Dos horas tuvo que esperar Xavi Ayén en un salón de la casa de Gabriel García Márquez a que este apareciera del fondo de la vivienda y le concediera, resignado, una entrevista.
Pero lo que el Nobel no sabía era que, antes de esa visita a su residencia situada en el Pedregal de San Ángel, en México D.F., el periodista español fue quien tuvo que luchar contra la resignación durante años por no obtener una entrevista con él para su libro Aquellos años del boom.
Sentado a una mesa del patio de un hotel en Medellín, la tarde del jueves pasado, el catalán recordó aquel encuentro, mientras tomaba café.
Cuatro días antes de la Navidad del 2005, estuvo en la oficina de la editora Carmen Balcells, separada de la suya en el diario La Vanguardia de Barcelona, por una calle. Ella dijo:
—¿Qué planes tienes para este fin de semana?
—He quedado con mi familia para pasarlo juntos...
—Entonces, ¿no te gustaría tener una entrevista con Gabo? Déjalo todo y te vas a México.
Seis meses antes, ella, preocupada porque la investigación sobre el boom, para la que le había dado tanta información, no terminaba, le había preguntado: “¿Qué puedo hacer por ti para que avance tu libro?”. Él, sin vacilar, le contestó: “consígueme una entrevista con Gabo”.
Era una tarea colosal. El escritor de Aracataca rehusó las entrevistas y evitó hablar con periodistas. Había conversado con los demás del boom, más o menos con facilidad.
Xavi Ayén no sabía qué decirle.
—¿Irme ya mismo, para México? No sé.
—¿Tú diario no quiere una entrevista con Gabo?
—Por supuesto. Cuál periódico no la quisiera...
Xavi conocía bien a Carmen. Era una mujer amable, sí, pero de carácter fuerte. Sabía que si no le hacía caso en un asunto como este, tal vez no se le volvía a poner al teléfono por lo menos en medio año. Así que aceptó. Fue a hablar con su jefe y, para su fortuna, este respondió: “Como ella diga, así lo haremos”.
Carmen le manifestó que iría como mensajero suyo a llevarle regalos a los García Márquez. No le dio dirección alguna ni número telefónico de nadie, sino que, como en una película de Misión imposible, una vez llegara a la capital mexicana, debía quedarse en el hotel esperando que alguna persona cercana a Gabo se comunicaran con él.
Presentía que la editora, a pesar de su poder y sus contactos, de que se comunicaba con Gabo o con Vargas Llosa con solo levantar la bocina de su teléfono, que se carteaba con Fidel Castro y otras personalidades, no estaba en capacidad de garantizarle una entrevista con el autor de la primera obra que leyó del movimiento literario que le quitaba el sueño y, ahora, la Navidad con sus seres queridos: La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada.
Tal presentimiento se debía a una chanza de la editora, antes de despedirse:
—Como no te dé la entrevista, te despiden del diario...
Pero valía la pena correr el riesgo.
¡Dispare!
Se esforzó por hacer las cosas al pie de la letra, no fuera que un error lo echara todo a perder. No se atrevía a salir de su habitación en ningún momento, porque pensaba que en ese preciso instante lo llamarían. Dos días después, recibió el mensaje y, ahí sí, la dirección de la vivienda. El periodista convertido en mensajero tomó la maleta de 45 kilos de peso —“lo recuerdo bien, porque así quedó registrado en el aeropuerto”— y fue a buscar a Gabo.
Una mujer encargada de los asuntos de la casa le abrió la puerta. Le preguntó:
—¿Es usted quien viene a traer los regalos? Puede dejarlos ahí.
Y por un momento estuvo a punto de cerrar la puerta y hacer que este catalán perdiera su viaje de poco menos de 10.000 kilómetros.
—¡No, no, espere un momento! —alcanzó a decirle—. Yo debo ver a García Márquez.
Entonces la mujer lo condujo a un salón y le indicó que esperara allí.
Mientras aguardaba, imaginaba qué le diría cuando apareciera. Pasaban los minutos. No entendía el porqué de tanta demora. ¿Acaso no le habían dicho que él, Xavi Ayén, un periodista de Barcelona, la ciudad donde él había vivido hacía tiempos y a la que seguía visitando con frecuencia, estaba aquí, en su casa?
De pronto surgió el personaje y se saludaron.
—Y ahora, dígame, ¿cuánto le ha pagado a mi mujer? —le preguntó el Nobel en un susurro, tomándolo del brazo. Fue entonces cuando Xavi Ayén entendió que esas dos horas fueron las que requirió Mercedes Barcha, por petición de Carmen, para convencer a García Márquez de que le diera la entrevista—. Ya que estamos en estas, ¡dispare!
Sin embargo, los disparos fueron de ambos bandos. Gabo le salió con la “bomba” de que había dejado de escribir para siempre. Que ni siquiera escribiría la segunda parte de Vivir para contarla, a pesar de que cuando apareció el libro quedó claro que era el primero de tres tomos de sus memorias.
—Lo publiqué días después —comenta Xavi— y esa noticia le dio la vuelta al mundo. La reprodujeron en Al Yazeera y en numerosos medios de comunicación. Ha sido la noticia mía que más medios han publicado.
Y Xavi le preguntó, como no, por la historia del puñetazo de Vargas Llosa, en México, en 1976, cuya motivación nunca ha tenido una explicación clara y ha sido material de múltiples especulaciones.
—Me interesaba —explicó Xavi mientras daba el último sorbo de su bebida—, porque ellos dos tuvieron una fuerte amistad. Tenían proyectos juntos de escritura a cuatro manos. Uno de los planes era el de escribir un libro sobre dictadores latinoamericanos. García Márquez consiguió avanzar en ello.
Y, en compañía de Mercedes, le contaron que en una de las bromas de Gabo, este dijo que para darle celos al autor de La guerra del fin del mundo, tendrían que “liarse” Patricia Llosa y él, y a Vargas Llosa le pareció que no se condujo bien con su esposa en ese momento. Tiempo después, se encontraron. Gabo fue a abrazarlo y el otro lo recibió con el puñetazo. “Esto es por lo que le dijiste a Patricia la otra tarde”, le dijo.
Y cuando Xavi inquirió si creía posible la reconciliación, fue Mercedes quien contestó:
—Para mí ya no es posible. Han pasado treinta años.
Esta entrevista llegó oportuna para completar diez años de investigaciones y más de 2.500 páginas de información, anécdotas, conversaciones sobre los escritores de ese movimiento literario. Difícil fue reducir aquel mamotreto a 900, las del libro que este año llegará a Colombia.
Las líneas que faltan alcanzan para una curiosidad: Xavi Ayén no se ha enterado qué diablos había en esa pesada maleta que Carmen Balcells envió con él a los García Márquez en la Navidad de 2005.