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Gustavo Santaolalla explica la importancia de los silencios en la música de The Last of Us

El compositor argentino Gustavo Santaolalla hizo la música del videojuego ahora adaptada a la exitosa serie televisiva de HBO Max que ya casi llega a su final.

  • Gustavo Santaolalla tiene 71 años, es el creador de la música que se escucha en la serie The Last of Us. FOTO Cortesía HBO Max
    Gustavo Santaolalla tiene 71 años, es el creador de la música que se escucha en la serie The Last of Us. FOTO Cortesía HBO Max
05 de marzo de 2023
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Lo primero que hace Gustavo Santaolalla al sentarse a tocar el banjo, en esta pieza musical, es cerrar los ojos. Mueve la cabeza de un lado para otro mientras hace una sucesión rápida de muchas notas iguales.

Es una melodía de la banda sonora que compuso para los videojuegos de The Last of Us I y II. Hace un acorde de mi menor que deja resonando el espacio. Luego hay un silencio (de cerca de dos segundos y medio), de esos elocuentes que te dejan en el aire hasta que llega la próxima nota. Eso le gusta, “me di cuenta de que en esos silencios la gente está esperando qué sigue, como que te chupa la pantalla y ese silencio funciona como algo que te hace irte para adelante en la butaca, ese silencio que produce una cosa de anhelo, que es atrayente”, dice en conversación con EL COLOMBIANO a propósito de la música que creo para el videojuego que ahora hace parte de la serie de HBO Max. Pero hay más.

Tiene, a sus 71 años, encanecidos el pelo y la barba tupida. Gustavo Santaolalla se siente muy orgulloso de haber incorporado el sonido del ronroco —instrumento musical de Bolivia, de la familia de los charangos— en el cine de Hollywood y que ese timbre ya haya sido asimilado, aceptado y no necesariamente asociado con la música de los Andes.

Ese fue el instrumento que usó para la música del videojuego de The Last of Us, lanzado en 2013 y la misma que se escucha hoy en la serie que cada domingo emite un capitulo nuevo. “Yo tengo esta obsesión desde chico, desde que empecé con el grupo Arco iris, con el tema de la identidad, de representar en todo lo que hago quién soy y de dónde vengo yo, por eso el uso de los instrumentos y de los ritmos”.

Dos Óscar y una vida de éxito

Gustavo Alfredo Santaolalla nació en Ciudad Jardín, El Palomar, en Buenos Aires, Argentina, el 19 de agosto de 1951. Se reconoce en él su exorbitante talento, es un hombre orquesta, su energía es inagotable y lo que toca lo vuelve oro. Algunos le critican un aire de superioridad, sobre todo después del documental Rompan todo (2021), de Netflix, en el que fue productor, protagonista y entrevistado al mismo tiempo.

Pero no se le puede negar ese halo de rey Midas que tiene en el rock en español, específicamente ese que en la década de los 90 generó todo un boom latinoamericano. Ha trabajado con Juanes, Gustavo Cerati, Café Tacuba, Prisioneros, Molotov, Fobia, Julieta Venegas, La vela puerca, Jorge Drexler y Divididos.

Y paralelo a eso, también empezó a hacer música para películas como El secreto de la montaña, Babel, Amores perros, 21 gramos, Relatos salvajes, Biutiful y Diarios de motocicleta, entre otras. Eso le ha valido premios tan codiciados en la industria del cine como el Óscar (tiene dos por El secreto de la montaña y Babel), el Bafta y el Globo de Oro.

Nunca había hecho música para videojuegos, pero quiso intentarlo. La base fue el sonido del ronroco y el tema principal fue compuesto en este instrumento pariente del charango, pero más grave, “que yo insisto que debe tener esta estatura de instrumento particular porque no es como en el saxo que tenés el barítono, el tenor, el alto que es básicamente un instrumento con el mismo timbre en distintas tesituras. El ronroco, si bien tiene un timbre similar al charango y es más grave, tiene una cosa que el charango no y es sustain, el sonido perdura”, cuenta.

Con esa vibración llegó el ritmo para el videojuego, “uno que a mí me fascina, de seis por ocho que no existe en la música norteamericana, y que está puesto de una manera velada y la primera parte de la melodía podría entrar en una pentatónica (escala de 5 notas) de cualquier parte del mundo, pero cuando llega más adelante es blusero (del blues) que conecta con el mundo de Norteamérica”.

Cuando entregó las propuestas al creador del videojego, Neil Druckmann, nunca recibió un comentario de que sonaba muy étnico o folclórico y al final la música se convirtió en un personaje más como Joel o Ellie, vital para la propuesta narrativa.

Al preguntarle por qué decidió hacer una música tan mística, suave y profunda (y con tantos silencios) para un juego en el que hay que matar a infectados para poder sobrevivir en un mundo posapocalíptico responde que viendo a su hijo como gamer pensaba que si alguien se conectaba de una manera emocional con el jugador, más allá del combate, la supervivencia, pelearse y demás, iba a cambiar todo.

Y cuando leyó la historia que le entregó Druckmann supo que ahí estaba el concepto de lo de emotivo. “Por eso la música responde a la profundidad y a la espiritualidad que vienen a partir de estar confrontados con la muerte o a partir de estar confrontados con un evento apocalíptico como puede ser una infección en masa”.

Eso pasó hace 10 años, cuando salió el videojuego, pero también sucede ahora con la serie protagonizada por Pedro Pascal y Bella Ramsey. La música se adaptó para la serie y Santaolalla cree que gracias a ese “pequeño ensayito” con la pandemia, se cuenta una historia que puede ser similar, “fue un factor para que la gente se conectara de una manera especial en televisión”, e insiste que la música trae esa profundidad que da esa confrontación con la muerte, con el decaimiento, el deterioro de la sociedad y lo que puede producir una enfermedad masiva de ese tipo, “también es metafórico no por la infección y la contaminación que no necesariamente se tiene que dar por un hongo, también hay otras maneras de infectar a la sociedad”, precisa.

Concluye Santaolalla que la inspiración fue simplemente la vida con todos sus misterios y “el ser humano puesto en este juego que es la vida y por supuesto la muerte, la única certeza que tenemos”.

A sus 71 años cree que le queda mucho por hacer, por ahora, desde la tranquilidad de su casa despide la conversación recordando que cree mucho en lo que le ha dado la experiencia, pero también en la inexperiencia que le hace tomar otros caminos y por eso seguirá trabajando con gente joven. Asegura que hay Santaolalla para rato.

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