Por Juan de Frono
En 2020 salió en España uno de los libros de poesía colombiana más bellos de las últimas décadas: El lugar de las palabras. Su autora, la poeta bogotana María Gómez Lara, cuenta en él la historia de una mancha maligna en forma de corazón que le hallaron en su cerebro. O mejor: no cuenta la historia de esta mancha, sino su propia aventura para conversar con y mirar de frente esta realidad, de ahí que haya escrito versos como estos: entonces habla / dile a tu cerebro repítele repítele / que por favor no se enferme / en forma de corazón.
Este poemario y Don Quijote a voces, el más reciente de esta escritora nacida en 1989, son publicados en la Cruz del Sur, la bellísima colección de poesía de la editorial española Pre-Textos, y acaban de ser impresos en Colombia mediante un acuerdo con Siglo Editorial. Gómez Lara estuvo en la Fiesta del Libro y la Cultura para presentar su Quijote reimaginado y la antología Palabras piel, que publica en Medellín la editorial Frailejón.
María Gómez Lara habla con todo su cuerpo, y así lee sus poemas. Un cuerpo que siente, da gestos y movimientos a las palabras. Ella es el instrumento con el que lenguaje toca su música. Hija de una periodista, de la que aprendió a mirar, dice, y de un abogado, del que aprendió a tomarse la vida con humor, dos elementos fundamentales en su último libro, vive desde hace tres años en Madrid donde da clases de literatura y donde se ha convertido en una de las poetas jóvenes latinoamericanas más admiradas.
Comencemos por el epígrafe de Don Quijote a voces, que también sale en un poema dentro del libro: Dios nos libre de la enfermedad incurable y pegadiza; / ser poeta / una dolencia irreversible. ¿Qué es ser poeta ahora, en este mundo?
“El libro está basado con bastante cercanía en episodios del Quijote. Esa es una parte del episodio del escrutinio de la biblioteca. ‘Hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza’, dice la sobrina cuando quiere quemarle los libros de poetas a Don Quijote. Me pareció muy vigente traerlo a este momento por lo poderosa que puede ser la poesía. Tenemos ese lugar común que la poesía no se lee, no se entiende... En realidad, si a Don Quijote le querían quemar los libros de poetas porque eran los más peligrosos, yo lo interpreté como la poesía nos lleva a estar en contacto con nuestras emociones, a mirarnos adentro. Eso es peligroso, en el buen sentido. En un mundo tan lleno de información, rapidez, de un ritmo súper vertiginoso, la poesía nos obliga a parar, a respirar, a escucharnos adentro, algo que hemos perdido, porque estamos en una época llena de ruido, pero en la que ya no oímos el sonido interior y la poesía nos ayuda con eso”.
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Ha dicho que “Don Quijote” es para las muchas personas que nos gusta vivir en el mundo de la imaginación. ¿Qué le ha dado este mundo?
“Todo, porque soy muy mala para el mundo de la realidad. La literatura nos da libertad. En el libro hay un poema sobre el episodio de la jaula en Don Quijote. Cuando lo llevan enjaulado, él empieza decir unos versos pastoriles de espacio abierto y en ese momento la literatura lo libera. La literatura nos libera de las jaulas literales y metafóricas en las que estamos. La imaginación nos permite crear mundos posibles mejores que el mundo real. En mi libro hay un poema sobre el personaje de Marcela, y Cervantes pudo imaginar una Marcela, una mujer libre, dueña de su deseo, de su cuerpo, que no era una realidad para una mujer en ese tiempo pero que a través de la literatura se podía volver una realidad y ahora es. La literatura nos ayuda a ampliar las posibilidades con la imaginación y después eso se puede manifestar”.
El tema de la voz es muy importante en este libro, dar voces a personajes clásicos. Y también es un tema muy relevante en su obra, que se nota muy bien en los títulos de los libros: Contratono, El lugar de las palabras, Don Quijote a voces.
