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Entre dos pasiones reparte su tiempo la antioqueña María José Verano, quien tiene un marcado talento para destacarse en ambas.
Cuando se sube en su bicicleta de BMX y se ubica en el partidor, genera preocupación entre las rivales de la categoría 8 años, quienes ya conocen bien sus cualidades que, con frecuencia la llevan al podio, mientras que cuando se sienta a tocar el piano, deleita a propios y extraños con sus melodías.
Su vínculo con el bicicrós comenzó cuando apenas tenía dos años de edad. En ese momento, cuenta ella, en medio de algunas muestras de timidez, su tío paterno Óscar decidió regalarle “una pequeña bici” que a la postre terminó por marcar su camino en esta modalidad del ciclismo, en la que aspira seguirle los pasos a Mariana Pajón, porque “ella es una tesa”.
Así mismo, admira a la joven promesa Nicole Foronda, que es algunos años mayor que ella y, según los especialistas en la materia, se perfila como la sucesora de la campeona olímpica. Igualmente, a Carlos Mario Oquendo, con quien hace poco compartió e incluso hizo un trato: “Yo le dije que le enseñaba a tocar piano y él me daba algunos trucos para el BMX”.
Respecto a sus inicios confesó que “al principio lo que más temor le generaba eran las bajadas en las rampas”, pero por fortuna hasta ahora ha salido bien librada en las caídas, las cuales solo han derivado en unos pequeños raspones.
“Majo ingresó al semillero de la Comisión Antioqueña de Bicicrós, cuando tenía 2 años y medio, llegó al nivel de miniriders sin pedales, era una niña muy linda y tierna, pero se montaba en su bicicleta y su rostro se iluminaba siempre con una gran sonrisa. Ella solo quería desplazarse rápidamente y tratar de ganarles a los otros niños, todos hombres. Su dulzura siempre se mezclaba con su espíritu guerrero y competitivo”, expresó su primera entrenadora, Luz Adriana Díaz Rojas, quien dice sentir un gran orgullo por ver la gran deportista que es ahora.
El piano también la enamora
Entre tanto, su afinidad con el piano se generó a los cinco años de edad y de manera inesperada. Todo comenzó cuando Pamela y Diego, sus padres, la metieron a clases de violín, dado que “en diciembre el Niño Dios le había traído este instrumento”.
La idea de sus progenitores de vincularla con la música surtió efecto, aunque tomó un camino distinto, dado que no tenía muchas cualidades con el violín, que terminó archivado en un rincón de la casa. Su profesor de ese entonces decidió dejarla probar con el piano, donde encontró un nuevo amor.
“Intermezzo Español, Fandango, Guitarras Españolas y el Latido de mi Corazón, son las melodías que más disfruto interpretar”, contó.
Ella dice que es feliz, tanto en el rol de deportista como en el de artista, e insiste que los dos le gustan por igual, por lo que no contempla la posibilidad de inclinarse por uno solo, a pesar de que por momentos su agenda y, por ende también la de sus progenitores, se aprieta demasiado.
De hecho, en esta también hay que incluir las obligaciones propias de segundo de primaria, en el que se destaca, según su madre, quien la califica como “una muy buena estudiante”.
Pero ni siquiera las responsabilidades académicas disminuyen el ímpetu de María José, quien manifiesta que igualmente le “encanta practicar fútbol, gimnasia y patinaje”.
También se la goza viendo partidos, generalmente en compañía de su padre, con quien cuenta, entre risas, no compagina mucho en ese sentido, pues ella siguió los gustos de su madre, quien es hincha de Atlético Nacional, mientras que él le hace fuerza al América de Cali. “Tampoco me gusta cuando vemos los partidos de la Selección y él le dice Malombia, parece que le hiciera fuerza es a los otros”.
Sueña en grande
El bicicrós le ha permitido presentarse en diferentes pistas del país y el exterior, hechos que la llenan de motivación para cumplir su sueño de representar a Colombia en los Juegos Olímpicos.
Ella quiere proyectarse hacia este objetivo con su frase favorita: “Lo voy a lograr, lo voy a hacer. La tengo escrita en una cartelera que colgué en la habitación y me sirve de motivación”, de cara a cada reto que tiene con su bicicleta o con el piano.
Para lograrlo, también necesitará que la empresa privada la apoye, como sucedió con Mariana, son sus padres los que hacen un esfuerzo económico para que ella logre participar en certámenes que potencien su nivel. Intervenir en un torneo internacional cuesta alrededor de 12 millones de pesos y en una Copa Mundo, cerca de 22, según las cuentas que hacen sus padres
De niño soñé ser periodista deportivo. Soy sonsoneño, especialista en comunicación y un apasionado de mi profesión.