En 1936, el poeta español Federico García Lorca culminó La casa de Bernarda de Alba, en un momento en que las fuerzas insubordinadas de Francisco Franco se mataban a tiros con los ejércitos del gobierno republicano. El texto dramatúrgico comienza con una declaración estética: “estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico”. Es decir, el dramaturgo granadino le otorgó a la obra una atmósfera cromática muy definida, cercana, si cabe, al registro de la realidad. Al poco tiempo de culminado el texto, la muerte —vestida con los atuendos del franquismo— puso punto final a la vida y trayectoria de uno de los autores importantes del siglo XX español. Por mucho tiempo, al menos en España, el nombre de Lorca tuvo el veto de la oficialidad.
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La obra se estrenó en 1945 en Buenos Aires, y desde entonces ha ganado espacio en los gustos del público de teatro por la vehemencia y acierto con los que traza los personajes femeninos. Bernarda ejerce sobre sus hijas un gobierno de hierro, inmiscuyéndose hasta en las decisiones más pequeñas de la vida diaria. Esa tiranía comienza a tambalear por la llegada a la casa de Pepe el Romano y por la rebeldía de Adela, la hija menor de Bernarda. Esas tensiones entre el deber y los anhelos de la libertad han sido uno de los elementos atractivos de la dramaturgia de Lorca.
Un nuevo montaje llegó a Medellín, esta vez a Pequeño Teatro y de la mano de la directora Manuela Muñoz. La temporada comenzó el 3 e irá hasta el 20 de mayo.