“Me obsesiona la voz, tanto que mi tesis doctoral fue sobre la voz. Cuando trabajamos en talleres de poesía está el cliché de cómo uno encuentra su propia voz, y no existe tanto encontrar la voz sino las voces. En cada libro que uno escribe va buscando distintos tonos de la voz. La poesía es el género literario que está más cerca de la música y comenzó siendo cantada, y cuando hablamos de un poema hablamos de la voz que hay en él. Un poema es sobre todo una voz, no necesariamente nos cuenta cosas, pueden hacerlo, pero nos cuenta a través del canto. En este último libro la voz es muy evidente. Quería salirme de mi propia voz y dar voz a otros personajes. Pensar cómo habrían sido sus voces, sobre todo de las mujeres en el Quijote, las que tenían voz y las que no. Esto es súper vigente, porque prohibieron el sonido de la voz de las mujeres en público en Afganistán, por ejemplo. Entonces el hecho de que las mujeres tengamos derecho a la voz y a ocupar un espacio con ella es súper importante. La poesía tiene ese poder. Estamos aquí y nuestras voces se pueden oír”.
Sus dos libros más recientes emprenden aventuras diferentes con respecto a la voz: El lugar de las palabras es un viaje interior, darle voz a algo muy íntimo, a partir de una enfermedad; y Don Quijote a voces es un viaje exterior, dar voz a otros...
“Sí, tienen maneras distintas de aproximarse a la voz. El lugar de las palabras es un libro de introspección, de la voz para adentro, pero hay una parte de la voz para afuera: el cómo transformar el dolor en arte, cómo hacer poesía sobre el dolor. Y en Don Quijote a voces pasa un poco lo contrario, porque aparentemente son unas voces fuera, que no tienen nada que ver conmigo, pero para que hubiera autenticidad tuve que poner cosas mías, la musicalidad, por ejemplo (no está escrito en el español del Siglo del Oro, porque sonaría falso). El libro está atravesado por mis preocupaciones, de manera que fueran auténticas, como crear una Dulcinea feminista”.
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¿Cómo es esta Dulcinea?
“A diferencia de Marcela, que tiene voz en el Quijote, con el discurso sobre la libertad, Dulcinea prácticamente no existe, es producto de la imaginación de Don Quijote, por la que se estrella, se da trancazos y se enfrenta a los gigantes. Hay un personaje que es Aldonza Lorenzo y Don Quijote se inventa todo un mundo alrededor de ella sin haberle visto la cara, sin saber quién es ella. Mi Dulcinea tiene derecho a ser la narradora de su propia historia. El poema en mi libro es sobre el episodio de la cueva de Montesinos, donde Don Quijote dice haber visto a Dulcinea encantada y se convence de que tiene que desencantarla. Lo que hago es escribir ese episodio desde la perspectiva de Dulcinea, diciendo que ella se quiere desencantar sola y no necesita a alguien que lo haga. Ella quiere contar su propia historia e inventarse a sí misma”.
En su obra hay un deseo de reenarmorarse del propio cuerpo, reencontrarse con él...
“Me obsesiona el cuerpo, de hecho, le puse Palabras piel a la antología de Frailejón. Es una revelación contra el patriarcado, porque a las mujeres nos enseñan desde muy chiquitas a estar de pelea con nuestro cuerpo, es el enemigo. Nos dan un mensaje contradictorio: por un lado, que solo nos van a querer por el cuerpo, entonces tiene que ser perfecto; por otro lado, que hay algo mal con él, o que no es suficiente, que una es gorda, otra bajita, otra muy alta... Mi mecanismo de defensa cuando chiquita era decir que yo no era mi cuerpo; era mi cerebro. Pero por supuesto estaba equivocadísima, porque claro que somos nuestro cuerpo, es nuestra manera de estar en el mundo, de él vienen las palabras, la poesía. Y a través de la poesía podemos tener una relación diferente con él, descubriendo que no puede ser el enemigo, porque el cuerpo somos nosotros”.
En el poema sobre el personaje de Marcela ella habla y reniega del ideal de belleza de la época de Cervantes. Y dice en uno de los versos: “Libre soy y libre seré siempre”. ¿Qué la hace libre a usted?
