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Ni con 722 mil millones de pesos Mincultura la tiene clara

36 miembros del sector cultural se reunieron con Petro en la Casa de Nariño. Estas son sus preocupaciones.

  • El sector cultural se ha quejado de la inestabilidad del Ministerio de Cultura. FOTO: Juan Antonio Sánchez
    El sector cultural se ha quejado de la inestabilidad del Ministerio de Cultura. FOTO: Juan Antonio Sánchez
  • Ni con 722 mil millones de pesos Mincultura la tiene clara
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  • Ni con 722 mil millones de pesos Mincultura la tiene clara
04 de junio de 2023
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De los muchos frentes a los que el presidente Gustavo Petro debe prestar atención, el de la cultura ha sido uno de los más desatendidos. Y eso que se trata de un tema que ha incluido en sus discursos y en sus trinos como un elemento medular de su política social. Sin embargo, a pesar de contar con el respaldo casi unánime de los artistas y de los gestores culturales, hasta el momento el gobierno no puede mostrar logros significativos, más allá del cambio nominal del Ministerio de Cultura, que ahora se llama MiCASa, Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes.

Desde el inicio del gobierno, las dudas sobre el ministerio han sido más numerosas que las certezas. En un principio no se tuvo claridad acerca de la continuidad de programas bandera del gobierno de Iván Duque, entre ellos CoCrea. Esa incertidumbre desató un aluvión de cartas firmadas por exministros de cultura y personalidades de las artes que buscaban respuestas y que, por el contrario, recibieron el silencio. Entre otras cosas, porque las visiones de la cultura del petrismo y del duquismo difieren en fondo y forma. Los primeros tienen una mirada en la que el Estado juega un papel de primer nivel en la gestación de la cultura mientras los segundos le apostaron a programas próximos al mercado y la muy mencionada economía naranja.

Por su propia naturaleza y por el papel que ocupa en la agenda mediática, la cultura pareciera tener tiempos distintos a los de los otros asuntos públicos. El capítulo más cercano en esta historia es el de la reunión en Casa de Nariño del presidente Petro con 36 gestores, editores y artistas cercanos a su gobierno. El encuentro se dio tras quince cartas abiertas y 62 artículos de prensa que han hecho eco de las preocupaciones sobre el presente y el futuro del Ministerio de Cultura. Allí los artistas y gestores culturales por fin pudieron expresarle de viva voz al presidente los desvelos y las críticas por el rumbo de la cartera. El evento –que tuvo lugar en la Casa de Nariño y al que asistieron Laura Sarabia, quien fuera hasta el viernes pasado la mano derecha del primer mandatario, y la plana mayor del Ministerio de Cultura, encabezada por el ministro encargado Jorge Ignacio Zorro– se dio en el marco de la cordialidad, algo que ha sido una constante en los tratos de Petro con los miembros del mundo de las artes, quienes, por lo demás, se unieron masivamente a la campaña presidencial que llevó al primer cargo de la Nación al líder del Pacto Histórico.

En calidad de ciudadanos y no de voceros de alguien –en esto hacen énfasis la mayor parte de las fuentes consultadas– asistieron 36 de los más de setecientos firmantes de la más reciente carta enviada al presidente. Al parecer esta carta logró la atención de Petro porque, entre quienes la refrendaron, hay personalidades influyentes del arte nacional y del entretenimiento, afines o próximas a la izquierda. Están, por ejemplo, Margarita Rosa de Francisco, Adriana Lucía, Laura Mora, Lucía González, Juan David Correa, Velia Vidal y Fabio Rubiano, entre otros. En la reunión –que comenzó a la una de la tarde del jueves 25 de mayo y duró un poco más de tres horas– seis artistas y gestores tomaron la palabra y sus intervenciones, a grandes rasgos, se pueden resumir en tres elementos.

