Casi nadie le hace el feo al Premio Alfaguara de Novela. Es harto difícil desdeñar los 175.000 dólares (más de 770.000.000 de pesos) que se le entrega al ganador y la vitrina mediática que concede en todo el continente.
Con frecuencia el premio ha sido otorgado a autores de reconocimiento nacional que pueden dar el salto a los mercados de Iberoamérica. Este año el laurel y la bolsa le fueron concedidos al peruano Gustavo Rodríguez, por su novela Cien cuyes. En la ficción se enfrenta a un dilema del mundo actual: el progresivo envejecimiento de la humanidad.
Los avances de la ciencia y de la medicina inciden de forma directa en la esperanza de la vida de la gente. Y eso tiene un efecto colateral: el número de los ancianos, sobre todo en los países del primer mundo o en los estratos sociales privilegiados del tercero, crece y crece.
Esto, por supuesto, ha traído consigo una estructura de cuidados: casas de reposo y grupos de tercera edad. También ha propiciado que las mujeres de los estratos populares se conviertan en las manos y las orejas que acompañan en sus últimos días a los ancianos. El círculo se cierra: son ellas las nanas de los niños y las enfermeras de los ancianos adinerados. Todo esto —con dosis de humor y ternura— es contado en Cien cuyes.
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En un paréntesis en su agenda promocional en Ecuador, Gustavo atendió a EL COLOMBIANO. El diálogo trató sobre la naturaleza de los premios literarios y de la vida una vez las fuerzas se acaban y la muerte es algo casi palpable.
Comencemos con una pregunta sobre la naturaleza de los premios literarios. Pareciera que son la única manera para que ciertos autores de América Latina sean leídos en otros países...
“En efecto, los premios literarios en América Latina son atajos, son túneles de gusano que conectan galaxias. Eso nos lleva a pensar hasta qué punto somos una sociedad —la latinoamericana— cohesionada finalmente. Es una pena, la verdad. Es una pena. Mientras visito tantos países y doy tantas entrevistas me doy cuenta de que ojalá cada escritor pudiera tener su propio premio Alfaguara. O mejor, que tuviéramos condiciones de industria editorial que permitieran el libre tránsito de nuestras creaciones”.
Debe ser una experiencia muy particular la de estar gira: atender tantas entrevistas, viajar por tantos sitios. ¿Qué es lo más interesante de la gira y qué lo menos atractivo?
“Considero a la literatura como el malentendido más hermoso, porque las interpretaciones que pueden tener los textos son infinitas. Ahí radica la belleza de la literatura. Lo más interesante para mí es recabar las interpretaciones en distintos lugares y contextos sobre algo que se me ocurrió en total soledad y en estado de trance, encerrado. Eso es lo más interesante. Lo más emocionante es abrazar tanta gente gracias a una ocupación que desde niño me parecía gratificante de por sí. Y ahora con estos abrazos se vuelve exponencialmente grata. Lo tedioso son los trámites, obviamente. Lo tedioso es no pasar tiempo con la familia, lo tedioso puede ser el peligro que tuve de no pasar día de la madre con la mía, cosa que felizmente pude evitar. Eso es lo más tedioso.
Incluso el tedio de las mismas preguntas de la prensa puede encontrar una iluminación distinta, dependiendo dónde te encuentres”.
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Es muy vigente la pregunta de Cien cuyes por la vejez en una sociedad tecnificada, desarrollada, en la que cada vez se vive más y en la que cada vez se envejece más...
“Me sorprende el impacto que tiene esta novela en la gente mayor que la lee, pero también en la gente joven que habita con ancianos o tiene abuelos o abuelas y eso a sí me gratifica. Esta novela no la habría podido escribir hace veinte años. Llega una edad, pasados los cincuenta, en que uno empieza a sufrir unas dolencias y empieza a intuir qué es lo que va a venir. Además, tus mentores y tus padres —esa gente que era fuerte y poderosa en su momento— empiezan a languidecer y a morir. Probablemente esa novela sea un homenaje a estas personas mayores que a lo largo de mi vida me han dado tanto.
Soy un autodidacta, todo lo que hecho en la vida lo he hecho sin un diploma universitario. Mi universidad han sido los viejos que tanto me han enseñado. Esta novela es una manera de decirle a la gente que pasa de largo cuando ve a los ancianos que tenemos una ingente riqueza de sabiduría y de experiencia en los viejos. Y pasamos de largo porque nos dejamos llevar por el sesgo, por el prejuicio. Esta novela es una especie de anteojos mágicos que nos permiten mirar más allá de la piel y encontrar dentro de los viejos a gente que tuvo experiencias, que amó y tuvo pasiones”.
