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Los papeles se cambiaron: el sexo masculino escondido tras el sexo femenino y no al revés. La escritora Carmen Mola era en realidad tres hombres. El anuncio lo hicieron a propósito de la recepción del Premio Planeta de este año que otorgó 990.000 euros, es decir, más de 4.000 millones de pesos.
Lo ocurrido podría haberse tratado de una estrategia de marketing o publicidad, señala el filósofo y escritor David Gil Alzate, “puede ser todo un proyecto publicitario, ocurre con grandes premios como ese, probablemente ya esperaban el efecto que ha tenido la noticia. Para una editorial es importante en término de números que haya ventas, que se hable del libro, que aparezca en titulares”.
Si efectivamente ese era su objetivo, lo lograron. El caso de Carmen Mola ha motivado, sobre todo en Europa, discusiones en torno a los espacios que ocupan actualmente las mujeres, que como se vio, pueden ser fácilmente ocupados de nuevo por hombres.
“Si miramos con detenimiento, en la época actual se está valorando la escritura de las mujeres”, dice Alejandra Toro, docente y jefe del pregrado en Literatura de la Universidad Eafit, haciendo un paralelo comparativo con lo que ocurría en épocas anteriores. “Coyunturalmente puede ser una estrategia de ellos, en todo caso no es tampoco una novedad y tampoco debería malinterpretarse, a veces también se trata de encontrar un camino expresivo”.
Antes era al contrario
El arte existe bajo una premisa clave, la libertad. Sin embargo, no siempre fue así, menos para las mujeres. Entre los siglos XIX y XX los seudónimos fueron recurrentes sobre todo entre quienes, a pesar de tener sexo femenino, escribían, pintaban, eran artistas o intelectuales, actividades y oficios impensables para las mujeres de la época, quienes debían permanecer en el espacio privado y familiar, cediendo el reconocimiento público a los hombres.
Amantine Dupin, la novelista francesa, firmó sus obras bajo el nombre de George Sand; la inglesa Mary Ann Evans fue George Eliot, y Charlotte, Anne y Emily Brontë, usaron los seudónimos de Currer, Acton y Ellis Bell. “Claramente ha habido discriminación porque no se las publicaba como mujeres”, reitera María Mercedes Andrade, docente del Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes. “Sin embargo, eso ha venido cambiando en años recientes, el mercado se ha abierto. Por eso que los hombres que siempre han tenido el privilegio de ser publicados (sin tener que preocuparse por su sexo) utilicen un seudónimo de mujer ahora, puede parecer oportunista”.
Si bien el panorama no es igual al de hace dos siglos, basta con visitar algunas librerías para confirmar que las autoras siguen siendo pocas. “Las mujeres escritoras todavía somos menos”, puntualiza Andrade.
¿Éxito según el sexo?
A raíz de lo ocurrido con Mola, muchos otros casos han salido a la luz pública. El escritor Sergi Puertas, en entrevista con el diario El Confidencial de España (2021), narró cómo después de haber enviado sus manuscritos a varias editoriales solo fue tenido en cuenta cuando usó un seudónimo femenino. Su obra publicada no había tenido mucho éxito y por eso ya estaba “fichado” por las editoriales. De manera premeditada eligió firmar como mujer. “Casi todos los profesionales del mundillo con los que he conversado al respecto certifican off the record lo que es un secreto a voces: que hoy día se da preferencia a las autoras”, dijo.
Es, sin duda, una afirmación poco popular. Para Gil, Andrade y Toro no es algo tan categórico, la realidad no es que se publiquen más mujeres que hombres, afirman, “hay que evitar caer en la ‘exotización’ de la mujer, no escribimos por ser mujeres, escribimos por ser inteligentes, porque tenemos algo que decir”, dice María López, docente de la Maestría en Literatura de la UPB.
Finalmente, para el docente Gil, la discusión literaria (no de marketing) debe estar mucho más allá de eso, debe estar enfocada en la obra.
Publicar bajo la firma de una mujer no va a garantizar que una obra sea exitosa. Una escritora puede tener éxito con su primer libro y otra no, independientemente de su sexo, en tanto también está el talento, la suerte, la acogida.
“Preguntarse si ahora es más rentable publicar como mujer es ceder ante una discusión de género que podría verse deformada en el marco de la discusión literaria. Es más oportuno pensar en términos de la obra misma”, expresa Gil. El contenido literario, la estructura, la propuesta estética, la historia, todo al margen del nombre que firma.
Escribir sobre otros
En el caso Mola no solo hay tres hombres tras el nombre de una mujer, también hay tres hombres desarrollando a uno de sus principales personajes, Elena, una detective en Madrid.
Los escritores actúan y escriben siempre sobre personajes que no son necesariamente ellos mismos. “Yo valoro mucho la sinceridad en la literatura, que el autor tenga algo por decir”, puntualiza la docente Toro. “Tener un personaje que no es como uno no significa que no haya sinceridad, eventualmente puedes ponerle tus valores e inquietudes”.
Lo vital puede reducirse al hecho de ser humanos, ahí hay inevitablemente un punto de sinceridad. Sin embargo, al hablar de poblaciones históricamente vulnerables como mujeres (siendo hombre), homosexuales (siendo heterosexual) o minorías étnicas (siendo blanco), hay que ser precavido y por lo menos comprender esas otras experiencias, acercarse a esas realidades a través de la investigación. “Si uno lo hace desde una perspectiva de respeto, comprensión de la dimensión humana, es completamente válido, de hecho es algo que puede enriquecer al autor”, añade López.
No toda obra artística debe ser entonces autorreferencial, es posible acercarse a otros universos y comprenderlos a través de un proceso investigativo, con testimonios de primera mano y fuentes documentales. La literatura es un ejercicio de ficción. “Todos los escritores escribimos sobre otro que no somos, casi que hay que ser un actor para encarnar otras pieles y ser creíble, verosímil”, comenta Gil.
“Madame Bovary soy yo”, dicen algunos que dijo Flaubert. Al escribir sobre esa mujer de un pueblo francés, en realidad estaba escribiendo sobre sí mismo. “Hay exigencias éticas que son importantes, pretender hablar por una minoría ética, por ejemplo, es problemático. Sin embargo, siempre se habla de uno a través de otros. Son dilemas que atraviesan siempre a la escritura”, concluye Andrade.
Pensar una literatura en la que solo las mujeres escriban sobre mujeres y los hombres solo de hombres empobrecería el ejercicio artístico. “Tú puedes hacer tu propia representación y los demás entrar a cuestionarte”