Un desayuno trancado: chorizo, huevos, arepa, chocolate; con ese menú arrancaba el día para Luis Miguel Soto Rodríguez, un día especial. No solo estaba estrenando traje silletero, él se estaba estrenando como niño silletero.
Con la timidez de sus 8 años, su papá, Miguel Ángel Soto Grajales hace las veces de su vocero de prensa y cuenta que no solo estaba entusiasmado porque iba a ser parte de una tradición que en su familia ya completa casi dos décadas- gracias a los 18 desfiles en los que ha participado el padre-, también porque esperaba poder ver a las bandas de música que tanto le gustan y también hicieron parte del jolgorio que ayer cerró la Feria de las Flores.
Luis Miguel sabe ya muy bien lo que es el orgullo de llevar la tradición a cuestas, y lo que pesa, aunque por su edad, la silleta no apuntaba más de 8 kilos, cuando la de su papá puede superar fácilmente los 70 kilos.
Un peso que en medio de los vítores, los aplausos y las miles de fotografías, se mitiga un poco para los silleteros. Don Carlos Enrique Londoño Guzmán, a sus 78 años, aún tiene fuerzas para recorrer por cerca de cuatro horas los 2,4 kilómetros del recorrido por la avenida Regional hasta Plaza Mayor.
Afortunadamente, como sus otros 499 compañeros y coterráneos, aunque llegaron muy temprano al sitio, lo hicieron de manera cómoda. “Nos trajeron en unas buseticas. En otros tiempos nos tocaba bajarnos en volqueta, cuidando de no caernos y evitar que se dañaran las silletas. Aunque casi siempre cuando llegábamos teníamos que pedir martillo y madera para volverlas a armas, porque se desbarataban en ese viaje”, aseguró.
De todos lados
Y mientras Luis Miguel, Miguel, Carlos Enrique, Gerardo Antonio, Marco o Iván Darío esperaban que pasaran las horas y los jurados evaluaran las silletas para dar su veredicto; también el público comenzaba a agolparse sobre la calzada oriental de la avenida Regional. Y no solo antioqueños.
Sandra Arias llegó desde La Merced, en el departamento de Caldas, para pasar los últimos días de feria y sobre las 9 de la mañana ya estaba buscando el mejor lugar posible para ver pasar el desfile. “Es la primera vez que vengo. Me han dicho que es muy bonito”, cuenta detrás de la valla que la separaba del sitio en el que los protagonistas de la tarde esperaban, sentados, caminando, conversando o durmiendo a que el desfile comenzara.
También del Eje Cafetero, de Pereira, arribó Melba López García. Con su familia, llegaron temprano con la intención de ver todo el recorrido. “Aún no ha empezado y ya estamos como locos viendo esto”, mientras de lejos observaban las silletas posadas sobre la vía a la espera que sus cargadores las transportaran.
Evaluación juiciosa
Evaluar una tradición no es fácil. Cada jurado apeló a unos criterios que, con base en la información general sobre lo que cada categoría de silletas representa, puso sobre la mesa para determinar, de la mejor manera posible cuál fue, a su juicio, la silleta más representativa.
Para la periodista Rocío Arias Hoffman, directora de la revista digital Sentada en su silla verde, tres fueron los factores al evaluar las silletas en la categoría emblemática, que le correspondió ayer.
Primero la paleta de colores. “Los artistas en general, los creadores- y los silleteros evidentemente son creadores- comprenden el entorno de una manera peculiar, entonces de ahí el virtuosismo en el manejo del color”.
También la sorprendió la capacidad de interpretar los personajes o las figuras, a través de la flor más precisa, para representar, por ejemplo una textura.
Y en tercer lugar, que era válido por la categoría evaluada, la carga de los mensajes que los silleteros transmitían en sus creaciones. “Siento que esto es un sitio donde no hay retórica, donde no hay mensajes publicitarios, la persona hizo ese mensaje llevada por las circunstancias, la coyuntura, las noticias, pero le está saliendo de las entrañas”.
Por su parte, el gerente de la firma Invamer Gallup, Jorge Londoño, tuvo en cuenta criterios un poco más pragmáticos al evaluar la categoría de silletas que le asignó la organización del desfile.
A él le correspondió participar como jurado de las silletas tradicionales, y de ahí partió su análisis.
Estas silletas son el origen de la tradición, armadas antaño para facilitar el transporte de las flores para su venta en las plazas de mercado de Medellín, especialmente la Placita de Flores.
Por eso, el directivo fue muy juicioso en su juzgamiento a partir de la funcionalidad de esa silleta para cumplir con ese proceso comercial que es el origen de la tradición. “Lo estético es importante, pero especialmente me fijé en qué tan funcional era, qué tanto facilitaba ese proceso de comercializar las flores”.
Ya sobre las 2:45 de la tarde, y agradeciendo que el clima estaba fresco, los silleteros dieron los primeros pasos y el aplauso de la gente apagó el cansancio de la espera. Fue una inyección de ánimo en el recorrido que unas tres horas más tarde lo llevó a Plaza Mayor.