“La poesía me hace libre. De muchas maneras nos encierran: a las mujeres en el patriarcado, con los cánones de belleza racistas... hay muchas maneras. Pero la poesía nos permite nombrar esas jaulas y al hacerlo salimos de ellas”.
Al escucharla, se adivina a una mujer con un gran sentido del humor, que puede burlarse del mundo y de sí misma. Y pienso en lo difícil que es hacer buena poesía con humor. ¿Se pregunta por este asunto ante el poema?
“Sí, por eso estoy contenta con Don Quijote a voces, porque hay humor y es muy importante en mi personalidad, porque no me tomo en serio para nada. Para mí es importante la risa, la ironía. En mis libros anteriores, Contratono y El lugar de las palabras, quien me lea puede pensar que soy una persona súper triste. Claro, es un lado de mí que existe, y es muy importante, pero también está el lado del humor, pero es muy difícil lograr en el poema. También es verdad que la poesía me ayuda a cargar con el lado triste, de manera que en mi día a día pueda reírme mucho y tener esta personalidad más divertida”.
De este último libro, ¿qué poema ha visto que resulta divertido a sus lectoras y lectores?
“El poema de Marcela, porque hay una parte en la que ella dice que no mató a Crisóstomo sino que él se mató solito, que si se quiere morir que se muera. Pero, incluso en El lugar de las palabras, un libro durísimo y con el que la gente llora, hay breves momentos de humor. En las situaciones más duras, más tristes de la vida, el humor está ahí, ayuda sobrellevar todo, lo más doloroso y lo más cotidiano”.
Tengo miedo de la materia que soy” se lee en El lugar de las palabras. ¿De qué tiene miedo ahora?
“De muchas cosas, del futuro, de no tener tiempo para escribir, del apocalipsis, de que le pase algo a la gente que quiero... la condición de humana es el miedo, tener miedo nos hace humanos”.
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Pensando en el tema del tumor que usted toca en El lugar de las palabras, ¿la poesía es terapéutica?
“Totalmente. Eso no quiere decir que solo sea terapéutica. Mucha gente, cuando lee los poemas de El lugar de las palabras, dice: ay, esto es una catarsis. Claro, por supuesto que lo es, pero si fuera solo eso no funcionaría como poesía, porque me importaría a mí y a la gente que tenía miedo de que me pasara algo. La poesía es terapéutica, pero va más allá, porque realiza una transformación que pasa a través del lenguaje, que hace que tu dolor, único e intransferible, conecte al lector o a la lectora con su dolor único e intransferible”.
Se dice que es un gran momento para la poesía colombiana, sobre todo por la obra de mujeres jóvenes, entre las que se encuentra usted. ¿Podría definir esta generación o hallar temas en común?
“Es difícil de definir. Somos muy distintas. Lo que tal vez nos define y nos une es que estamos muy cerca. Somos amigas. Nos leemos. Nos apoyamos. No tenemos rivalidades entre nosotras. Escribimos cosas diferentes, pero la poesía que escribimos las mujeres ahora tiene ese componente de solidaridad, que no necesariamente ha tenido la poesía colombiana antes. No sé si es por una cuestión de resistencia, pero hemos ido creando redes para escribir juntas y eso es muy importante”.
Usted es profesora de escritura creativa en Madrid. ¿Cómo transmitir, como decía Borges, no solo el conocimiento sino el amor, la pasión, por la literatura?
“Uno no puede transmitir algo que no tiene. La manera como yo lo hago es emocionándome muchísimo con los textos, una emoción auténtica, porque tengo la libertad de escoger textos que me apasionan. Alguna vez, los estudiantes dijeron en una encuesta que era la profesora más entusiasta que habían tenido en la vida, porque mi emoción se nota. Y otra cosa que para mí es muy importante como profesora es establecer una relación cercana con los estudiantes. No poner una distancia jerárquica, porque si la pone es muy difícil que puedas transmitir ese amor o esa pasión por la literatura”.
Por último, podría recomendarle a las lectoras y lectores una poeta o un libro que la emocione ahora.
“Angelica Freitas, una poeta brasileña muy buena, que tiene un libro maravilloso que se llama Un útero es del tamaño de un puño, y cada que la leo me emociona”.