía, casi en la semilla, en 1977, al sacarlo de uno de los jardines de la Universidad de Medellín porque le pareció que aquí se vería mejor y sería más cuidado (...)”
Su pasión por los jardines y la jardinería ha sido tan intensa que su esposo Bernardo (q.e.p.d) afirmaba que el carro de Anita sabía ir solo al Jardín Botánico donde ella era una de las infaltables en Asojardín, asociación de voluntarios de la institución, en la que surgieron algunos de los hoy considerados más importantes creadores y diseñadores de jardines de la ciudad.
Cientos de personas, la mayoría mujeres amas de casa, de todos los sectores de Medellín, llegaban a Asojardín a aprender, con entusiasmo absoluto, jardinería para adornar sus hogares con los atuendos coloridos que la naturaleza ofrece.
Anita se la jugó por los bonsái y fue alumna, entre otros grandes maestros, de Taka, japonés, miembro de una estirpe milenaria de jardineros especializados en este arte, que llegó a dictar clase a Medellín invitado por Asojardín y el Jardín Botánico.
Perdurar en el tiempo
Nadie nos puede asegurar que estaremos vivos mañana. No pasa lo mismo con los mimados bonsái que viven más allá de los 500 años e incluso eternizarse en el tiempo, como lo prueban algunos de los más antiguos que adornan los palacios chinos y japoneses y que han trascendido el paso de poderosas dinastías.
Anita heredó su pasión por los jardines, siendo niña, de su tía y madrina Celia Fernández, quien convirtió su espaciosa casa de varios patios, corredores y huertos en la América, en un bello campo de flores.
“De joven solo soñaba en casarme para tener una casa grande adornada con matas por todos lados”, dice Anita. Su jardín tiene futuro asegurado. Su pasión hoy la heredan su hija María Lía, quien dedica largas jornadas a la siembra de flores y árboles en su casa de Medellín y su finca en Amagá y su nieta, Isabel, de 8 años, años, una trigueña delgadita, cuyo destino parece marcado por la naturaleza y las flores.
Asojardín es hoy solo un reflejo del pasado de un grupo de voluntarios que quiso convertir la ciudad en un gigantesco semillero de jardineros. En la última reforma del Jardín Botánico, vaya paradoja, no dejaron espacio para estas personas, que terminaron reuniéndose en casas y por último cada una haciendo lo suyo. Fue Asojardín el inspirador de las dos primeras muestras de bonsái en el centro comercial San Diego, una exposición que en la Feria de las Flores tiene talla mundial.
Un jardín en cada casa
Toda planta es un universo y como tal hay que conocerlo y respetar sus leyes si deseamos cultivarlo y disfrutarlo en espacios tan largos como la vida misma, dice Laura Zapata, ingeniera forestal, coordinadora del proyecto Corredores Verdes del Jardín Botánico y la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín.
Si aquello que busca es flores hay que contar con espacios en los hogares a los que les entren los rayos del sol de manera directa. Pero esta norma tiene sus excepciones en plantas como los anturios y que florecen en espacios interiores. “No se puede llevar una planta a la casa sin conocer su naturaleza”, dice Laura.
Su grupo, conformado por 400 jardineros y 80 técnicos, tiene identificados en Medellín 20 mil lugares propicios para la siembra de árboles y jardines. No todo debe brotar de la tierra, Laura recomienda aprovechar los muros de los hogares para impermeabilizarlos y crear en ellos jardines verticales o apostarles a los jardines funcionales, donde nazcan y se reproduzcan plantas aromáticas y otras para atraer mariposas, liberarse del estrés o sumirse en momentos inspiradores con una buena aromática hecha en casa.
La lista de matas, flores y jardines que pueden multiplicarse en un clima, una altura y una geografía como la nuestra es bondadosa, tanto que en su ventanal del edificio del Jardín Botánico de Medellín, Laura ve crecer cactus del desierto, algunos de ellos a punto de florecer.
María Lía espera al final de su vida descansar para siempre bajo la sombra de un frondoso Samán, que no deja de crecer en su finca de Amagá.