Las inconformidades del sector

Primero: hay preocupación por la lentitud para llevar a la realidad las cosas que se prometieron en campaña. Una de ellas es la de poner en marcha un sistema cultural que incluya a más ministerios y no se restrinja a la cartera de cultura. En ese sentido se entiende la propuesta de activar mil colegios en los que las artes y los oficios se integren a la educación básica. Esa idea, que ya había empezado a caminar en los pocos meses en que Patricia Ariza estuvo al frente de la dependencia, se truncó con su salida, en la primera crisis de gabinete del gobierno del Pacto Histórico. La segunda línea en la que se hizo hincapié fue en la inconveniencia de mantener un ministro encargado y no uno en propiedad. Sin embargo, según varios consultados para esta nota, el asunto no se resuelve con la ratificación de Zorro en el cargo: ahí no lo quieren. Y es que muchos de los inconformes indican que Zorro encarna una variante de la gestión cultural inclinada a las bellas artes, en particular a la música clásica. No obstante, Zorro es una de las fichas de la primera dama, Verónica Alcocer, en el gobierno y eso explica su ascenso, en opinión de los analistas, cuando no estaba en los cálculos de nadie.

Sobre Jorge Eduardo Zorro

Antes de continuar hay que decir quién es el ministro encargado. Educado en la Universidad Nacional y en el Conservatorio de Moscú –por los años de la URSS–, Jorge Eduardo Zorro se ha dedicado a la vida académica, ocupando cargos en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, en la Nacional y en la Antonio Nariño. Cuando el país conoció la noticia de su llegada al cargo también supo que su vínculo con la familia presidencial nació porque las hijas del matrimonio Petro Alcocer estudiaron música en una academia fundada por él. También se sabe que Zorro estuvo en el programa de orquestas de la alcaldía de Bogotá cuando Petro era el alcalde mayor. Y ese, precisamente, ha sido su tropiezo con una parte del sector cultural del progresismo: su predilección por la música clásica. Al conocerse, verbigracia, el plan de gestión de Zorro para la música sus adversarios lo calificaron de ser una propuesta “desorganizada, repleta de enunciados incompletos, eurocentrista y andinocentrista (...) Sin visión de industria musical y con expresiones urbanas y juveniles totalmente excluidas”, dijo un músico que pidió no ser citado con su nombre.

La tercera cosa que se dijo en la reunión es que los firmantes no hacen parte de la oposición. “No estamos en la oposición, pero tampoco somos un comité de aplausos”, le dijo Rubiano a EL COLOMBIANO. El presidente tomó notas, habló, pensó en voz alta, se dejó interrumpir por los asistentes. Pero no tomó una decisión de fondo. Y no lo hizo porque, a pesar de no ser una dependencia particularmente atractiva para los partidos políticos, el Ministerio de Cultura sí puede convertirse en una ficha importante para conseguir el respaldo parlamentario para el éxito de las banderas de Petro en el Congreso. Incluso, se conoció que antes de la ruptura entre el presidente y César Gaviria por el trámite de la reforma a la salud, se barajó el nombre de María Paz Gaviria, hija del expresidente, para reemplazar a Ariza, un emblema del teatro colombiano y muy respetada en los sectores de la izquierda colombiana.

Ni con 722 mil millones de pesos Mincultura la tiene clara

Los presupuestos de Mincultura

Aparte de estos asuntos, en la reunión se habló de la necesidad de fortalecer la infraestructura cultural de las regiones y de avanzar en el proceso de descentralización de los recursos y de las oportunidades. El tema del presupuesto no se abordó de manera directa porque, entre otras cosas, el de 2023 es uno de los más altos de los últimos años. En efecto, en los últimos tres años la plata destinada para el Ministerio ha crecido sostenidamente: en 2021 se destinaron cuatrocientos cuarenta mil millones para el funcionamiento y los programas del Ministerio, en 2022 la cifra llegó a los quinientos sesenta y dos mil millones y ahora, en 2023, se tiene un monto de setecientos veintidós mil millones de pesos.

No obstante, la plata destinada es inferior a la que Bogotá tiene previsto invertir en cultura para el mismo año: la capital tiene setecientos setenta y tres mil millones separados del presupuesto general para su Secretaría de Cultura. Y otro de los quiebres sensibles es que entre un gobierno y otro no hay una continuidad de las políticas culturales. En la presidencia de Juan Manuel Santos, por ejemplo, la apuesta de la ministra Mariana Garcés fue el proyecto Leer es mi cuento, que fue relegado a un segundo lugar en el periodo de Iván Duque, más interesado en las industrias creativas y la inserción de las artes en el sistema del mercado. Ahora, con Petro y con Zorro, el énfasis parece ser el de la promoción de las Bellas Artes.

