En el fútbol los aficionados se guían por los resultados y el rendimiento de un futbolista en la cancha, pero pocas veces investigan de dónde viene esa persona que les puede dar alegrías y tristezas.
A primera vista el delantero uruguayo Jonatan Álvez se ve como un hombre tosco, reacio con los medios de comunicación y de actitud poco amable, pero no es así.
Después de un semestre para el olvido cuando recién llegó a la institución, el futbolista reconoció su error y desde que pronunció las siguientes palabras todo cambió:
“Pido disculpas por el semestre anterior. No fue muy bueno, venía de salir campeón en Barcelona, me relajé un poco y reconozco mi error, ahora estoy enfocado en el presente. No estuve al nivel , y en este momento trato de dar lo mejor, seguir trabajando con humildad y sacrificio, y cuando el profe me da la oportunidad trato de entregar los mejor para el equipo”.
En la actualidad suma 9 anotaciones con el cuadro verde. Del reclamo, los silbidos e insultos de la tribuna pasó a los aplausos y elogios.
En su mea culpa, Álvez mencionó dos palabras que conoce muy bien: humildad y sacrificio. Y es que durante sus 33 años de vida ha pasado por las duras y las maduras y todo por darle una mejor vida a las dos mujeres más importantes de su vida: su madre y su hermana. “Mi mamá es una persona muy humilde, venimos de una clase muy baja. Trato de vivir bien y darle lo mejor posible a mi familia. Ella nunca había salido del pueblo y gracias al fútbol mi vieja ha conocido lugares lindos”.
Difícil niñez
Nació en Vichadero, Uruguay, una de las zonas más pobres y humildes de ese país. Desde pequeño fue abandonado por su padre, y él como el único hombre de la casa, asumió el rol de trabajar desde niño.
Fue albañil y carpintero. También lavó carros en las calles para llevar a su casa el pan de cada día. “Cuando inicié mi carrera en el equipo de Torque, entrenaba en la mañana y trabajaba por la tarde”, recuerda.
Esa vida difícil marcó su carácter. Dice que antes que lo apodaran “El Loco” le decían “Diamante Negro”.
Reconoce que la relación con la prensa no era buena, sobre todo antes, porque era alguien muy impulsivo.
“Uno puede ser loco, pero me decían mal educado, hoy por hoy he cambiado porque soy agradecido. Antes me nacía ser malcriado, pero también depende de qué manera te pidan las cosas”, cuenta.
Agrega que lo que sucedía era que no se expresaba muy bien y lo intimidaban más las cámaras. “Uno va aprendiendo y madurando. Hoy trato de hablar lo más calmado posible”.