Hablemos de los personajes que fueron su universidad. Usted ha dicho que uno de ellos fue su suegro y otro fue Oswaldo Reynoso, el escritor...
“Oswaldo fue un viejo maravilloso al que le debo haberme animado a publicar mi primer libro. Se convirtió en un amigo, en alguien que me dejó una gran enseñanza literaria: la corrección es la parte más hermosa de la artesanía de escribir. Para mí la corrección es una etapa libre de ansiedades que permite pulir y pulir y pulir la materia que tienes entre manos. Otro viejo del que aprendí —como lector— fue Alfredo Bryce Echenique. De él me ha quedado la predilección por la ternura y el humor en las aventuras que relato.
Y de Jack Harrison, mi suegro, podría decirlo todo. Fue una figura paterna muy importante para mí, con él pude hacer cosas que no pude hacer con mi padre, que murió prematuramente. Las manos me quemaban por transmitir las emociones vividas durante los últimos meses de la vida de Jack. Fue una persona digna que tuvo una muerte a la altura de su dignidad. Hizo paces con la vida, habiéndolo conversado absolutamente todo con sus hijas. Este homenaje a Jack Harrison tiene como secreta ilusión el hecho de que todos sintamos que tenemos derecho a una muerte digna, conversada, cuando mejor nos parezca tenerla”.
A pesar de que son amigos, Eufrasia —la protagonista de la novela— y los ancianos a su cuidado pertenecen a diferentes estratos sociales. Ese es un tema interesante, sobre todo en América Latina, que es un continente tan marcado por la inequidad...
“Es curioso porque el personaje de Eufrasia en España es bien entendido porque allí se está dando el fenómeno de que son migrantes, usualmente latinoamericanos, quienes se encargan del cuidado de los ancianos cada vez más. A parte de que el rostro del cuidado en el mundo es femenino, sí, en sociedades como la nuestra, el cuidado de los ancianos más pudientes recae en mujeres de otra clase social. Y para mí era imposible dejar de lado esto, que es tan evidente, en una historia ubicada en una sociedad como la peruana, tan parecida a la colombiana, a la ecuatoriana.
Creo que en esa convivencia que logré forjar entre Eufrasia y los ancianos que va cuidando, hay algún tipo de ilusión, no sé si candorosa pero ilusión, y es que cuando todos nos vemos en nuestra vulnerabilidad ya no vemos tanto el color de piel, ya no vemos tanto la procedencia social, sino que vemos al ser humano que tenemos al frente. Y ojalá todos en nuestra sociedad pudiéramos ver al otro como un ser humano, y no solamente como un perfil demográfico”.
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¿Qué obras le ayudaron a gestar el universo de los personajes?
“En realidad, me he nutrido de observar vidas ajenas, para este caso. Con respecto a qué libros o qué lecturas específicamente pueden haber contribuido a que Cien cuyes viera la luz no lo tengo claro. Sobre todo porque yo soy un escritor con una condición, no sé si sea muy rara, pero yo olvido todo lo que leo. Y las películas que veo también. Sé que en mí se almacenan inconscientemente para que en mis procesos creativos, que tienen mucho de inconsciente también, eche mano de ellos. Pero sí, no puedo negar que tengo una influencia audiovisual muy grande y musical también.
Y tengo la impresión de que aparte de las vidas reales que impulsaron esta novela, hay una película que me impactó en su momento, aunque era muy joven para aquilatar el porqué del impacto. Fue Las invasiones bárbaras, esta película franco canadiense. Para mí fue muy impactante en su momento. Quizá sea una especie de germen sobre esto que ya con los años decantó en Cien cuyes”.
¿Cuáles nombres le recomienda al lector de esta parte del mundo para conocer la literatura del Perú? Fuera de los canónicos, por supuesto...
“Me pone en un aprieto porque por cada nombre que voy a dar van a haber 20 que me van a odiar, pero se me vienen a la cabeza autores de mi generación, como Ricardo Sumalavia, Enrique Planas, Javier Arévalo, Karina Pacheco. Un poco más jóvenes son Katya Adaui. Claudia Ulloa Donoso, me parece una estupenda escritora joven. Jeremías Gamboa, Renato Cisneros, Diego Trelles. Gabriela Wiener es muy interesante. Creo que con estos nombres ya uno puede darse una idea de qué es lo que se está escribiendo actualmente en el Perú.
Y para no hablar de la poesía, que en el Perú es de una riqueza enorme”.