Jerónimo quería escribir mejor, por eso dejó el lápiz. Ahora había que escribir con lapicero y en cursiva: vea, le dijo a la profesora, estoy tratando de tirar la letra para un lado. La búsqueda era de él: quería ser un escritor de versos con una letra bonita.
La editora de este libro ha preguntado qué me está pasando que estoy escribiendo tan raro. Lo que me está pasando es que estoy evolucionando en la escritura. El año pasado escribí un cuento muy bueno y los lectores estaban admirados con mi talento. Cuando fui al baño, escuché a unas señoras diciendo: “Qué niña para escribir, ¿de dónde sacará todo eso?”. Ahora estoy tratando de mejorar mi talento explorando el verso.
Eso escribe Silvestre en la página 31. Ella es la niña protagonista del libro que nació en La Casita Rural.
Si las dos historias tienen que ver, no importa. En la ficción no hay que pensar si eso que pasa en las hojas del libro le sucedió al autor. Además Silvestre, como se llama el proyecto, es un trabajo colectivo de ocho niños que se encontraron durante 13 domingos en un taller de escritura colectiva. Entre todos crearon la historia de esa niña que tiene el pelo verde y con hojas y que habla del miedo, de la justicia, de la verdad.
Vivo lejos, como a tres montañas de la escuela./Para ir a estudiar camino sobre una tabla,/ debajo de la tabla hay una quebrada./ La quebrada se crece cuando llueve.
El cuento
La Casita Rural es una biblioteca en la vereda La Porquera de San Vicente Ferrer, oriente de Antioquia, a una hora y un poco más de Medellín. Un proyecto educativo y cultural que abrió sus puertas rojas un sábado 12 de marzo de 2016.
Desde entonces ha apoyado a los profesores en la educación de estos niños, con espacios alternativos: leen, escriben, cantan. Incluso bailan a veces. Hay varios talleres para que se encuentren y sepan que el mundo es más grande afuera, que hay muchas más posibilidades.
En el taller de lectoescritura se reunieron Luisa García, Nicol López, Kevin Alzate, Jerónimo Gómez, Duván Gómez, Alejandra Jaramillo, Luis Miguel Suaza y Jerónimo Acevedo. La profesora fue Daissy Pérez. Algunos estuvieron en el libro anterior, Te cuento mi historia en La Casita Rural, que escribieron al ganarse una convocatoria del Instituto de Cultura de Antioquia, y que los emocionó tanto, y vieron tanto talento, que decidieron seguir escribiendo.
Los chicos, cuenta la profe, son los más cercanos a La Casita, los que más van, y también los que más necesitan expresarse. La más pequeña tiene seis años. Esta vez no hubo un cuento de cada uno. Imaginaron a Silvestre juntos, aunque cuando los autores leen van diciendo, ay, yo escribí eso, saben que es de todos.
El concepto base fue el tema del héroe, y desde ahí se hicieron preguntas que tienen que ver con su cotidianidad, con las cosas que les pasan. Temas como la justicia, el perdón, el miedo. Siempre buscando la sencillez. En esos ires, y en sus tristezas, encontraron profundidad. De eso se enamoró Lina Rada, la ilustradora, que expresó con dibujos las palabras de los niños. “Es demasiado complejo lo que escribieron. El humor aplica muy bien”.
Daissy dice que los niños plantean imágenes fuertes, y lo interesante es hacer proceso. Ellos viven en contextos difíciles, y el taller ayuda a transformar, a debatir, a entender. A contarse.
Una vez le tuve que gritar a mi mamá –escribe Silvestre– y me sentí muy mal, por eso la quiero perdonar. También quiero darle otra oportunidad a mi papá para ver si es capaz de dejar pasar un día sin pegarme. Si no lo logra, lo perdono, y le vuelvo a dar otra oportunidad. La esperanza se pierde al final.