No es nuevo el hecho de que una Secretaría de Cultura de una capital grande tenga una chequera mayor que la del ministerio. Ese fue el caso, por ejemplo, de la de Medellín entre 2007 y 2010: mientras la Secretaría tenía dineros cercanos a los ciento veinte mil millones de pesos, los del Ministerio oscilaban en los cien mil millones de pesos. Por una parte, eso revela una fractura entre las capitales y los territorios periféricos de la nación y, por otra, deja a la vista el complejo fenómeno de las formas de hacer cultura en Colombia. Rubiano explica este asunto de una manera muy gráfica: “No se le puede pedir al grupo de teatro de un municipio de siete mil habitantes la misma calidad que a un grupo de Medellín o de Cali. Y sin embargo, en Colombia hay un grupo de baile, de teatro, de música en cada municipio. Tenemos una infraestructura cultural hecha con las uñas”.

Y todo esto también adquiere peso en el nivel departamental: la Secretaría de Cultura ciudadana de Medellín tiene más plata –en 2023 su presupuesto es de noventa y ocho mil millones, según un documento del Observatorio de Políticas Públicas del Concejo de la ciudad– que el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia –apenas cuarenta y cinco mil cuatrocientos setenta y cinco millones–. Es decir, los casi tres millones de habitantes de Medellín tienen más chances de recibir una beca o de beneficiarse de algún programa cultural que los más de tres millones de antioqueños que no viven en la capital. Aunque no es nuevo: esa diferencia ha sido una constante hace tiempo.

Esto no quiere decir que las cosas en Medellín funcionen bien. Y eso queda más que demostrado con las tensiones entre la burocracia cultural de la capital antioqueña y varios sectores de la cultura local. Los casos más sonados son las discrepancias con los teatreros –en particular con los agrupados en el colectivo Medellín en Escena– y con los realizadores audiovisuales. Ambos grupos han realizado plantones en protestas a las gestiones del secretario Álvaro Osmar Narváez, uno de los funcionarios más polémicos del gabinete de Daniel Quintero. Sin embargo, al parecer, el lío en Medellín no es de falta de platas sino de la administración de los recursos. El presupuesto actual está en la línea histórica, aunque es menor que ese de 2010, cuando tuvo más que el MinCultura. De hecho, en una gráfica del presupuesto inicial y final de la Secretaría de Cultura desde 2009 hasta 2023, es por ahora uno de los más bajos (Ver gráfica).

Ahora bien, supera el uno por ciento del presupuesto general, que es la recomendación de la Unesco para la inversión en cultura en los países en vía de desarrollo. Ahora, el problema es que las convocatorias tardan en abrirse y se esgrime el argumento de un supuesto déficit de EPM para justificar el recorte o congelamiento de ciertos programas. Al menos así lo dijo el subsecretario de Arte y Cultura David Gómez Cadavid en una reunión con los representantes del sector audiovisual. De ese evento circuló en redes sociales un audio con la voz del funcionario diciéndolo.

Si volvemos la vista al Ministerio de Cultura, la actual encrucijada del gobierno nacional deja entender que el recurso es tan importante como la mano que lo administra. Los actores del sector de la cultura tienen grandes expectativas depositadas en el presidente Petro. Varios de los entrevistados coincidieron en que todavía se está a tiempo de ajustar el rumbo y de construir un proyecto cultural que le dé la voz a las regiones, a las minorías y empodere a los habitantes en sus prácticas sociales, culturales y artísticas. De no reaccionar a tiempo, Gustavo Petro habrá dilapidado un apoyo entusiasta de los gestores culturales, tradicionalmente muy vinculados con la izquierda y con los valores que el presidente dice encarnar. Todos cruzan los dedos para que el nuevo Ministro de Cultura –o la nueva ministra– no solo sea nombrado prontamente sino que esté a la altura de las exigencias. Y, el caso de Medellín lo demuestra: no es suficiente credencial que provenga del mundo de la cultura. También debe demostrar capacidad de trabajo y de ejecución.

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